-Lope, ¿pero adónde vas? – Inés asomó la cabeza por la cocina, secándose las manos con un paño y mirando a su esposo con sorpresa.
López, un hombre de cuarenta y cinco años, gerente de una gran empresa de construcción, había decidido actuar. Había preparado una maleta mientras su esposa estaba ocupada en la cocina preparándole el desayuno. Ahora se encontraba en el recibidor del amplio y acogedor piso.
Inés siempre preparaba el desayuno y alimentaba a la familia por la mañana. Consideraba que un desayuno correcto y abundante no solo era clave para una buena salud, sino también la base de un día exitoso. Cuando los niños eran pequeños, ella era la primera en levantarse para preparar la comida para toda la bulliciosa familia. Tenían tres hijos, así que ella no trabajaba fuera; se dedicaba a su crianza. Por suerte, el salario de López siempre les había permitido vivir desahogadamente, sin necesidad de que su mujer trabajara.
López guardaba silencio. Observaba a Inés, con quien había vivido veinticinco años, y entendía que era momento de actuar decididamente. Su esposa, con el tiempo, había cambiado, ya no tenía esa chispa y energía en los ojos que tanto le habían atraído como hombre. Ya no le atraía como mujer.
Para eso estaba Selva, una joven morena energética a la que había conocido en uno de los eventos corporativos de su empresa. Ella era bella e inteligente, y eso impresionó a López de inmediato. Además, era valiente y decidida, cualidades que él admiraba porque él mismo se consideraba así: valiente y decidido. Por eso ahora estaba en el recibidor con su maleta. ¡Basta! ¿Por qué debía seguir viviendo con una mujer a la que ya no amaba y además gastar en ella el dinero que tanto le costaba ganar? Sus hijos ya eran adultos y se mantenían por su cuenta. Pedro y José ya trabajaban tras obtener sus títulos universitarios. Luisa todavía estaba en su último año de universidad, pero él siempre estaba dispuesto a ayudarla. Así que con eso no había problema.
¿Y su esposa? ¿Por qué debía seguir cargando con ella? Selva le insistía en lo mismo, y López comprendía que su amada tenía razón. Trabajaba mucho, sin escatimar esfuerzos, mientras que su esposa estaba en casa, gastando su dinero.
-Deberías dejarla desde hace tiempo. Se lo tiene bien montado, la vaga -le decía Selva, abrazándolo-. Y hay que dividir el piso. Que viva en una pequeña y que se busque la vida por sí misma.
-Sí. Selva, tienes razón. Ya no hay nada que nos una. Debemos tomar una decisión.
-¿Te vas a algún sitio, López? -preguntó sorprendida Inés. -¿Por qué no me avisaste? Te podría haber preparado unos bocadillos. No puedes irte con el estómago vacío sin saber cuándo vas a poder comer. ¿Vas de viaje de negocios?
-¿Por qué siempre insistes con la comida? ¡Bocadillos! ¡Qué tontería! ¿No sabes que ahora en cada esquina puedes comer bien, desayunar e incluso cenar? Te lo dejo claro: ¡hace tiempo que es posible! ¡Gallina! Siempre en la cocina como si no existiera nada más en la vida.
López se enfadaba con su esposa porque no lograba abordar el tema principal, no podía decirle que la dejaba para irse con otra.
-¿Te ha pasado algo? ¿Por qué estás tan alterado, López? -preguntó Inés, con suavidad y amabilidad.
Ella ya sabía desde hacía tiempo que su marido tenía una amante y suponía que algún día querría dejarla. Probablemente ese día había llegado. Pero Inés era una mujer sabia, entendía bien a su marido.
-¡Por eso! ¡Porque me voy! ¡Estoy cansado de esta vida!
-Entiendo. ¿Y a dónde vas? -preguntó ella sin dramatismo, como si él le hubiera dicho que iba a llover.
-A otra mujer. Es hermosa e inteligente. Nunca estará siempre en la cocina como tú. Tiene muchas otras cosas interesantes e importantes que hacer.
-Oh, ¿has encontrado a una mujer así? Felicidades, López.
-Sí, ¿por qué no lo estaría? -López estaba sorprendido de lo fácilmente que iba la conversación.
-Tú? Claro. Lo mereces todo, López.
-¿De verdad piensas así? -dudó López.
-Sí, creo eso. Nadie te conoce mejor que yo. Trabajas mucho, ganas bien, eres inteligente y, admitámoslo, guapo.
-Bueno, entiendes que también tendré que dividir este piso, -murmuró López suavizando el tono, como disculpándose.
-Tengo claro. Me parece justo. Te apoyo en eso. Dividamos el piso legítimamente, -Inés sonrió.
-Bueno, gracias por tu comprensión. Pensé que ibas a armar un escándalo. Pero te has comportado humanamente. A fin de cuentas, no me equivoqué al elegirte como esposa. -dijo orgulloso López.
-¿Para qué escandalizarse? Si hemos dejado de amarnos, ¿vamos a estar juntos toda la vida? ¿Quién dijo eso? No seremos los primeros. -contestó Inés.
-Bueno, es bueno que lo pienses así. Mira, sería bueno que buscaras un trabajo. Porque dejaré de darte dinero. Debes entender que según la ley seremos desconocidos. ¿O me vas a demandar por manutención? Te advierto, perderías. Eres trabajadora y saludable, Inés. Simplemente has estado en casa mucho tiempo.
