¿Con quién comparte su vida tu persona?

**Diario de Javier**

Javier Alonso, o simplemente Javi para amigos y compañeros, acababa de ser ascendido a jefe de departamento en una gran empresa de Bilbao. El ascenso era merecido: trabajador, discreto, puntual. No ambicionaba ser líder, pero avanzaba con paso firme. Las felicitaciones en la oficina fueron sencillas: Javi sonreía levemente, agradecía y aseguraba que haría todo para que el equipo no se arrepintiera de su nombramiento.

Quien más se alegraba era su madre, Carmen López. Ella fue quien en su día lo llevó de médico en médico, contrató profesores particulares, le compró ropa de invierno y ahorró de su pensión para pagarle la universidad. También fue quien insistió en que invitara a los compañeros con comida casera: empanadas, ensaladillas, tapas. Aunque Javi al principio se resistió, al final cedió. No quería decepcionarla.

El día de la celebración, fue a casa de su madre a recoger la comida. Pero ella tenía cita con el cardiólogo, así que ya había dejado todo preparado en la nevera: bandejas bien envueltas. En su breve descanso del mediodía, Javi decidió no cargar solo y pidió ayuda a una compañera nueva, Lucía. Ella aceptó encantada.

Lucía, rubia y de ojos verdes, era de esas mujeres que todos miran. En la oficina se murmuraba que le tiraba los tejos a Javi: siempre sonriente, buscando excusas para que la llevara en coche…

Entraron en el piso de su madre, humilde pero limpio y acogedor. Javi abrió la nevera y empezó a sacar los tuppers. Lucía se acomodó en un taburete, mirando alrededor:

—Qué hogareño es el piso de tu madre… Muy familiar. Pero ¡¿qué es eso?!

De la habitación salió corriendo un perrito negro y empezó a gruñirle a la desconocida.

—Es Pulga —explicó Javi, levantándolo en brazos—. No te preocupes, es cariñoso.

—¿Pulga? Vaya nombre… —frunció el ceño Lucía—. Que no se me acerque, que me romperá las medias.

Javi calló. Su expresión de disgusto le molestó. Pero no fue todo: del pasillo apareció un gato negro bien alimentado, frotándose con elegancia contra las piernas de su dueño.

—Este es Duque —dijo Javi con cariño, sacando un poco de pescado cocido de la nevera—. Ahora, mi rey, aquí tienes tu comida.

Lucía retrocedió hacia la puerta.

—Vaya zoo tenéis aquí. ¿En un piso tan pequeño, un gato y un perro? Qué falta de higiene… pelo, olores… ¿Tu madre no es alérgica?

—¿Tú lo eres? —preguntó Javi en voz baja.

—¿Yo? No… no sé. Nunca hemos tenido animales. No me gustan. Son sucios…

Javi siguió guardando silencio mientras metía las cosas en bolsas. Su sonrisa desapareció. Lucía se mantenía apartada, apartando una y otra vez al perro, que quería olfatear sus zapatos.

—Vendré esta tarde a pasearlos —dijo por fin Javi—. Mi madre se enfadará si los sobrealimento, pero ¿cómo no compadecerse?

—Encima perder tiempo con ellos… Bueno, alguien tiene que hacerlo —murmuró Lucía con media sonrisa, acercándose a la puerta.

De vuelta a la oficina, no paró de hablar del nuevo menú del comedor, de la falda de María José o de cómo una compañera de contabilidad se casaba por tercera vez. Javi caminaba en silencio, asintiendo de vez en cuando. Le zumbaba la cabeza: *”Vacío. Falsedad. Ajena…”*

En la oficina ya lo esperaban: le entregaron un termo, lo abrazaron, le dieron palmaditas en el hombro. Después del trabajo, se reunieron todos. Un poco de vino, mucha comida. Lucía no se separó de él: un chiste aquí, una mirada allá, una propuesta para que la llevara a casa. Pero Javi respondió con calma:

—Lo siento, tengo prisa. Una reunión importante.

En casa le esperaba su madre.

—¿Qué tal fue todo? —preguntó sonriendo al abrir la puerta.

—Genial, mamá. Tus empanadas volaron. Dijeron que parecían de restaurante. Hasta se olvidaron de mí…

—¿Y esa chica con la que viniste hoy? Lucía, ¿no? La vecina la vio, dice que es guapísima. ¿Es ella?

—No. Solo una compañera. Y la verdad, no hay nadie más. Lo dije antes para animarte. Perdón.

—Bueno. Pero si aparece… ¿cómo debería ser esa “indicada”?

Javi reflexionó.

—Sencilla. Amable. Inteligente. Y… que te quiera. A ti. A Duque. A Pulga.

Su madre sonrió.

—Ay, Javi, lo importante es que te quiera a ti. Así nos aceptará a todos. Hasta al gato callejero con mal carácter.

Asintió. Luego cogió la correa, llamó a sus “bestias” y salió a la calle. Los tres corrieron alegres por el parque, como si volvieran a esos días en que todo era simple: mamá en casa, un bocadillo en la mochila, un cachorro en brazos, un gato en el hombro y toda la vida por delante.

Su madre lo miraba por la ventana, apretando los puños.

—Treinta años, jefe de departamento, y por dentro sigue siendo un niño. Que Dios te dé un amor verdadero, hijo mío… Y que nos quiera a todos de una vez. A Duque. A Pulga. Y a tu madre.

**Lección del día:** El amor no elige. O abraza todo lo que eres, o no es amor. Y quien te quiera de verdad, amará también tus raíces, tus huellas… y hasta a tus mascotas.

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