Llegaste? ¿Y quién te invitó? Mejor hubieras ayudado con dinero, – articuló secamente la tía.

-Lo tuyo sería ayudar con dinero en lugar de venir – dijo con frialdad la tía Carmen.

Jimena frunció el ceño ante el insistente sonido del teléfono que la despertó.

Miró sorprendida la pantalla del móvil, era su prima Blanca, con quien no había hablado en más de dos años.

– ¿Estás durmiendo? Qué suerte tienes, yo no puedo pegar ojo. He llorado tanto…

– Es de noche, claro que estoy durmiendo, – respondió Jimena mirando el reloj, que marcaba las dos y media de la madrugada.

– ¿Si duermes tan tranquila es porque aún no sabes nada? – insistió Blanca con misterio.

– Blanca, ve al grano – Jimena bostezó. – Tengo que madrugar.

– Ya tendrás tiempo de dormir. Tenemos una desgracia en la familia – replicó su prima con reproche, como si Jimena fuera responsable.

– ¿Qué ha pasado? – preguntó Jimena asustada pensando en su madre.

– Tío Roberto falleció hoy, – sollozó Blanca. – Fue de repente. A tía Carmen la tomó por sorpresa. No hay dinero. Necesitamos reunirnos para ayudar. Mañana mi hermano y yo vamos al pueblo. ¿Vienes con nosotros?

– No, no puedo. Solo iré al velorio.

– Entonces hazme una transferencia, le daremos el dinero a la tía mañana, – insistió Blanca sobre la ayuda económica. – Siete mil euros.

Jimena transfirió la cantidad a su prima desde el móvil y volvió a acostarse.

No estaba especialmente afligida por la triste noticia, ya que había dejado de relacionarse con la familia de su padre tiempo atrás.

Después de su muerte, cortaron contacto con la familia de Jimena, diciendo que ya no eran parte de ellos.

Ella pensó que sería incorrecto no hacer nada y decidió ayudar.

Tras la transferencia, nadie más la llamó. Blanca se olvidó de ella por completo.

Jimena intentó varias veces contactarla para saber cuándo sería el velorio, pero su prima no contestaba.

Tras conseguir la información por medio de conocidos, fue a despedir al tío.

Su tía Carmen la recibió con un rostro descontento, más molesta por su presencia que por la muerte de su esposo.

– Has venido… ¿Quién te llamó? Más te valdría haber ayudado con algo de dinero, – dijo la tía con desprecio.

– Pero si transferí siete mil euros, – replicó Jimena.

– Qué raro, no me ha llegado nada, – dijo la tía Carmen con escepticismo.

– Se lo pasé a Blanca…

– Bah, no digas tonterías, – la mujer cruzó los brazos. – Recibí solo catorce mil de Pablo y ella, siete mil de cada uno. Tu nombre no estaba.

– No entiendo nada, – Jimena buscó con la mirada a su prima.

Pero había desaparecido. Jimena finalmente la encontró afuera, cerca de la cerca.

– Blanca, ¿no le diste a la tía el dinero que te pasé? ¿Dónde está? – exigió Jimena.

– Sí le di, – respondió de mala gana.

– Ella dice que solo recibió de ti y de Pablo…

– Está confundida, – dijo Blanca con indiferencia.

– ¿Le diste catorce mil?

– Sí.

– ¡Eso es para dos, no para tres!

– ¡Por favor! El viaje también hay que pagarlo, – Blanca puso los ojos en blanco.

– ¿Siete mil? Son solo doscientos kilómetros. Además, ¿por qué debo cubrir el viaje? – inquirió Jimena.

– ¿Quieres que te devuelva el dinero o qué? – preguntó sarcásticamente Blanca.

– Sí, quiero.

– No ahora, te haré una transferencia después – Blanca se dio la vuelta con la cabeza en alto y se alejó.

Jimena, después de todo, ya no quiso quedarse en la casa ajena, lamentándose por la reacción de su tía y la actitud de su prima.

Llamó a un taxi discretamente y se marchó. Una semana después, su madre la llamó llorando.

– Hija, ¿es cierto que primero diste dinero para el entierro de Roberto y luego lo reclamaste? – preguntó con lágrimas su madre.

– Sí, di, pero no pedí nada de vuelta.

– Tía Carmen anda diciendo por el pueblo que te quedaste con el dinero. Que te molestaste porque no te recibió con los brazos abiertos, – añadió la madre con tristeza. – Me da vergüenza ir por el pueblo, todos me miran raro.

– ¡Mamá, las cosas no sucedieron así! – Jimena estaba indignada por los chismes de la familia.

Le explicó a su madre lo que realmente sucedió en casa de la tía Carmen.

– Blanca nunca me devolvió el dinero, – concluyó Jimena.

– Entonces se lo quitó a la tía Carmen y dijo que fuiste tú. ¡Qué sinvergüenza! Ojalá esa injusticia les cause problemas, – exclamó su madre enfurecida.

Jimena tuvo el impulso de llamar a Blanca, pero decidió no amargarse la vida y cortar el contacto.

Sin embargo, dos meses después, su prima inesperadamente volvió a llamar.

– Vamos a ponerle un monumento al tío Roberto. Son mil euros por tu parte, – comunicó Blanca en tono autoritario.

– No voy a dar ni un céntimo más.

– Vaya, menuda forma de tratar a la familia, – se quejó Blanca al teléfono. – No me lo esperaba, la verdad.

– Yo tampoco esperaba que me timaran como a una idiota y luego difundieran chismes.

– ¿De qué estás hablando?

– ¿Le quitaste el dinero a la tía Carmen?

– ¡No!

– ¡Mentira!

– Bueno, sí, lo cogí. ¿Y qué? – respondió Blanca desafiante. – No gastas casi nada en la familia.

– ¿Será porque solo piensan en mí en situaciones trágicas?

– ¿Para qué es la familia, entonces? En fin, ¿vas a dar el dinero o no?

– No. No me devolviste lo que le quitaste a la tía Carmen. ¿Crees que quiero seguir relacionándome contigo? Y, de todas formas, después de la muerte de mi padre, todos dijeron que mi madre y yo ya no éramos familia, así que no tengo obligación de ayudar – respondió Jimena, bloqueando el número de su prima.

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Llegaste? ¿Y quién te invitó? Mejor hubieras ayudado con dinero, – articuló secamente la tía.