No te necesitamos

No necesitamos nada de ti

Al trabajo llegó Ximena con el ánimo por el suelo; el día anterior se había divorciado de su esposo. Sus colegas, conocedoras de toda la situación, al verla perdida, hicieron lo posible por animarla:

– Xime, ¿qué pasó para que te divorciaras de tu marido? No es el fin del mundo, ni eres la primera ni la última. Eres fuerte y criarás a tus hijos. Él se arrepentirá. Lo importante es que no te desanimes – le decía Carmen, quien ya llevaba cinco años divorciada.

– Carmen tiene razón – intervino Valeria. – Los hombres son así, si ven que una está mal tras el divorcio, se alegran, piensan que sin ellos estamos peor. Pero si te ven arreglada, feliz, entonces les da rabia. Piensan que se puede vivir bien sin ellos. Así que, Xime, ¡ánimo y todo irá bien!

Ximena asentía con sus colegas, aunque en su interior pensaba:

– Es fácil hablar desde fuera, pero ¿cómo voy a vivir con dos chicos con un solo sueldo cuando además aman a su padre? Tendré que acostumbrarme.

Se había divorciado de Álex después de una década de matrimonio. Un día él llegó del trabajo y le confesó:

– Me voy con otra mujer. No siento que tengamos una familia, ya no te amo. Algo pasó, me desenamoré.

– Seguro es una jovencita, por eso te has ido. Eres igual que muchos otros hombres…

– No, no es joven. Me voy con una mujer que tiene dos hijos.

– Muy bien, dejas a tus propios hijos para criar a los de otra. Adiós y que no se te ocurra volver, no te quiero ver más. No te perdonaré – intentaba decir ella con calma, mientras pensaba – no verá mis lágrimas, traidor.

Las lágrimas llegaron después cuando él cerró la puerta y se fue con sus pertenencias. Al calmarse un poco pensó:

– ¿Cómo es posible? Mi marido se fue con una mujer con dos hijos; el suyo también la dejó por otra. Es increíble cómo todos estamos en la misma situación. Pero la mujer a la que fue Álex debería entender lo difícil que es quedarse con dos hijos sola. No la detuvo a pesar de saberlo también. No me entra en la cabeza por qué destruiría otra familia. ¿No había hombres libres? Ahora vivimos en el mismo barrio y los niños ven a Álex a menudo.

Ximena no tenía tiempo para pensar en sí misma o lamentarse; tenía que cuidar de sus hijos. Su padre se había ido y no les llamó ni una vez para preguntar cómo estaban sin él. Ella no sabía qué decirles a los niños. Un día lo encontraron por la calle y corrieron hacia él:

– ¡Papá, papá! – y en casa lo esperaban por la noche.

Ximena habló con ellos aquella noche para distraerlos, pero seguían esperando a su padre. Perdió la paciencia y al día siguiente llamó a su ex:

– Podrías al menos visitar a los niños o salir con ellos. Si no quieres verme a mí, puedo enviarlos para que paseen contigo. Te divorciaste de mí, no de ellos. Puedes recogerlos en el colegio; ellos no tienen la culpa de que encontraras a otra. ¿Cómo les explico todo esto?

Álex escuchó pacientemente y luego colgó sin más. Fue entonces cuando Ximena entendió definitivamente que los niños no le importaban. Con el tiempo, los niños se acostumbraron a vivir sin su padre. Ya no lo recordaban y, aunque lo veían por la calle, pasaban de largo.

Por supuesto, Ximena se esforzaba en que los niños se distrajeran. Cuando tenía tiempo libre los fines de semana, iba con ellos al parque, al cine, a exposiciones para niños. En los días fríos se quedaban en casa. Veía que los niños estaban tristes, así que les daba algo que hacer. A veces horneaban juntos. Ella les pasaba la masa y les decía:

– Haced lo que queráis, lo que se os ocurra.

Y los chicos hacían figuras de animales, cubos, bolitas. Luego, cuando todo estaba horneado, buscaban sus “obras de arte” y se las comían, repartiendo entre ellos y su madre. A Ximena le costaba, le dolía por sus hijos, pero tenía que seguir adelante y educar a sus chicos. Afortunadamente, iban bien en la escuela y no causaban problemas; los maestros nunca se quejaban, incluso los elogiaban en las reuniones de padres.

Un día de invierno, Ximena iba de regreso a casa apresurada y, al resbalar en una zona cercana, cayó. En ese momento, un hombre de un coche próximo la ayudó a levantarse. Vio que había salido del coche estacionado. El paquete de compras no se rompió y él se lo devolvió a Ximena.

– Buenas tardes – dijo él amablemente.

– Pues lo serán para otros, porque yo me caí – replicó molesta, aunque luego recapacitó y respondió con cordialidad – buenas tardes y gracias.

