*15 de mayo de 2023*
A veces la vida te da bofetadas para recordarte que, incluso en el fondo del pozo, puede haber luz. Hoy me inspira contar la historia de Lucía, una mujer a la que admiro profundamente. Ahora vive feliz en Madrid, rodeada de amor, criando a sus hijos… pero el camino no fue sencillo. Fue una montaña rusa de traiciones, dolor y milagros inesperados.
Lucía era de Valladolid. Inteligente, radiante, llena de energía. Cuando ganó la lotería de visados para España, creyó que el destino le sonreía. Hizo las maletas y se instaló en Barcelona, convencida de que empezaba una vida nueva. Al principio, todo fue bien: encontró trabajo, se adaptó, conoció a un hombre—también inmigrante, veinte años mayor. Se casaron. No era un matrimonio perfecto, pero funcionaba.
Ella lo amaba. A pesar de la diferencia, compartían complicidad. Sin embargo, él tenía un vicio: las mujeres. No podía resistirse a una mirada coqueta. Lucía lo ignoró, pensando que el amor lo curaría. Hasta que descubrió que se había acostado con su mejor amiga. Ahí se le rompió el alma. Después de doce años juntos, se marchó. Sin dramas. Con dignidad. Solo se llevó a su perro, *Canelo*, y nada más.
No tenía a dónde volver. Su madre vivía en Valencia, así que fue allí. Empezar de cero a los cuarenta no es fácil, pero al menos tenía a su familia. Hasta que el destino le dio otra bofetada: a su madre le diagnosticaron cáncer. Lucía dejó su trabajo para cuidarla día y noche. Dos meses después, recibió una carta de su empresa: *”Lamentamos informarle que su contrato ha sido rescindido”*.
Fueron días oscuros. El dinero se esfumaba, el futuro parecía roto. Lo único que la sostenía era ver mejorar a su madre. Un atardecer, decidió sacarla a pasear con *Canelo* al parque. Hacía sol, el aire olía a azahar. Y entonces, como si el universo dijera *”basta”*, ocurrió.
*Canelo* se soltó de la correa y salió corriendo como un loco. Lucía tras él. Detrás, su madre, gritando: *”¡Cuidado, niña, que te vas a caer!”*. Pero *Canelo* no huía sin rumbo. Ia directo hacia una elegante caniche blanca, paseada por un hombre de unos cincuenta años, bien vestido. Los perros se entendieron al instante… y después, ellos.
Se llamaba Alejandro. Con una sonrisa, le dijo que corría *”con la elegancia de una medallista olímpica”*. Lucía se rio, y por primera vez en meses, sintió que el peso se esfumaba. Quedaron al día siguiente para pasear a los perros juntos. Y al otro. Y al siguiente.
Un año después, se casaron. La boda fue de ensueño: medio barrio de Salamanca bailó sevillanas, hubo un pastel de tres pisos y cava hasta el amanecer. Resultó que Alejandro era dueño de una importante constructora, adinerado pero humilde. Y, sobre todo, sinceramente enamorado.
Y luego, en su cumpleaños número 45, Lucía dio a luz a gemelos. Los médicos advirtieron del riesgo, de su edad, del estrés previo… Pero Dios, al final, le devolvió todo lo que le había quitado. Amor. Familia. Futuro.
Esta historia no es solo para celebrar su final feliz. Es para las mujeres que a los cuarenta, cincuenta o más, creen que es tarde. Que piensan *”lo mejor ya pasó”*. Mientras respires, el corazón puede latir de nuevo. Mientras vivas, puedes reír, amar, reinventarte. Lucía no se rindió. Y encontró su *”a pesar de todo”*. Tú también puedes.