El cortejo nupcial atravesaba la ciudad a toda velocidad, los cláxones sonaban con fuerza mientras la novia irradiaba felicidad. Estefanía no podía creerlo: estaba a punto de convertirse en la esposa de su amado Alejandro. No importaba lo que dijeran los demás, no importaba cuánto se opusieran sus padres: su amor lo superaría todo.
Pero en un instante, todo se convirtió en una pesadilla. El coche cambió de dirección repentinamente y aceleró fuera de la ciudad. «¿Qué está pasando? ¡Deberíamos ir al registro civil!» – Estefanía entró en pánico. El conductor sonrió misteriosamente: «Una sorpresa…»
Una hora después, se encontraba en medio de un pantano, frente a una cabaña abandonada. Su boda no se había celebrado. El conductor le lanzó una chaqueta y desapareció, y su teléfono vibró con un nuevo mensaje: «¿Ya has dejado al sapo en el pantano? Ahí es donde pertenece.» El mensaje era de su suegra. ¿Y su amado? Lo sabía todo. Había callado. Había aceptado.
Estefanía estaba sola. Lloró, temblando de frío y de rabia. En su vientre, una nueva vida se movía – una sorpresa que había querido compartir con Alejandro el día de su boda. Pero ahora estaba sola. Tenía que sobrevivir.
El tiempo pasó. Luchó. Trabajó hasta la extenuación, dio a luz a su hijo y lo crió sola. El destino la obligó a volver a confiar en las personas cuando se convirtió en nodriza de dos huérfanos cuya madre había muerto en el parto. Fue acogida en una gran casa, pero aún no sabía que pronto esa casa sería suya.
Porque años después, cuando volvió a encontrarse con Alejandro, él estaba frente a ella, destrozado – sin dinero, sin su madre, sin orgullo. ¿Y ella? Era fuerte, exitosa, feliz.
Pero cuando apareció su verdadero hombre – no aquel que la había abandonado, sino el que reconoció su valor – tomó su mano y le dijo: «No puedo imaginar mi vida sin ti.» Y esta vez, no era una mentira.
Fueron a visitar a sus padres. A aquellos que había dejado atrás hace tanto tiempo. Y cuando su estricto padre se levantó en silencio, la miró y la estrechó en un fuerte abrazo, entendió: por fin estaba en casa.
Ahora su historia era una historia de triunfo. Ahora ya no era una víctima. Era la heroína de su propia vida.