-¿En casa? ¿Eso es lo que ves? ¿Nuestros tres hijos crecieron solos? Bueno, no voy a discutir. Y sobre el trabajo, te diré algo. No lo buscaré. No lo necesito.
-¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cómo vas a vivir? ¿Esperas que tus hijos te ayuden? Acaban de empezar a trabajar, quizás no les sobra.
-No voy a pedir dinero a los hijos, ¿qué te inventas? -Inés demostró algo de molestia. -Tengo otro plan.
-¿Cuál podría ser?
-Te interesa mi vida personal después de dejarme?
-Por compasión y cuidado me interesa. Después de todo, compartimos muchas cosas, como los hijos.
-Me casaré de nuevo. Y mi esposo me mantendrá -soltó Inés, esperando reacción de López.
-¿Casarte? ¿Cómo?
-Claro. Pronto seré una mujer divorciada. Así que, tengo pleno derecho a casarme de nuevo.
-¿Así que hay candidatos? ¿Piensas que encontrar a un buen esposo es tan fácil como ir de compras? Sobre todo, a tu edad, Inés, -examinó escéptico.
-No habrá problema con eso. No lo dudes -afirmó ella.
-¿Por qué tanta seguridad? -López aflojó la corbata. Sin darse cuenta, había pasado del recibidor a la cocina y empezó a comer los crêpes que su esposa acababa de hacer.
-Perdóname, López, te hablaré sin rodeos. Honestamente.
-Dilo -López devoraba su segundo crêpe-. Sírveme té. Me atraganto…
-Sospeché que querías dejarme -Inés sirvió el té, como por casualidad.
-¿De verdad? ¿Por qué sospechabas?
-Es mi secreto de mujer. Entonces pensé, ¿qué me espera? Y decidí actuar.
-Actuar? -López perplejo dejó de masticar.
-Sí. Me registré en un sitio de citas. Y fue halagador ver el interés de tantos hombres.
-¿En serio? ¿Citas? No esperaba eso de ti.
-Bueno, estamos solos por nuestra cuenta ahora. Así que decidí empezar la selección. Es complicado, lo sabes, y no rápido. No podemos errar, el elegido no debería irse luego con alguna joven atrevida. Lo sabes.
-¿Ya hay candidatos? ¿O solo tienes esperanza?
-Claro, hay. Y no pocos. -sonrió astuta y dulce Inés.
-¿De verdad? ¿Qué atraerá a hombres una mujer envejecida como tú?
-¿Qué dices? Las de mi edad somos las más populares en internet. Somos codiciadas por hombres sabios y maduros. Las jóvenes, inconstantes y caprichosas, necesitan todo tipo de cosas. Nosotras, calmadas y hogareñas, sabemos y entendemos qué necesita un hombre.
-¡Eso es absurdo! Los hombres siempre van a buscar a las más jóvenes -afirmó López.
-Quizás lo hagan. Pero después buscan otras mujeres. Además, mencioné que sé cocinar y tengo mi propio piso, independiente de nadie, -como dijiste, vamos a dividirlo-, entonces sobraban los pretendientes.
López callaba. Consideraba lo que su esposa decía. Era desagradable saber que le iría tan bien tras su partida. Algo se movía en su interior. ¿Celos? ¡Qué fastidio! Eso le faltaba.
-Entonces, ¿te marchas? Creo que te esperan, López. No está bien hacer esperar a alguien. Y yo también tengo una cita. Debo arreglarme. Primero en lista quiere encontrarse conmigo. Ya me llama hace tiempo. Si te vas, ¿para qué demorarlo?
-Sabes, recordé. Hoy tengo una reunión con proveedores. Dejo la maleta. Luego la recojo. Esta noche. O mañana. Y tú no vayas a ningún sitio. ¿Qué prisa, mira! Es irrespetuoso conmigo. Alguien aún no se ha ido y ya la esposa se lanza. Detente.
López se fue al trabajo. Incesantes dudas lo azotaron todo el día. ¿Actuaba bien? ¿Le recriminarían los hijos? ¿Lo lamentaría? Las preguntas lo inquietaban y no le dejaban ver si estaba haciendo lo correcto.
López imaginaba una opción diferente. Se iría con Selva, y si algo fallaba, siempre podría volver con Inés. Pero ahora parecía que no habría retorno. Inés tendría otro esposo.
Hacia el final del día, finalmente Selva lo llamó.
-¿Qué pasa? Te estaba esperando con tus cosas esta mañana. No viniste. Encontré un bonito piso para nosotros en una buena zona. Tenemos que ir al salón de muebles para elegir el dormitorio. Y pasar por la agencia de viajes para pagar el viaje a Bali. Recuerda a Bali, cariño.
Selva hablaba sin parar, sin escuchar si López respondía.
-¡Selva! ¡Silencio un momento! -gritó.
-¿Sí? -ella pausó su verborrea.
-¿Qué hay para cenar? -preguntó de repente López.
-¿Cenar? Nada… -Selva se descolocó. -Estoy a dieta. Tú también debes bajar de peso, discutimos esto. Pero si deseas, podemos pedir algo.
Ella continuaba hablando, pero López había apagado la conexión. Sabía que en casa le esperaría una buena cena y una tranquila noche. Y no quería ir a Bali.
Nadie llamará a Inés “su esposa”. ¡No lo permitirá!