Hice lo que creía correcto

—¡Hola, Martita! No puedo hablar mucho, están pegando a Luis —esas palabras cayeron como un rayo en pleno día. Marta se quedó paralizada, apretando el teléfono con fuerza. Su corazón comenzó a latir descontrolado, la adrenalina inundó su cuerpo. Ni siquiera tuvo tiempo de preguntar antes de que la llamada se cortara. Su marido había salido esa noche con un amigo a tomar unas cervezas después del trabajo. Un viernes cualquiera, planes normales. Pero ahora todo había cambiado.

Marta corrió hacia la puerta, agarró las llaves y salió disparada a la calle. Mientras corría, intentó llamar a su marido una y otra vez, pero no respondía. La angustia crecía por momentos. Al final, logró contactar con el amigo de Luis, que había presenciado todo.
—¡¿Qué demonios?! ¿Cómo has podido abandonarle?! —gritó Marta por el teléfono, conteniendo a duras penas las lágrimas—. ¡¿Por qué no le ayudaste?! ¿Por qué me llamaste a mí en vez de a la policía?!

El amigo trató de justificarse, balbuceando que tuvo miedo y que quiso avisarla para que supiera lo que pasaba. Su voz temblaba, pero eso solo enfureció más a Marta.
—¡Vaya, tú te apartaste tranquilamente, ¿no?! ¡Y mi marido se quedó solo! ¡¿Te das cuenta de lo que has hecho?! —siguió ella, sin dejarle meter baza.

Corrió hacia el lugar del incidente, esperando llegar a tiempo. Pero cuando llegó, ya no había nadie. La policía se había llevado a su marido, y ella se quedó sola en medio de la calle, sintiéndose totalmente impotente.

A la mañana siguiente, fue a la comisaría, donde le dijeron que habían detenido a Luis por altercado público. Al parecer, un testigo había llamado a la policía diciendo que había una pelea. Pero nadie vio que los agresores eran unos maleantes, y no su marido y su amigo. Todo parecía indicar que ellos habían empezado el lío.

Marta estaba furiosa. Intentó explicar a los agentes que su marido era la víctima, pero estos se encogieron de hombros. El amigo de Luis, al que tanto había buscado la noche anterior, estaba en casa, durmiendo plácidamente, como si nada hubiera pasado.

Pasó todo el día recopilando pruebas y buscando testigos. Al final, un transeúnte confirmó que había visto cómo varios hombres atacaban a Luis. Eso fue suficiente para que lo soltaran.

Esa misma noche, Marta por fin pudo reunirse con su marido a las puertas de la comisaría. Él parecía agotado y hundido. Ella lo abrazó con fuerza, intentando transmitirle todo su amor y apoyo. Pero por dentro, seguía ardiendo de rabia. No podía perdonar la cobardía del amigo. Luis tuvo suerte de que no hubiera consecuencias graves.

Luis llamó a su amigo:
—¿Cómo pudiste quedarte mirando mientras me pegaban?
—No lo sé, Luis —respondió el amigo—. El miedo me paralizó. Quise ayudarte, pero no pude. Sabes que siempre he sido un cobarde. Cuando vi a esos tipos atacarte, lo primero que pensé fue en salvar mi propio pellejo. Sé que suena horrible, pero es la verdad. Entiendo que te duela, pero hice lo que creí correcto.
—Ya veo —Luis cortó la llamada, pensando: *”Para qué quiero un amigo así.”*

Más tarde, el amigo intentó explicarle una y otra vez que la cobardía no era una elección, sino parte de su carácter. No estaba orgulloso, pero tampoco podía cambiarse. Toda su vida había evitado conflictos, escondiéndose de los problemas, temiendo tomar decisiones. Esa noche solo había confirmado su debilidad. Estaba convencido de que su cobardía no debía romper su amistad. *”Bastaría con ir otra vez al bar y tomarnos unas cervezas para arreglarlo.”*

Pero ninguna excusa sirvió. Luis jamás volvió a considerarle su amigo.

**A veces, la lealtad se mide en los momentos más oscuros, y no todos están dispuestos a pagar su precio.**

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MagistrUm
Hice lo que creía correcto