Javier estaba sentado en la cocina, acariciándose pensativamente la barbilla con los nudillos. Era la quinta vez que revisaba las fotos de su prometida. En ellas aparecía feliz y enamorada. Pero no de él.
Junto a ella en las fotos había otro hombre. Aproximadamente de la misma edad que Javier. Descubrió que se conocieron en el trabajo. No es que trabajaran juntos; este hombre era cliente de la empresa donde estaba su novia. Ella firmaba contratos con varias compañías y entregaba personalmente los documentos a algunos clientes especialmente importantes. Este debía ser uno de esos clientes importantes, puesto que Inés se había acercado mucho a él.
Javier comenzó a sospechar de su prometida hace un par de meses. Empezó a notar que ella pasaba mucho tiempo chateando en su teléfono. Cuando le preguntaba con quién hablaba tan tarde, ella siempre respondía que era por trabajo.
Después, comenzó a llegar tarde a casa, afirmando que tenía mucho trabajo. Pero volvía a casa no cansada, sino todo lo contrario, contenta y alegre.
Luego Javier encontró por casualidad un recibo de una tienda de lencería. Quizás se le cayó del bolsillo. No sería nada raro, salvo que él no había visto ninguna prenda nueva. Se dice que los hombres no notan estas cosas, pero Javier no era de esos. Amaba observar a Inés, sobre todo cuando salía del baño hermosamente ataviada con encajes. Y ella lo sabía perfectamente. Pero esta vez había silencio.
Hace dos semanas, Javier vio que alguien llevó a Inés a casa después del trabajo. Javier nunca había sido celoso y no le importaba que un colega la llevara a casa. Pero aquella vez, al mirar por la ventana, vio cómo un coche se detenía en su patio. Algo le hizo esperar a que alguien saliera del vehículo. Al final, fue Inés quien salió. Sin embargo, permaneció en el coche al menos cinco minutos antes de bajar. No se necesita más de medio minuto para dar las gracias a quien te ha llevado.
Javier se sentía paranoico. Así que, para no acusar sin pruebas ni pensar mal, contrató a un detective privado. Estaba seguro de que el detective volvería en unos días para informarle de que todo iba bien con Inés y que no estaba engañándole.
Pero su mundo se desmoronó cuando el detective le entregó unas fotos. Aunque la mayoría de las fotos con el hombre podían ser explicadas, había una en la que se besaban, y ese beso no podía tener otra explicación más que la infidelidad.
Muchas personas harían un escándalo, golpearían al otro hombre y echarían a la prometida con deshonra. Pero Javier no era así. Quería hacer que Inés pagara, que sintiera la misma ansiedad e inquietud que él había sentido. Se le ocurrió un plan.
Al día siguiente, compró una tarjeta SIM y la insertó en su antiguo móvil. Con ese número, envió a Inés la foto donde se besaba con su amante. No añadió ningún mensaje, solo la imagen.
Inés leyó rápidamente el mensaje e intentó llamar a ese número. Pero Javier rechazó la llamada y apagó el teléfono.
Esa noche, esperó impaciente su llegada. Ella le llamó durante el día, quizás para asegurarse de que todo estaba bien, pero él le respondió con un mensaje diciendo que estaba ocupado.
– Hola, cariño, – entró ella al apartamento, mirándolo atentamente.
– Hola, – le sonrió él, ayudándole a quitarse el abrigo. – ¿Cómo ha ido tu día?
– Todo bien, – respondió ella con cautela. – ¿Y el tuyo?
– Todo normal. Vamos a cenar, he pedido algo de comer.
Inés suspiró aliviada, pero Javier no le daría tregua.
Mientras cenaban, Javier abrió una botella de vino, sirviendo un poco en sus copas.
– ¿Ya decidiste la fecha para la boda? – preguntó. Inés estaba entre el verano o el otoño.
– Sí. Creo que a finales de agosto, ¿qué te parece?
– Genial. Hay que empezar los preparativos, – respondió Javier, observándola con atención. Ella se relajó completamente. Si Javier hablaba de la boda, todo debía estar bien.
– Sabes, – dijo, – hoy recibí un mensaje extraño.
Disfrutaba viendo cómo se ponía tensa Inés.
– ¿Qué mensaje? – preguntó pálida.
– No sé, – se encogió de hombros, – alguien desde un número desconocido escribió que sabía un secreto. Si le pagaba, me lo contaría. ¿Puedes creerlo?
– ¡Claro que es un timo! – exclamó enseguida Inés. – Bloquéalo, y ya.
– Pensé hacerlo, pero estoy intrigado por ver qué más inventará, – comentó Javier con una sonrisa.
– No debes esperar, – se inclinó hacia adelante Inés. – He oído que son estafadores. De alguna manera consiguen entrar en tu móvil y robar dinero si sigues hablando con ellos.
