**La hija no querida**
Desde pequeña, Natalia creyó ser adoptada. Una vez, buscando documentos en casa, halló su partida de nacimiento: sus padres biológicos figuraban allí. Lejos de aliviarla, la confirmación la sumió en confusión. Si era su hija verdadera, ¿por qué la trataban distinto?
Natalia era la mayor. Tres años después nació Sofía. Tras su llegada, los recuerdos se volvieron nítidos: a Sofía la consentían con juguetes nuevos, mientras Natalia usaba ropa heredada de una prima. Si Natalia sacaba malas notas, la castigaban sin televisión o salidas. Si Sofía fallaba, su madre la abrazaba: «Las notas no definen a nadie».
La frase que odiaba Natalia era «Sofía es la menor», seguida de «déjale el peluche» o «que ella tome el último dulce». Al crecer, Sofía notó el favoritismo y lo explotó con talento dramático: lloraba a conveniencia, adulaba a sus padres. Natalia, sin esa astucia, solo podía golpear puertas ante las injusticias.
Al no entrar en la universidad pública, Natalia estudió un ciclo formativo. Sus padres alegaron no tener dinero, aunque invertían en academias para Sofía. Tras el primer año, Natalia alquiló una habitación con su sueldo y se mudó. La convivencia se había vuelto insoportable.
Sofía, sabiendo que sus travesuras quedaban impunes, abandonó los estudios y salía de fiesta. Robaba ropa y maquillaje de Natalia, incluso llegó a culparla de unos cigarrillos encontrados. Los padres, como siempre, creyeron a la menor.
Con el tiempo, Natalia terminó sus estudios, encontró un buen trabajo y compró un piso con hipoteca. Conoció a Javier, se casaron en secreto y construyeron una vida estable. Su suegra, Carmen, le repitió: «El problema no eres tú. Hay quienes reparten amor con cuentagotas. Esa fue su elección».
Una noche, su madre llamó desesperada: Sofía, sin carné, había atropellado a alguien con el coche de un amigo. Estaba ebria. «¡Necesitamos dinero para sobornar a la policía y compensar al herido!», suplicó. Natalia se negó: «Que asuma las consecuencias. Ya no soy parte de esto».
Colgó sintiendo un alivio frío. Javier la abrazó mientras lloraba, pero después, secas las lágrimas, supo que había cortado el último hilo. Meses más tarde, supo que a Sofía le dieron seis meses de cárcel.
Al nacer su hija Laura, Natalia avisó a sus padres. Respondieron: «Ahora solo tenemos una hija». La indiferencia de Natalia sorprendió hasta a ella misma. No le dolió. Con Javier, Carmen y Laura, entendió que podía romper el ciclo: cuando nació su segundo hijo, Diego, supo que jamás repetiría los errores del pasado.
Los abuelos biológicos nunca conocieron a sus nietos. Natalia, en cambio, encontró paz cada vez que Carmen susurraba a Laura: «Tu mamá es valiente. Y tú, preciosa, tienes todo el amor del mundo».