¿A dónde vais? ¡Hemos venido a visitaros!

¡Adónde vais! ¡Hemos venido a visitaros! exclamó Concepción con una sonrisa forzada.

¡No soporto a tu hermana! gritó Luisa, frunciendo el ceño. ¡Me saca de quicio!

No eres la única respondió Tomás, apoyando a su mujer.

Se mete en todo y cree que es más lista que nadie. Deberías ver su cara de triunfo cuando logra humillarme murmuró Luisa entre dientes. Un día critica mi educación, al siguiente dice que mi maquillaje está pasado de moda

Siempre ha sido así se encogió de hombros el marido. Por desgracia, es culpa de mi madre, que la consintió demasiado.

Menos mal que vivimos a cien kilómetros de tu familia dijo Luisa, mirando al cielo.

La suegra, Encarnación, y la cuñada, Martina, vivían en la ciudad, mientras que Tomás y Luisa residían en un pequeño pueblo cercano.

Ambas mujeres eran viudas y compartían un piso, así que cada vez que el matrimonio iba a ver a la madre, también se encontraban con Martina.

La hermana de Tomás no toleraba a su cuñada, por lo que las discusiones eran inevitables.

Al principio, Luisa aguantaba en silencio, pero al notar que Encarnación empezaba a criticarla también, decidió contestar.

Cada visita terminaba en escándalo, hasta que la pareja dejó de ir.

Pronto, Encarnación lo notó y llamó a su hijo para exigir explicaciones.

¿Por qué no venís? Dos semanas sin veros. ¿No crees que tu madre y tu hermana os echan de menos? reprendió.

Tenemos mucho que hacer, no hay tiempo contestó Tomás, evasivo.

¿Qué asuntos tan importantes tenéis? preguntó Encarnación con sospecha. ¿Te lo prohíbe tu mujer? La última vez se fue con cara de haber mascado hiel.

Ya te dije, tenemos cosas que atender cortó Tomás, terminando la llamada.

Sin embargo, una hora después, Encarnación volvió a llamar para anunciar que ella y Martina irían al pueblo.

¿Para qué? se extrañó Tomás.

Visitar a una vieja amiga y de paso veros, ya que no venís explicó con firmeza.

Tomás palideció. No había evitado ir para que ahora ellas aparecieran en su casa.

Probablemente no estaremos mintió, esperando disuadirlas.

¿Adónde vais? preguntó Encarnación, irritada. Me parece que simplemente no queréis vernos. Si es así, decidlo claramente.

Tenemos un cumpleaños improvisó Tomás.

Pues id, aunque vuestra madre y hermana no vengan todos los días dijo con amargura antes de colgar.

Tomás se sintió culpable, pero al recordar cómo trataban a Luisa, dejó de preocuparse.

No le contó a su mujer lo de la visita para no alterarla.

Tres horas después, comprendió su error. Al oír el timbre, Luisa abrió la puerta.

Al ver a su suegra y cuñada, se quedó paralizada. No esperaba esa visita.

Tomás, recordando entonces su llamada, corrió al recibidor.

Luisa, ¿no estás lista? ¿Todavía en ropa de casa? criticó, fingiendo no ver a las invitadas.

¿Lista para qué? preguntó Luisa, confundida.

Para el cumpleaños. ¿Lo olvidaste? sonrió Tomás, tenso. ¡Ah, madre, Martina! ¿Qué hacéis aquí?

Te avisé dijo Encarnación con calma. ¿Nos dejáis pasar o seguiremos en el rellano?

No podemos, nos vamos. Luisa, vístete ordenó Tomás, tomándola de la mano.

Ella lo miró, y al ver su guiño, entendió la farsa.

¿Adónde vais? ¡Vinimos a veros! dijo Martina, cruzando los brazos. ¿No es tarde para un cumpleaños?

Debemos llegar en media hora cortó Tomás.

¿Irás así? se burló Encarnación, señalando su ropa.

¡Maldita sea! exclamó Tomás, corriendo a cambiarse.

Martina y Encarnación se miraron, incrédulas.

No creían que tuvieran un compromiso real.

¿No podéis cancelar? preguntó Encarnación al verlo regresar.

Imposible negó Tomás. La cena está pagada. Volved la semana que viene.

¿Y si nos quedamos hasta que regreséis? propuso Martina, mirando alrededor.

No rechazó Tomás. ¿No tenéis otro sitio?

Tu casa es mejor que la de esa vieja amiga dijo Encarnación con risita. Además, no le caímos bien.

¿Os llevo a la estación? sugirió Tomás.

No hay autobuses respondió Martina, maliciosa.

Puedo reservaros una habitación ofreció Tomás.

Encarnación frunció el ceño, decepcionada.

¿Un hotel? dijo Martina, ofendida. ¿Teméis que os robemos?

No, pero no nos gusta dejar a nadie solos intervino Luisa.

Os acompañaría insistió Tomás.

¡No hace falta! espetó Encarnación, saliendo.

Martina la siguió, lanzando reproches.

Al verlas irse, Tomás y Luisa respiraron aliviados.

La excusa del cumpleaños ya no era necesaria.

Encarnación y Martina tomaron un taxi, decididas a cortar el contacto.

Tomás solo pensó en ellas cuando, meses después, tuvo una cita médica en la ciudad y buscó dónde comer.

Martina le abrió la puerta.

Vamos a salir dijo secamente. No dejamos entrar a extraños.

Tomás comprendió, con amargura, que estaban profundamente ofendidas.

Tras aquello, la relación se rompió para siempre.

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¿A dónde vais? ¡Hemos venido a visitaros!