Misterio bajo las estrellas: drama en el bosque

El Secreto Bajo las Estrellas: Un Drama en Pinar del Río

A los 62 años, conocí a un hombre y fuimos felices hasta que escuché su conversación con su hermana. Esa noche me rompió el corazón, sembrando dudas sobre el amor que apenas comenzaba a florecer.

¿Quién diría que a mis 62 años me enamoraría con la intensidad de mi juventud? Mis amigas se reían, pero yo brillaba de felicidad. Se llamaba Javier, un poco mayor que yo. Nos conocimos en un concierto de música clásica en Pinar del Río. Durante el intermedio, empezamos a hablar y descubrimos que compartíamos el amor por los libros y el cine de otra época. Esa noche, una fina lluvia caía, el aire olía a tierra mojada y asfalto, y de pronto, me sentí joven otra vez, con el mundo entero por delante.

Javier era caballeroso, atento y con un humor fino. Reíamos juntos con las mismas historias, y a su lado aprendí a disfrutar la vida de nuevo. Pero aquel junio, tan lleno de luz, pronto se oscureció con un secreto que nunca imaginé.

Empezamos a vernos cada vez más: íbamos al teatro, debatíamos sobre poesía, compartíamos recuerdos de años de soledad, a los que yo ya me había acostumbrado. Un día, Javier me invitó a su casa junto al río, un lugar de postal. Olía a pino fresco, y el sol del atardecer doraba el agua. Nunca había sido tan feliz. Pero una noche, mientras dormía allí, él salió diciendo que tenía que “arreglar unos asuntos”. En su ausencia, sonó el teléfono. En la pantalla apareció un nombre: Isabel.

No contesté, no quería parecer entrometida. Pero una inquietud, como una sombra, se apoderó de mí. ¿Quién era Isabel? Al regresar, Javier me explicó que era su hermana, con problemas de salud. Su voz sonaba sincera, y le creí. Pero en los días siguientes, sus salidas se hicieron más frecuentes, y las llamadas de Isabel no cesaban. Sentía que ocultaba algo. Éramos tan cercanos, pero algo invisible nos separaba.

Una noche, desperté y Javier no estaba. A través de las paredes, escuché su voz apagada al teléfono:
—Isabel, espérate un poco más… No, ella aún no sabe… Sí, lo entiendo… Necesito tiempo…

Mis manos temblaron. “Ella aún no sabe” —esas palabras iban por mí. Me acosté de nuevo, fingí dormir cuando volvió, pero mi mente ardía en preguntas. ¿Qué secreto guardaba? ¿Por qué necesitaba tiempo? Mi corazón se encogió de dolor.

Por la mañana, le dije que saldría a comprar frutas al mercado. En realidad, necesitaba un rincón del jardín para llamar a mi amiga:
—Carmen, no sé qué hacer. Creo que Javier y su hermana tienen algún problema grave. ¿Deudas? ¿O algo peor? Justo cuando empezaba a confiar…

Carmen suspiró al otro lado:
—Habla con él, Elena. O te consumirán las dudas.

Esa noche no pude más. Cuando Javier regresó, pregunté, temblorosa:
—Javi, escuché tu conversación con Isabel. Dijiste que yo no sabía nada. Por favor, dime qué pasa.

Su rostro palideció, bajó la mirada:
—Perdona… Iba a decírtelo. Isabel es mi hermana, pero está en un gran aprieto. Tiene deudas, le pueden quitar su casa. Me pidió ayuda, y yo… casi he agotado mis ahorros. Temí que, si lo sabías, creerías que no soy de fiar, que no tengo nada para ofrecerte. Quería solucionarlo antes de hablarte.

—Pero ¿por qué dijiste que yo no sabía? —mi voz temblaba de rabia.
—Porque tenía miedo de que te fueras. Acabábamos de encontrar algo verdadero. No quería cargarte con mis problemas.

Un dolor agudo me atravesó, pero luego vino el alivio. No era otra mujer, ni una doble vida, ni avaricia… solo su miedo a perderme y el deseo de proteger a su hermana. Las lágrimas asomaron. Recordé mis años de soledad y supe que no quería perderlo por un malentendido.

Le tomé la mano:
—Tengo 62 años y quiero ser feliz. Si hay problemas, los resolveremos juntos.

Javier respiró hondo, sus ojos brillaron. Me abrazó con fuerza. Bajo la luz de la luna, con el canto de los grillos y el aroma de los pinos, sentí que la angustia se esfumaba. Lo único importante era que estábamos juntos.

Al día siguiente, llamé a Isabel y le ofrecí ayuda con el banco —siempre fui buena organizando cosas, y aún tenía algunos contactos. Al hablar con ella, sentí que no solo ganaba un amor, sino también la familia que siempre había deseado. Isabel se conmovió, y enseguida conectamos.

Mirando atrás, entendí lo crucial que es enfrentar los problemas junto a quien amas, en vez de huir. Sí, 62 años no son la edad más romántica para un nuevo amor, pero la vida me demostró que aún puede haber milagros si abres el corazón. Ahora, nuestra historia en Pinar del Río inspira a otros, recordando que el amor y la confianza pueden vencer cualquier oscuridad.

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