El Primer Amor Inocente: Historias de Corazones Jóvenes en España

Mamá, ¿me pones mañana la camisa azul para el cole?

¿La azul? ¿Por qué?

¡Porque Natalia Jiménez dijo que me queda bien, que combina con mis ojos!

Bueno, si Natalia lo dice, claro que te la pondrás mañana.

Alejandro, contento, fue a jugar con su hermano mayor, Javier, que ya iba al instituto.

Por la noche, la mamá le contó al papá lo de la camisa azul y lo bien que le quedaba a Alejandro.

El padre se rio y le revolvió el pelo al pequeño.

¿Qué pasa, hijo, te gusta Natalia?

Sí, me voy a casar con ella.

Vaya, vaya. Primero tienes que estudiar, sacarte un título, y luego ya veremos lo del matrimonio.

Uf, qué tarde

Alejandro se quedó pensativo.

Papá, ¿y si me caso con Natalia mañana?

¿Mañana? ¿Y dónde vais a vivir, hijo?

Pues en casa respondió el niño, extrañado.

¿En qué casa? insistió el padre. ¿En la de Natalia?

¡No, papá! Alejandro abrió los ojos como platos. Natalia en su casa y yo en la mía.

No, hijo, así no se hacen las cosas. Si te casas, tienes que llevarte a Natalia a vivir contigo, trabajar para mantenerla mientras ella va al cole, al instituto, a la universidad

¿Y yo? preguntó Alejandro con los ojos llenos de lágrimas.

Tú tendrás que trabajar, hijo, para mantener a la familia.

¿Qué pasa? ¿Por qué lloras? la mamá se agachó frente a él.

Mamá, quiero casarme con Natalia, pero no quiero trabajar ahora. Quiero seguir yendo al cole, estudiar Y papá me ha diiiiiiiicho buuuuuu

Bueno, no llores. Cuando seas mayor, te casarás con Natalia.

Sí, pero para entonces, otro se la llevará.

¿Quién?

No lo seeeeee, igual Sergio o Víctor.

Pues si no es capaz de esperar, esa Natalia no vale la pena.

A la mañana siguiente, Alejandro se acercó con paso decidido a la niña del vestido rojo de terciopelo, con un gran bucle en su melena rubia, le cogió la mano y le dijo con solemnidad:

¡Me voy a casar contigo, Jiménez!

La niña miró fijamente durante un momento y luego, apartándose, respondió:

¡No!

Alejandro se puso frente a ella, golpeó el suelo con el pie y repitió:

¡He dicho que me caso contigo! Pero no ahora, ¿vale, Natalia? la cogió de la mano y la miró a los ojos. Más tarde, ¿sí?

¿Por qué no ahora? preguntó ella, sorprendida. Víctor y Lucía ya se han casado.

Pero es de mentira. Nosotros lo haremos de verdad.

¡Vale! asintió la niña, y, agarrados de la mano, se fueron a jugar.

En el instituto, Alejandro le pidió a la profesora que lo sentara al lado de Natalia.

Ella se negó y colocó a Natalia con otro alumno. Alejandro, terco, se sentó a su lado.

Me casaré con Jiménez cuando sea mayor.

¡Jajaja! se rieron los compañeros. ¡Mira los tortolitos!

¡Niños, silencio! dijo la profesora con firmeza. ¿Cómo te llamas?

Alejandro.

Alejandro, eres muy pequeño para pensar en esas cosas. Vuelve a tu sitio, ¿de acuerdo?

¡No! Natalia, diles que nos vamos a casar.

Ella se limitó a sonreír.

Bueno, señorita, ¿qué dice usted? preguntó la profesora.

Nos casaremos de verdad cuando seamos mayores, no como Víctor y Lucía, que fue de broma.

Vaya la profesora los miró pensativa. Bueno, quedaos juntos.

Natalia era la reina de su corazón. Le llevaba la mochila, la protegió de los perros, de los matones, incluso de los profesores. Una vez, ella se cayó y se raspó la rodilla; él la cargó hasta el botiquín.

En bachillerato, le confesó su amor, de verdad.

¿Y Natalia?

Natalia sonrió con esa sonrisa suya y se alejó, con la cabeza alta.

¡Me casaré contigo igual! gritó él. ¿Me oyes?

Empezó a rondarla Iván, un boxeador que iba en su Renault Clio y estudiaba mecánica.

Alejandro aguantó moratones, pero no se rindió.

Hoy, al volver a casa, vio a tres chicos esperándolo.

«Vienen a por mí», pensó.

Eh, niño uno de ellos se separó perezosamente de la pared. Ven acá.

Si quieres algo, ven tú.

Qué mal hablas.

No soy un niño, tengo nombre.

En fin, escucha, déjala en paz. Esa chica es de un colega nuestro.

¿Y ese colega dónde está? ¿No se atreve a decírmelo él? Dile que, si no se aleja de mi novia Alejandro remarcó la palabra, se va a enterar.

Y, dándoles la espalda, siguió caminando.

Sentía su odio, pero no aceleró el paso. Sabía que podían saltarle en cualquier momento.

Un día lo atacaron por la espalda. Él no tenía fuerzas para defenderse, hasta que escuchó un grito.

Era Natalia, que corría hacia ellos con un listón de madera con clavos. Gritando, se abalanzó sobre los chicos que golpeaban a Alejandro.

Los repartió a diestro y siniestro mientras Javier y su amigo llegaban corriendo, avisados por Lucía, la amiga de Natalia.

Esa vez, ella lo besó por primera vez.

Por la noche, después de lavarse en la fuente del parque, Lucía les trajo mercromina y se untaron con ella entre risas.

Alejandro se sentía dolorido, pero se reía más fuerte que todos.

Al acompañar a Natalia a casa, ella se giró en la puerta.

¿Te duele?

No negó él. Nada.

Ella se levantó de puntillas y lo besó. Los demás hicieron como que no veían.

Perdóname

¿Perdonarte? Eres mi heroína. Con ese palo, los pusiste en fuga. Me das miedo, Jiménez. Si me casaré contigo y me pegas como Bruce Lee

Qué tonto se rio Natalia.

Luego llegó la mili.

Natalia no lloró ni se colgó de él. Simplemente, estuvieron juntos hasta el final.

Recuerda: cuando vuelva, nos casamos. ¿Me oyes?

Sí por primera vez desde el cole, Natalia dijo que sí. Alejandro, tengo una pregunta

¡Dila!

¿Me quieres? susurró, escondiendo la cara entre las manos.

Natalia, ¿estás tonta? ¿Todavía no lo sabes? Llevo toda la vida diciendo que me casaré contigo. Claro que te quiero, boba.

Y empezaron las cartas, ida y vuelta. Todas con un te quiero.

Hasta que dejaron de llegar.

Sus padres y Natalia esperaron en vano. En la tele salían chicos sucios, harapientos, pero vivos. Luchaban contra el mal.

Un día, llegaron tres cartas: para sus padres, para Natalia y para Javier.

A sus padres y a Natalia les escribió cosas alegres. Contó que había estado en una misión al norte, donde vio pingüinos.

Todos rieron y lloraron al leerlas.

Por la noche

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