Conteniendo el aliento, Inés esperó la reacción de su prometido. Necesitaba que él bloqueara ese número. Porque ya había adivinado qué secreto estaba revelando el misterioso mensajero. Solo no sabía que era el propio Javier.
– ¿Cómo van a meterse en mi móvil? – Rió Javier. – No pienso abrir enlaces ni compartir información personal. Y si acaso – se detuvo –, esa persona puede que realmente tenga información importante. Quizás algo relacionado con el negocio.
– Yo no me arriesgaría, – dijo Inés, respirando con dificultad. – Es peligroso.
– No lo creo, – sonrió Javier, retirando la mesa.
Toda la noche su prometida estuvo pegada a él. Javier sabía que ella quería alcanzar el móvil para bloquear el número. Y él realmente se mandó ese mensaje para que, en caso de querer revisar, tuviera confirmación. Pero ahora quería divertirse un poco más.
Diciendo que iba a ducharse, dejó el móvil en la mesita. Estaba seguro de que Inés aprovecharía para poner ese número en la lista negra. Y así fue.
Cuando la chica estaba cómodamente viendo la televisión, pensando que la amenaza había pasado, Javier sacó el número de la lista negra y, desde la cocina, se envió otro mensaje.
– Mira, otra vez escribe ese número, – comentó inocentemente.
– ¡¿Cómo?!
Inés quería añadir que era imposible, ya que había arreglado todo. Pero no tuvo el coraje de admitir que había bloqueado personalmente el número.
– Fíjate, – añadió Javier, – dice que alguien cercano me está engañando. Y que tiene pruebas. ¿No es gracioso?
– Ajá, – respondió Inés, volviendo a empalidecer. – Tengo que hacer una llamada de trabajo, ¿puedo ir a la cocina?
– Claro, – le sonrió Javier.
Por supuesto, Inés intentó nuevamente llamar al número. Pero Javier había apagado el móvil justo después de enviarse el mensaje.
– ¿Has podido contactar? – preguntó cuando ella regresó.
– No, – murmuró ella mientras se acostaba.
Al día siguiente, ella estaba visiblemente nerviosa. Y para el almuerzo recibió de nuevo un mensaje del famoso número. Intentó llamar inmediatamente, pero el teléfono estaba apagado.
«Pronto tu prometido lo sabrá todo», decía el mensaje.
Como Inés no logró contactar, mandó su propio mensaje.
«¿Qué quieres?»
Y al final de la jornada, recibió la respuesta.
«Confiesa tú misma, o lo haré yo».
Camino a casa, Inés se sentía como si fuera a la guillotina. Esperaba un escándalo de Javier, pero él estaba tan sereno como siempre. Así que tomó la iniciativa.
– ¿Hoy no te han llegado mensajes de ese número?
– ¿De qué número? Ah, de ese. No, no ha llegado nada. ¿Por qué?
– Nada, solo curiosidad.
Justo cuando estaban a punto de dormir, Javier recibió otro mensaje.
– Qué raro, – comentó, – dice que queda una hora. ¿De qué puede ser?
Inés cerró los ojos, suspiró y luego, acomodándose, comenzó a hablar.
– Javier, tengo que confesarte algo…
– ¿Qué, amor? – preguntó sonriendo.
– Te he sido infiel, – lágrimas brotaron de los ojos de Inés. – ¡Perdóname! ¡No sé cómo pasó! ¡Te amo a ti y solo a ti! ¡No podía seguir callando! ¡Esto me consume por dentro! ¡Siento tanta vergüenza!
– Entiendo, – respondió Javier sorprendentemente tranquilo. – Pero solo lo confesaste porque te lo pidieron. Más bien, porque yo te lo pedí.
– ¿Qué? – preguntó asombrada.
– Fui yo quien te obligó a confesar. Fui yo quien mandaba esos mensajes tanto a ti como a mí. Y aunque nunca he sido un sádico, disfruté viendo cómo estabas perdida. Porque ni siquiera puedes imaginar lo que sentí cuando descubrí que me engañabas.
– ¿Cómo pudiste? – susurró. – Podríamos haber hablado…
– Podríamos. Pero decidí que así podía vengarme. No me siento mejor, por desgracia. Pero tú estás peor. Ahora…
Javier miró a Inés con una sonrisa triunfante.
– Creo que entiendes que es hora de que te vayas. Ah, y cancelarás la boda con tus padres y amigos tú misma. Yo supervisaré para que des la verdadera razón, no culpes a otros.
Inés miraba a Javier sin reconocerlo. Nunca pensó que fuera capaz de algo así.
En silencio, se levantó y comenzó a empacar sus cosas. Mientras tanto, Javier puso su película favorita, intentando evadir el dolor en su pecho que no desaparecía. Pero sabía que el tiempo lo curaría, así como Inés también desaparecería de su vida.