«No necesitas otra casa, ¡ya tienes cuatro! ¿Y nosotros, a la calle?»

Mira, te cuento esta historia que me tiene el corazón encogido. «Sofía, por Dios, ¡si ya tienes cuatro pisos! ¿Para qué quieres otro? ¿Y mamá y yo qué, nos vamos a la calle?», le grité a mi hermana cuando me enteré de que quería quedarse con el piso familiar. Esto es una historia de cómo la avaricia de mi hermana casi nos deja a mi madre y a mí sin techo, y de cómo intenté defender lo que es nuestro.

El piso familiar y su historia
Nuestra familia siempre vivió en un piso grande de tres habitaciones en el centro de Madrid. Mis padres lo consiguieron en los años 80, y se convirtió en nuestro nido. Aquí crecimos mi hermana y yo, aquí nos crió mi madre sola después de que mi padre falleciera. El piso es viejo, pero amplio, con techos altos y ventanales. Mi madre y yo seguimos viviendo aquí, aunque hace años que pide una reforma.

Mi hermana mayor, Sofía, se mudó hace tiempo. Se casó bien, su marido es empresario, y con los años han amasado un buen capital. Sofía ya tiene cuatro pisos: dos los alquila, uno lo compró para su hijo y en el cuarto viven ellos. Nunca le tuve envidia, al contrario, me alegraba de que le fuera bien. Pero hace poco soltó que quería quedarse con el piso familiar.

«Es mi herencia»
Todo empezó cuando Sofía vino a visitarnos. De repente, sacó el tema: «Mamá, ya os cuesta vivir aquí, las escaleras son empinadas, el ascensor es viejo. Vendamos este piso, y ya buscaré algo más sencillo para vosotras y Laura». Yo me quedé de piedra: «¿Vender? ¿Y dónde vamos a vivir mi madre y yo?». Sofía soltó que era «su herencia» y que tenía derecho a su parte. Que el piso era de las tres (madre, ella y yo) y que quería lo suyo.

Flipé. Primero, ¡mi madre sigue viva! ¿Qué herencia? Segundo, Sofía sabe perfectamente que no tenemos otro sitio, y eso de «algo más sencillo» suena a habitación en una pensión. Le dije: «Sofía, con cuatro pisos, ¿para qué quieres otro? ¿Mamá y yo nos vamos debajo de un puente?». Ella empezó a hablar de inversiones, de que era «un buen negocio». Pero yo sabía que no era solo por el dinero… le entró la codicia.

La discusión con mamá
Mi madre, al oírnos, se puso fatal. Siempre ha intentado ser justa con las dos, pero esta vez estalló: «Sofía, ¿no te da vergüenza? Este piso es nuestro hogar, aquí he vivido toda mi vida». Pero Sofía no cedió: «No quiero peleas, pero es mi derecho. Si no lo vendemos, iré a juicio a reclamar mi parte».

No me lo podía creer. Nunca fuimos muy unidas, pero jamás pensé que sería capaz de esto. Intenté razonar con ella, recordarle que mi madre y yo no podemos permitirnos otra casa, que mi sueldo de profesora y la pensión de mamá no dan para más. Pero Sofía se limitó a decir: «Ya os las apañaréis».

¿Qué hacemos ahora?
Esto me tiene desesperada. Ir a juicio no quiero: sale caro, tarda años y mi madre no aguanta ese estrés. Pero entregarle el piso donde vivimos, ni hablar. Le ofrecí comprarle su parte, pero pidió una cantidad imposible, ni en diez años la juntaría. Mamá llora y dice que antes muerta que dejar su casa.

No sé qué hacer. ¿Hablar otra vez con Sofía, a ver si le remueve la conciencia? ¿O prepararme para pelear en los tribunales? Si a ti te ha pasado algo así, cuéntame cómo lo resolviste. ¿Cómo defiendes tu casa sin que la familia se rompa? Necesito consejo, de verdad.

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