La traición de la hija

**Traición de una hija**

Nunca imaginé que a los 52 años me convertiría en un hazmerreír, y todo por culpa de mi propia hija —confesó amargamente Lucía a su amiga—. Toda la vida trabajando sin descanso, ahorrando, aceptando cualquier empleo extra para que mi hija lo tuviera todo. Y ahora me acusa de robarle. ¡Todo Valladolid habla de esto! Además, encontró a su padre, con quien no hablábamos desde hace quince años, y le contó todo.

Lucía suplicó a su hija y a su exmarido que dejaran de esparcir rumores, pues era una vergüenza para toda la ciudad. Pero fue inútil. No paraban de repetir lo mismo: que ella había robado a su propia hija. Su amiga, confundida, preguntó:
—Lucía, no entiendo nada. ¿Cómo pudiste robarle? Cuéntame desde el principio.

—Sabes cómo crié sola a Marta —suspiró—. ¿Recuerdas que mi marido me dejó con ella, que solo tenía dos años, por otra mujer? Imagínate lo duro que fue.

—Claro que lo recuerdo. ¡Aún no sé cómo lo lograste!

Lucía respiró hondo, evocando aquellos días oscuros. Tras el divorcio, supo que no podía quedarse en su pueblo natal, donde todo le recordaba la traición. Vendió el pequeño piso que heredó de sus padres y se mudó con Marta a Valladolid. El dinero apenas dio para un modesto apartamento en un barrio decente. Inscribió a Marta en la guarder, se buscó dos trabajos y así conoció a su amiga. La vida era agotadora: horarios interminables, cansancio, pero el cambio le dio esperanza.

Trabajó sin descanso para que Marta no careciera de nada. Ropa bonita, nuevos teléfonos, clases de baile, profesor de inglés… todo lo que la niña deseaba. Sin ayuda de nadie, Lucía sostuvo a su familia sola. Quiso que su hija nunca sintiera falta de nada, así que renunció a vestidos nuevos y vacaciones para ahorrar.

—¿No me digas que pagaste todo tú sola? —preguntó su amiga—. ¡Pensé que tu ex te ayudaba!

—Pagaba la pensión —admitió Lucía—. Pero durante cinco años no toqué ese dinero. No quería nada de un traidor. Luego revisé la cuenta y había una buena suma, pero no la necesitaba, así que la dejé para el futuro. También ahorraba parte de mi sueldo.

Marta siempre tuvo lo necesario, así que esos ahorros nunca se usaron. Lucía soñaba con su vejez: una casita en el campo, un huerto, gallinas, conejos. Su hija se casaría, y ella le dejaría el piso mientras le enviaba conservas caseras. Claro, la mayoría de esos ahorros venían de la pensión, no de su trabajo.

—¡Qué idea más bonita! —sonrió su amiga—. Yo también sueño con una casita rural. ¡Eres increíble!

—No me alabes —replicó Lucía, con una mueca amarga—. Cuando compré la casa, estaba eufórica y se lo conté a Marta… y me arrepentí al instante. Me acusó de robarle y dejó de hablarme.

—¿De verdad por dinero? —su amiga no lo creía—. ¡Marta siempre fue inteligente y buena!

—Y lo sigue siendo —suspiró Lucía—, pero de algún modo cree que le robé. Discutimos mucho. Luego encontró el número de su padre y se quejó con él. Ahora exigen que devuelva todo. Mi ex me llamó egoísta, diciendo que gasté en mí el dinero que él dio para la educación de Marta. Pero no entienden que yo trabajé el doble para darle todo. ¿Acaso soy tan mala madre como para robarle?

Lucía calló, con los ojos llenos de lágrimas. Recordaba cómo se privó de todo para que Marta viviera bien. Cada gadget, cada viaje a la playa… todo salió de su esfuerzo. Y ahora su hija, a quien crió con tanto amor, se volvió contra ella. Valladolid murmuraba: «¡Lucía le robó la pensión a su hija!» Los vecinos cuchicheaban, y Marta, en vez de defenderla, avivaba el conflicto reuniéndose con el padre que las abandonó.

Su ex, Alejandro, no se contuvo:
—¡Gastaste el dinero que enviaba para Marta! ¿Cómo pudiste? ¡Era su futuro!

Lucía intentó explicar que ella cubrió todas las necesidades de Marta, que la pensión se acumuló intacta hasta que cumplió su sueño. Pero Alejandro no escuchó. Tampoco Marta. Su rencor era profundo, como si su madre le hubiera arrebatado algo invaluable. Lucía se sentía traicionada. Dio todo por su hija, y ahora la tachaban de egoísta.

Una tarde, sentada en su casita, rodeada de silencio y aroma a hierbas, reflexionó. ¿Habría errado al no consultar a Marta? Pero, ¿acaso sus años de sacrificio no demostraban que todo lo hizo por ella? Le escribió una carta larga, abriendo su corazón: su cansancio, su sueño, su deseo de que Marta nunca sufriera. Su hija no respondió… pero un mes después llegó sin avisar.

—Mamá, me equivoqué —dijo, bajando la mirada—. No entendía todo lo que hiciste por mí. Perdóname.

Lucía la abrazó, sollozando de alivio. Hablaron durante horas, desentrañando resentimientos. Marta admitió que su padre avivó su ira para acercarse a ella. Poco a poco, repararon su relación, y Valladolid dejó de hablar de la «ladrona». Lucía se quedó en su casita, pero ahora Marta iba a ayudarla con el huerto, y su vínculo era más fuerte que nunca.

Esta historia habla de dolor, perdón y amor que resiste las pruebas. Lucía demostró que, incluso en la oscuridad, siempre hay luz si crees en ti y en los tuyos.

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La traición de la hija