Javier estaba sentado en la cocina, acariciándose pensativamente la barbilla con los nudillos.

Me llamo Carmen y tengo 61 años. Hasta hace poco, estaba convencida de que mi vida era tan firme como una roca.

-Lo tuyo sería ayudar con dinero en lugar de venir – dijo con frialdad la tía Carmen.

Rosa Díaz secó sus manos mojadas y, quejándose del dolor en la espalda, fue a abrir la puerta.

Durante la hora del almuerzo, me fui a una peluquería en Madrid para hacerme la manicura. En la silla

—¡Vaya, otra vez con esa cara de vinagre! —reprochó Carmen Rodríguez con fastidio—. ¡Podrías al menos

– Tu esposa nos arruina todas las celebraciones – le dijo la madre a su hijo. –

Tienes que poner la mesa – ¡Lucía, nos vemos en tres días! Y no olvides preparar tu famosa empanada de carne.

Mi dolor: odio a mi esposa y no quiero tener hijos con ella ¿Cómo puedo seguir adelante? Me llamo Andrés.

Julia Martínez se volvió, observando a la mujer que tenía frente a sí sin reconocerla. —¿Ángela?
