Todavía no puedo olvidar la infidelidad de mi esposa, que ocurrió en 1978.

 

Cuando tenía 35 años, pensaba que nuestra vida con Lucía era perfecta: un trabajo estable como ingeniero, una casa acogedora en las afueras y una familia feliz. Llevábamos casados 10 años, criábamos a nuestro hijo y parecía que nada podía perturbar nuestra felicidad. Sin embargo, 1978 se convirtió en un punto de inflexión, dejando una cicatriz en mi corazón que aún no ha sanado.

Todo comenzó en verano, cuando Lucía consiguió un trabajo en una galería local. Siempre había mostrado interés por el arte, y este puesto era como un sueño hecho realidad para ella. Una nueva chispa apareció en sus ojos: volvía a casa llena de inspiración, contándome sobre exposiciones y nuevas amistades. Me alegraba por sus logros, pero pronto empecé a notar cambios.

Lucía comenzó a quedarse más tiempo en el trabajo. Al principio, lo justificaba con la preparación de exposiciones, pero luego surgieron algunas “reuniones”. Siempre había sido sociable y confiaba en ella, pero su repentina ocupación comenzó a preocuparme. Las noches las pasaba solo, preguntándome si realmente estaba tan ocupada como decía.

Una tarde volví a casa más temprano de lo habitual y noté que Lucía no estaba. Su bolso y llaves estaban en su lugar, pero ella había desaparecido. Era extraño: siempre me informaba si iba a llegar tarde. Al día siguiente, decidí ir a la galería con el pretexto de recogerla después del trabajo. La vi salir del edificio con Carlos, el curador de la galería. Se reían juntos y él la acompañó hasta su coche.

Intenté convencerme de que era solo una relación profesional, pero la inquietud no me dejaba tranquilo. Esa noche le pregunté directamente: “¿Estás escondiendo algo de mí?” Lucía se turbó, pero negó todo. Sin embargo, su mirada, cargada de culpa, decía más que sus palabras.

Una semana después, supe toda la verdad. Uno de sus colegas, que ya no podía callar, me contó que entre Lucía y Carlos había algo desde hace tiempo. Cuando volví a hablar con ella sobre ello, admitió: “Fue un error. Me confundí.” Sus palabras me destrozaron el corazón. Intentó explicar que había sido una cosa de una sola vez y que no significaba nada, pero ya no podía verla de la misma manera.

Decidimos intentar salvar nuestro matrimonio por el bien de nuestro hijo. Lucía prometió que nunca volvería a suceder algo así. Traté de perdonarla, pero resultó ser más difícil de lo que pensaba. Entre nosotros se formó un abismo que se profundizaba cada día. Dos años más tarde, nos divorciamos. No solo por la infidelidad, sino también porque nos habíamos convertido en extraños el uno para el otro.

Han pasado más de 40 años desde entonces. Lucía ha desaparecido de mi vida hace mucho, pero todavía no puedo olvidar el momento en que rompió mi confianza. A veces me pregunto, ¿qué hubiera pasado si entonces no hubiera sabido la verdad? Quizás sería más feliz viviendo en la ignorancia. Pero esas son solo preguntas sin respuesta.

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Todavía no puedo olvidar la infidelidad de mi esposa, que ocurrió en 1978.