¿Eres realmente mi esposa si no hemos ido al registro civil?

Estoy confundido pensando en esa última conversación con Arkadi. Me irritaba que él me dijera que no era su esposa, como si esas cosas importaran tanto cuando habíamos vivido juntos tanto tiempo. Nunca fuimos al registro civil, es cierto, no tengo un anillo en mi dedo.

Valeria sintió un nudo en el estómago, y aunque deseaba mucho todo eso, al final habían vivido bien sin formalidades.

—¡No! ¡No y no! —gritaba Arkadi—. No eres nadie para mí. ¿Con qué derecho te haces llamar mi esposa?

—¡Arkadi, no me castigues con tu silencio! —suplicó Valeria entre lágrimas—. ¡Hablemos, por favor!

—¿Y qué tienes tú que decirme? —se quejaba él—. ¡Dijiste más de lo que debías!

—Pero si no dije nada malo… —replicó Valeria—.

—Recuerda esto: el silencio es oro, especialmente en tu caso —dijo dándose la vuelta.

—Cariño, no te enfades tanto —intentó acercarse ella.

—¡Hubiera preferido que no dijeras nada! —dijo, desesperado mientras movía las manos—. Las mujeres tenéis una habilidad inigualable para arruinarlo todo con una sola frase.

Valeria pensaba que el enfado de Arkadi se debía a que esa mañana le había gritado, pero él tampoco había sido un santo.

—¿Cómo has podido hacer algo así? —le increpó furiosa—. Todos tienen manos normales, pero las tuyas…

—Rompes tu taza, y además tocas la mía. ¿Será que quieres quedarnos sin tazas?

Valeria lo había interpretado todo mal, y ahora Arkadi estaba molesto y se había ido a trabajar sin despedirse. A su regreso, no le dirigió ni una palabra.

Era evidente que debía solucionar el conflicto.

—Arkadi, no te preocupes por las tazas, el sábado vamos a la tienda y compramos otras. Tus manos están bien como están.

—¿De qué tazas hablas? —preguntó él con una mirada de incredulidad—. ¿Es que no ves que el problema no son las tazas?

—Puedo disculparme, cariño, pero por favor, no te enfades.

—¿Disculparte? —rió de manera histérica—. Si con eso se pudiera arreglar lo que has hecho, sería el hombre más feliz del mundo.

—Por Dios, ¿qué he dicho tan grave? —intentaba entender Valeria, intuyendo que el verdadero conflicto no eran las tazas.

—¿Quién le dijo hoy a mi jefa que hablaba con la esposa de Arkadi? —gritó salpicando saliva en el rostro de Valeria.

—Estabas en la ducha y el teléfono sonaba sin parar, —se defendió Valeria—. Respondí y le pedí que esperaras mientras te lo alcanzaba. Me preguntó quién era y le dije que tu esposa, y cuando llegué con el teléfono, ya había colgado.

—¡Y todavía lo preguntas! —Arkadi gritaba cada vez más fuerte—. No eres mi esposa. ¿He ido acaso al registro civil contigo? ¿Te he puesto un anillo?

Valeria intentó recuperar el control. Quería todo eso, pero habían vivido bien sin formalidades.

—¡No, no y no! ¡No eres nadie! —insistió Arkadi.

***
—¿Y esto cuánto tiempo más va a durar? —preguntó Sofía, la madre de Valeria, con una sonrisa—.

—Mamá —dijo Valeria con un toque de reproche—, no son tiempos para sermones. Tú misma, después de la muerte de papá…

—No me tires en cara mi vida, hija—le cortó Sofía, aún con esa chispa en los ojos—. A mi edad, ya no me afectan las habladurías. Pero eres joven, y la vida está para vivirla.

—Mamá, cincuenta y cuatro no es viejo—añadió Valeria—. Aún puedes encontrar un buen hombre… y casarte varias veces si quieres, con las tendencias de ahora.

—Quizá, si encontrara a alguien decente… pero por ahora sólo me toca vivir con sustitutos —dijo Sofía, arreglándose el cabello.

—¿Y quién eres tú para hablarme así? —bromeó Valeria entre risas.

Sofía dejó de reír y se puso seria:

—Lera, sé que hoy muchos viven sin papeles, tienen hijos y es una unidad familiar válida. Pero eso, legalmente, se llama convivencia. No tiene garantías.

—Mamá, cuando hay amor, ¿qué más da?

