Precio de la mentira: cómo una mujer decidió mantener a su familia —
Escribí este relato tras encontrarme frecuentemente en internet con confesiones de mujeres que, con el fin de preservar a su familia, conscientemente optaron por el engaño. Historias donde una esposa no podía quedarse embarazada de su marido, pero concebía con otro —a veces con su conocimiento, más a menudo en secreto. El esposo creía que era su hijo o hija biológica. Y ella —guardaba silencio en nombre del “amor” y “felicidad”.
Leo esas historias y siento un dolor e indignación profundos. Sí, la vida es complicada. Puede que el destino nos arrebate lo esencial: la posibilidad de dar vida. Pero la mentira… en especial una tan fundamental… destruye no solo a la familia, sino a las almas de todos sus integrantes.
Hablo desde la experiencia. Durante nueve años largos luché contra la infertilidad. Nueve años de inyecciones, exámenes médicos, lágrimas, esperanzas y decepciones. Mi marido y yo queríamos un hijo más que nada en el mundo. Veía cómo cada ciclo fallido lo destruía por dentro, aunque intentaba ser fuerte por mí. Y cada vez que alguien cercano me sugería “secretamente” buscar un donante —“eres mujer, tus relojes biológicos corren”— hervía de rabia por dentro. Miraba a mi marido y sabía: no. No lo traicionaré. No mentiré. Ni siquiera por lo más sagrado —la maternidad.
Una “amiga” una vez me dijo: “¿Por qué sufres? Queda embarazada de otro, ya está. Él nunca lo sabrá. El principal es que la sangre coincida”. Y si, —respondía yo, — ocurre una desgracia? ¿Accidente? ¿Enfermedad? ¿Transfusión de sangre? ¿Y si se necesitara un trasplante? La verdad se descubriría. ¿Y entonces?
Prefiero no tener hijos a vivir en la mentira. Pero Dios nos mostró otro camino. Mi esposo y yo adoptamos a una pequeña niña —Margarita. Y jamás me he arrepentido. Ella es nuestra hija. No de sangre, pero sí de amor, de corazón.
Y aquí está una historia que aún me conmociona. Nuestros viejos amigos parecían una familia ideal. Tenían gemelos. Él —amable, cariñoso, trabajador. Ella —hermosa, encantadora. La gente los veía con envidia. Pero la verdad, como suele ocurrir, no puede ocultarse por mucho tiempo.
Un día, al hombre le diagnosticaron infertilidad congénita. Quedó en shock. Realizó pruebas adicionales, y todo se confirmó. Había dos opciones: o los niños no eran suyos o se produjo un milagro médico. Lamentablemente, milagros no hubo.
Él quedó destrozado. No hizo escándalo ni rompió nada, simplemente empacó sus cosas, dejó la casa, a los niños, todo… y se fue al extranjero. Dicen que ahora trabaja en Londres. Nunca volvió a ver a su esposa. ¿Y los niños? Conocieron la verdad. Y no pudieron perdonar. Se fueron a vivir con sus abuelos paternos. La madre quedó sola en la casa que solía estar llena del sonido de las risas infantiles.
Lo más doloroso es que los hijos no quisieron regresar. Crecieron y se fueron a estudiar a otra ciudad, sin mantener contacto con ella. A veces escucho sobre ella por amigos comunes. Sigue viviendo sola. A veces se la ve por el mercado, con la mirada apagada, encorvada. Silenciosa. Incluso con aquellos que antes consideraba amigas.
Relato esto no por satisfacción. Yo también soy mujer. Sé lo que duele no poder concebir. Ver hijos ajenos y sentir un vacío dentro de uno mismo. Pero, queridas, la mentira no es una cura. La mentira es un veneno que lentamente, pero con certeza destruye todo lo que toca.
Hoy en día la medicina ha avanzado mucho. Hay fertilización artificial, FIV, donación —de forma abierta y honesta. Está la adopción. Hay caminos para ser feliz sin destruir la vida de otros.
He vivido ese dolor. Lo he vivido honestamente. Y ahora, cuando mi Margarita me llama “mamá”, cuando se acurruca a mi lado para dormir, sé que hice lo correcto. Mi conciencia está tranquila. Y mi esposo está a mi lado, quien nunca perdió la confianza en mí.
Queridas mujeres, por favor, si enfrentan una elección así —no mientan. No traicionen a quien las ama. Es mejor una verdad amarga que una mentira dulce que un día lo destruirá todo. Y, lo más importante, no justifiquen la traición con el amor. El amor verdadero no engendra engaño. El amor verdadero es honestidad, incluso si causa dolor.
Que esta historia sirva de advertencia. No cometan los errores ajenos. Y si el destino les ha quitado la maternidad —seguramente les ofrecerá algo más. Lo principal es conservar el alma.