La novia olvidó cómo decir “gracias

La novia que olvidó decir «gracias»
—Lucía, ¿tenéis algo para comer? —preguntó Inés sin detenerse—. Estoy que me muero de hambre. Y voy con mucha prisa. Hoy tengo que hacer mil cosas. Es el 8 de marzo, ¿sabes? Las chicas me esperan para salir de fiesta.

—Sí, nuestro día —asintió Carmen con una sonrisa, extendiendo una cajita diminuta—. Esto es para ti, cariño. Felicidades.

Dentro brillaba una pulsera que Inés llevaba años deseando. Aunque su sueldo era bueno, el dinero se le esfumaba entre chaquetas de moda, extensiones de pelo y cenas con amigas. Carmen, conocedora de ese anhelo, quiso sorprenderla. Desde que Alejandro, su hijo, presentó a Inés, la trató como a una hija. Y es que Carmen, madre de un chico ya adulto, siempre soñó con una niña.

Pero no calculó una cosa: que el exceso de bondad nubla el agradecimiento. Cuando lo bueno se vuelve rutina, algunos olvidan valorarlo.

Inés se instaló en su casa de las afueras de Toledo sin pedir permiso. ¿Motivos? Una mansión impecable, neveras llenas y cero obligaciones. Hasta los viajes a la playa o las escapadas a casas rurales los pagaban otros, pese a su sueldo. Ni un euro para un postre aportaba.

Nadie sospechaba maldad en ella. Hasta aquel 8 de marzo.

Carmen y Marta, su mejor amiga, reservaron un hotel con spa en Madrid: piscina, masajes y cena de lujo. Solo para ellas. Hasta que sonó el teléfono.

—¿Puedo pasar? —insistió Inés.

Marta arqueó una ceja al verla devorar ostras y langostinos como si fuera su festejo. Ni un «felicidades» para las anfitrionas. Al entregarle el regalo, mascó un «guay» entre bocados y se marchó corriendo:

—Alejandro me espera mañana. ¡Hoy toca discoteca!

—¿Y la cena que preparó? —recordó Carmen, herida por su indiferencia ante los pendientes de plata que él ahorró meses para comprar.

—Que la coma él —zanjó Inés, despidiéndose con un aire de princesa ofendida.

El silencio quedó suspendido.

—Carmen… —comenzó Marta.

—Lo sé. La malcrié tanto que hasta el «gracias» borré de su vocabulario —susurró, mirando su copa vacía.

Al día siguiente, Alejandro escucharía una verdad incómoda. Y Inés, sin saberlo, perdería más que una pulsera.

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