El Enigma del Regalo Prometido

**Diario de Ana López**

El salón del restaurante en pleno centro de Sevilla vibraba con la boda de Ana y Sergio. Los invitados reían, la música fluía sin parar, y los novios brillaban de felicidad en la mesa principal. Llegó el momento de los regalos. Los padres de Ana fueron los primeros, entregando un sobre abultado con dinero. Luego llegó Carmen, la madre de Sergio, con un ramo de rosas y un susurro intrigante: «Mi verdadero regalo lo recibiréis después de la boda». Ana miró a su marido, desconcertada. «Ni idea de qué habla mi madre», se encogió de hombros Sergio, con una sonrisa incómoda. Pero Ana no podía imaginar el juego que estaba tramando su suegra.

Desde antes de la boda, Carmen solía decir con misterio: «No quiero regalaros una tontería. No esperéis nada ese día, pero después os sorprenderé con algo grande». «No hace falta, de verdad», contestaba Ana, incómoda. «Mamá, solo queremos que estés con nosotros», añadía Sergio. «No voy a llegar con las manos vacías al matrimonio de mi hijo», replicaba ella con firmeza. «Pero no hablemos de esto con los demás». Sergio asentía, aunque Ana dudaba que su suegra cumpliera. Sabía que a Carmen no le iban bien las cosas, pero la boda la pagaron ellos solos. Sus padres, pese a su humilde economía, juntaron mil quinientos euros para los novios. En la boda, Carmen solo dio flores, un gesto que pasó desapercibido entre brindis y bailes. Ella, sin embargo, brilló con sus discursos, saboreando la atención.

«No os imagináis lo que os tengo preparado», susurró Carmen al final de la noche, los ojos llenos de picardía. «Un regalo que os dejará boquiabiertos… pero más adelante». «Tranquila, no te preocupes», respondió Sergio, apretando la mano de Ana. «Me has dejado intrigada», admitió ella, disimulando su curiosidad. «¿Sabes algo y no me dices?» «Ni idea, pero lo importante es que estamos juntos». Ana asintió, pero la intriga no la dejaba en paz. Intentó sonsacar a Carmen, pero solo recibió sonrisas enigmáticas: «Si os lo cuento, ya no sería sorpresa».

Pasaron meses y el prometido regalo nunca llegó. Lo que antes era una anécdota graciosa, ahora irritaba a Ana. Ocho meses después, se atrevió a recordárselo a Carmen. «¡Solo os importa el dinero!», estalló su suegra, herida. «¿Por qué no preguntas cómo estoy?» «Si necesitas ayuda, dilo», respondió Ana, confundida. Pero Carmen calló, victimizándose y quejándose a Sergio de la «descarada» de su mujer. «No presiones a mi madre», le pidió él. «Solo pregunté por curiosidad, ¡ella misma lo avivó!», se defendió Ana.

Desde entonces, Ana evitaba a Carmen, lo que empeoró las cosas. «Antes me adulaba por el regalo, ahora me esquiva», se quejaba ella. «No es así», defendía Sergio. «Entonces, ¿por qué ni siquiera viene a casa?», replicaba Carmen. Ana suspiraba: «Nada la complace. Primero le molestaba mi interés, ahora mi distancia. ¡Mañana le irritará cómo respiro!» «Cree que solo queremos su dinero», decía Sergio, culpable. «Claro, pero en un año no nos ha dado nada», recordaba Ana. «Mis padres siempre traen algo». «¿Criticas que mi madre venga sin regalos?», se irritaba él. «No, pero además se lleva los tápers de comida que preparo».

El tema era tabú, pero los conflictos continuaban. Carmen, como echando leña al fuego, criticaba cada gesto de Ana, mientras contaba a todos lo mucho que la quería. «Hacemos todo por ella y no valora nada. Hasta pensé en darle el anillo de mi bisabuela, pero mira cómo me paga». Los demás asentían, conmovidos por su actuación.

En el primer aniversario, Carmen volvió a hablar del «gran regalo». «Esperad algo increíble», anunció, invitada a una cena íntima. «No hace falta tanto», dijo Ana tímidamente. «Haré lo que yo quiera», replicó Carmen, sarcástica. Sergio estalló: «¿Por qué discutes siempre con ella?» «¡Justo! Su ‘regalo prometido’ aún sigue pendiente», contestó Ana.

Acordaron no pelearse más por eso. En el aniversario, los padres de Ana regalaron un mantel bordado y sábanas; los amigos, vajilla y copas. Carmen llegó con una enorme tarjeta y un discurso interminable que duró quince minutos. «Ni una palabra del regalo», advirtió Sergio al salir. «No pensaba decir nada», mintió Ana.

Pero el silencio duró poco. Un mes después, Carmen pidió para su cumpleaños un móvil caro. «¿En serio vamos a comprárselo?», cuestionó Ana. «No es tanto para nosotros», dijo Sergio. «Vale, pero en un mes es el cumple de mi madre. Los regalos deben ser iguales». Al final, Carmen recibió un modelo económico y montó en cólera, culpando a Ana de «poner a Sergio en su contra». Desde entonces, no paraba de maquinar su venganza.

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El Enigma del Regalo Prometido