El hombre, viendo que le dolía la pierna, le dijo:

– ¿Le duele la pierna? ¿Puedo ayudarle?

– No lo sé, creo que está bien, al menos no hay fractura. Duele un poco por el golpe.

– ¿Le llevo? – insistió él – No se preocupe, no tengo malas intenciones. Me llamo Javier. Pasaba por aquí, pero quizás no por casualidad, tal vez sabía que iba a caerse – bromeó.

Ella sonrió ligeramente:

– No, gracias, ahí está mi casa, puedo llegar sola. No se preocupe, Javier, yo soy Ximena. Adiós.

Ella caminaba cojeando un poco hacia el edificio, mientras Javier la veía hasta que ella desapareció en el portal.

Un par de días después, Ximena volvía del trabajo y vio de nuevo a Javier. Estaba cerca de su edificio con un ramo de flores y sonreía.

– Hoy espero que las tardes sean buenas, Ximena.

– Sí, hoy son buenas – ella también sonreía.

– Entonces esto es para ti – le ofreció el ramo.

– Gracias, pero ¿cómo así?

– No hay motivo, solo para alegrarte el día. Te extrañaba y decidí esperarte, por si necesitabas de mi ayuda otra vez, pensé.

– Gracias, pero como ves, hoy ando bien, no me caigo tan seguido – reía Ximena.

Poco a poco conversaron y Javier la invitó a un café.

– Hoy no puedo, Javier. Mis chicos están en casa, así que no puedo quedarme. Dejemos para mañana. Tengo dos hijos, ya sabes… piénsalo.

– Vale, quedamos entonces. Te recojo tras el trabajo, ¿dónde trabajas? Y avisa a tus chicos de que llegarás tarde, yo entiendo todo… también tengo dos… bueno, tenía…

Al día siguiente, en la cafetería, Javier contó su historia.

– Tuvimos familia, mi esposa y dos hijos. Mi esposa se fue al pueblo con los chicos por el fin de semana, pero yo no pude ir, estaba trabajando en un proyecto. Cuando regresaban del pueblo con un vecino, quedaron atrapados en la carretera con nieve y hielo, su coche se deslizó y chocaron con un camión. Perdí a todos mis seres queridos. Eso fue hace seis años. Desde entonces, estoy solo.

– Oh, cuánto has tenido que soportar, perder a la familia de un golpe. Lo siento mucho. Perdona que te haya hecho revivirlo.

– Ya lo he aceptado. Los tres primeros años fueron difíciles, me costó encontrarme a mí mismo. Quiero una familia unida y eso es difícil de conseguir…

– Yo pensaba que mi problema era que mi marido me dejó por otra, pero esto…

Ximena se sintió conmovida por Javier, lo vivió tan intensamente como si fuese su propio dolor y pensaba: “Dios mío, que todos estén vivos y sanos”.

Su relación con Javier fue creciendo y los hijos de Ximena lo aceptaron de inmediato. Se quedaban con él en las noches, tanto que apenas podía hablar con Ximena, pero le gustaba. Ximena se enternecía viendo cuánto anhelaban la presencia masculina, cómo jugaban entusiasmados compartiendo con Javier sus experiencias e historias.

Pasó el tiempo y Javier le propuso matrimonio a Ximena. Ella ya lo esperaba, no imaginaba la vida sin él.

– Claro, amor, acepto encantada – exclamó ella feliz, mientras Javier también brillaba de felicidad.

Con el paso del tiempo, formaron una familia unida, aunque Ximena no pudo tener otro hijo. Pero él trataba a los hijos de ella como si fueran suyos.

Contaba a sus compañeras:

– Parece que siempre hemos estado juntos. Como si el anterior matrimonio no existiera y, a veces, los niños parecen de Javier.

Pasaron unos años y su exmarido llamó. Sabía que Ximena estaba casada y que tenía otra familia. Había visto a Javier y a los niños varias veces, sabía que eran felices. Aun así llamó, y ella respondió.

– Quiero comenzar de nuevo – dijo el exmarido.

Ximena rió y respondió:

– Después de dejarme con todo el peso, después de calmarme por los chicos y recuperar mi felicidad, piensas que volvería contigo. He encontrado verdadera felicidad con Javier. Somos una familia completa. Hace mucho que dejamos de pensar en ti; los niños llaman a Javier “papá”. Tú no nos haces falta, ya no somos nada para ti.

– Me siento mal sin ustedes… – intentó justificar Álex.

– Pero nosotros estamos bien ahora, adiós.

Quizás, años antes, este llamado la habría alegrado, pero ya no. Recordó lo que sus compañeras le dijeron, acerca de que algunos hombres no soportan ver a sus exmujeres ser felices sin ellos y piensan que siempre serán suyas. No consideran que otros tomen su lugar, o que ellas también sean necesarias para alguien más.

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