Cómo vivir ahora, no lo comprendo. Mi hermana resultó ser una traidora.
Mi marido y yo éramos, como se dice, uña y pulgar. Todos admiraban nuestra pareja: una familia serena, equilibrada y llena de cariño. Él siempre fue educado conmigo, tanto en casa como fuera. Hasta mis amigas se sorprendían y decían que eso no podía durar, que una casa así de tranquila era imposible. “Esto no será para siempre”, me decían. Yo sólo me reía entonces. Pero me equivoqué… Parece que alguien me echó mal de ojo.
Todo se derrumbó de golpe. Comenzó cuando a mi hermana pequeña le sucedió una desgracia: la despidieron. Quedó sin sustento y con un profundo sentimiento de culpa. Siempre habíamos sido cercanas, pues tras la muerte de nuestra madre, yo había sido como una madre para ella. Sin pensarlo dos veces, la invité a quedarse en casa hasta que encontrase trabajo y se rehiciese. Le dimos su propio cuarto.
Al principio, todo iba bien. Pero pronto algo empezó a torcerse. Mi marido se volvió nervioso, irritable. Nada de lo que antes lo alegraba le causaba ya satisfacción. La sonrisa con la que me recibía al volver del trabajo desapareció. Se volvió brusco, discutía por tonterías y se quejaba constantemente de mi hermana: que dejaba las tazas en el lugar equivocado, que tendía la ropa mal.
Aquello me inquietó, pero lo atribuí al estrés. Un día decidí hablar con mi hermana, sugiriéndole con delicadeza que tuviese más cuidado para no alterar nuestra rutina. Ella asintió, diciendo que lo entendía.
Y entonces ocurrió lo que lo cambió todo.
Aquel día, volví a casa antes de lo habitual. La casa estaba en silencio. Pensé que todos habían salido, pero al abrir la puerta del dormitorio, las piernas me fallaron. En nuestra cama, bajo nuestra manta, los vi. A mi marido. Y a mi propia hermana.
No tuvieron tiempo de justificarse. Cerré la puerta en silencio y me dirigí a la cocina. El corazón me latía como un tambor, un zumbido llenaba mis oídos. El mundo se vino abajo en un instante. Todo lo que había construido, todo en lo que había creído, era una mentira.
No grité, no armé escándalo. Sólo reuní las cosas de mi marido y las dejé en la entrada. A mi hermana la eché de inmediato. No tenía fuerzas, ni ganas, de escuchar sus lloros o excusas. ¿Cómo pudo hacerme algo así? ¿Cómo pudo destruir su propia familia, y la mía también?
Han pasado meses, y aún no encuentro respuesta: ¿cómo superar esta traición? ¿Cómo perdonar algo así… o es que acaso se puede perdonar? Mi alma está vacía ahora. Todo lo que amé me ha traicionado.
Pero intento seguir adelante. Cada día respiro un poco más ligero. Dicen que el tiempo todo lo cura. No estoy segura. Pero creo que, algún día, volveré a confiar. Aunque nunca más lo haré con los ojos cerrados.