—El amor puede irse de un día para otro. Un marido oficial, podría ofrecer algo de estabilidad—replicaba Sofía—. Si hay hijos, al menos habrá pensión. Pero si hay propiedades, coche, bienes… si él se pone difícil, no recibirás nada, ni con un juicio.

—Mamá, tenemos una buena relación, Arkadi y yo. Llevamos seis años juntos. ¿Para qué sellarlo? Nuestras nóminas son iguales.

—No me convence. No es ordenado—insistió Sofía—. Al menos introdúcelo suavemente en la idea. Llama esposo a Arkadi, jugando.

Podrías acostumbrarlo poco a poco… hasta que acabes poniéndole un anillo.

—Y si sus palabras lo asustan, ¿y termino sola? Ya sabes, mamá, la felicidad es frágil, hay que cuidarla —contestó Valeria.

—La vida es tuya —Sofía se encogió de hombros—. El tiempo dirá, y si vas sola o con un nieto, será bienvenido.

Valeria agradecía el amor y los consejos de su madre, pero estos la hacían reflexionar.

***
Su amiga Ana también solía aconsejarla sobre regularizar su relación con Arkadi, aunque sus argumentos eran otros.

—Si compras una casa, coche o lo que sea a crédito -dijo Ana—. Todo tendrá que ponerse a nombre del cabeza de familia…

—Ana, por favor, sin dramas.

—Está bien, a nombre de Arkadi, y si os separáis…

—No seas pesimista.

—Algo así y adiós, —Ana hizo un gesto teatral—. Puede regalar lo que quiera a sus parientes, y tú no podrás decir ni pío.

—Claro que podré decir algo —afirmó Valeria.

—Dirás lo que quieras… pero no podrás probar que esos bienes son compartidos, que los habéis pagado juntos…

—¿Los tribunales?

—Sólo ellos podrán defenderte, pero será difícil. Podrán afirmar que no has puesto un céntimo en nada.

—Me cuentas lo peor —dijo Valeria.

—Es un caso común para los tribunales —dijo Ana—.

—¿Entonces debo llevar cuentas y grabar conversaciones sobre dinero? —preguntó Valeria.

—O ir al registro civil, —Ana sonrió con dulzura.

—Mamá dice lo mismo, hay que hacer que se acostumbre a las palabras marido y esposa.

—Pues adelante, ponte manos a la obra.

***
Las palabras “esposo” y “esposa” se convirtieron en parte del vocabulario habitual de Valeria tan naturalmente que empezó a utilizar estos términos en casi cualquier situación.

Al principio, temía que Arkadi protestara, pero solamente sonreía, aunque él mismo no las usaba.

Sin embargo, Valeria siguió insistiendo, llamándolo marido en todos lados.

Tan inmersa estaba que, cuando la jefa de Arkadi llamó y preguntó quién hablaba, sin pensarlo, se identificó como mujer de Arkadi.

***
—Arkadi, llevamos tantos años juntos —expresó Valeria—. Pensaba que éramos una familia… y que teníamos un futuro juntos con hijos…

—Eso es lo que debiste seguir pensando, sin meterte con mis jefes. No hubieras contestado esa llamada. Ya está.

—Cariño, pero si siempre te llamo esposo, ¿qué diferencia hay?

—Toda la diferencia —replicó molesto—. Ahora me despedirán, ¡me has arruinado! Mi carrera…

—¿No estás exagerando un poco? —preguntó Valeria, sorprendida.

—Mira —bufó Arkadi—. Mi jefa, Mª Bor. estaba interesada en mí como soltero. Y ahora, eso ya no es posible.

—Pero…

—Nada. Firmará mi despido —concluyó con claridad.

***
Valeria quedó desolada después que Arkadi se fue. Una semana más tarde, recibió la visita de Mª Bor.:

—Valeria, quiero disculparme —dijo sin rodeos—. No por despedir a Arkadi, sino porque vivían engañadas. Creíamos que era…

—Entiendo —respondió Valeria sin mirarla—

—Por supuesto, tenía mis propios intereses, todo el mundo creía que era soltero.

Valeria tragó saliva, sintiendo el amargo sabor de la traición.

—Pensábamos que era soltero, y así todas competíamos… Si hubiéramos sabido que había alguien,

—No estuvimos casados…

—Da igual, es mejor así. Porque él ni esposo ni pareja, sólo un… ¿No cree que mejor alejarse?

Valeria no pudo sino estar de acuerdo.

No fue un esposo, ni siquiera una pareja… sólo un simple tonto.

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