«Vergüenza en una bolsa»: cómo mi suegra agotó mi paciencia
Estaba Sofía reorganizando su armario cuando sonó el timbre de la puerta. Al abrir, encontró a su suegra, Carmen López, con una sonrisa de oreja a oreja.
—¡Hola, hija! Pasaba por aquí y pensé en tomarnos un café —dijo con entusiasmo.
—Adelante —respondió Sofía, forzando una sonrisa mientras contenía un suspiro—. Enseguida termino de ordenar y nos ponemos.
Se dirigieron al salón. Sofía seguía doblando la ropa con cuidado, mientras Carmen se acomodaba en el sillón y la observaba con indisimulada curiosidad.
De pronto, la suegra vio una bolsa de compras junto al sofá. Al echar un vistazo, abrió los ojos como platos y exclamó:
—¡Sofía! ¿Qué es esta vergüenza?
—¡Otra vez llena de ropa inútil! —refunfuñó, señalando los paquetes en el sofá.
—Son cosas viejas, solo estoy ordenando —contestó Sofía, cansada, mirando al cielo.
—¿Y mi hijo sabe en qué gastas el dinero? —preguntó Carmen con malicia.
—Yo también trabajo, por si no lo sabías —replicó Sofía, apurándose para cortar la conversación.
Pero la suegra no se calló. Sacó un vestido de la bolsa y lo examinó con desdén.
—Con esto solo podrías ir de fiesta… o a algo peor —soltó, burlona.
—Todavía tiene la etiqueta, no lo he usado nunca —dijo Sofía, fría, intentando recuperarlo.
—¡Menos mal! —gruñó Carmen—. A tu edad, ¿no es hora de vestir con más decencia?
—Tengo veintinueve, no cuarenta y nueve —recordó Sofía con una sonrisa helada.
—A tu edad, deberías llevar vestidos más largos, no enseñar todo —sentenció la suegra—. ¡Por eso todavía no tengo nietos!
—¿Qué tiene que ver mi ropa con eso? —preguntó Sofía, conteniendo la ira.
—Todo: si te vistes así, es que buscas atención de otros —declaró Carmen, como si fuera una verdad absoluta.
Sofía palideció de rabia:
—¿O sea que, según usted, una mujer casada debe ir tapada como una monja?
—¡Una señora debe vestir con modestia! —replicó Carmen, dando un golpe al brazo del sillón—. ¡Y tu ropa interior! ¡Eso ya es el colmo!
—¿Ha registrado mis cosas? —estalló Sofía, sintiendo cómo la sangre le hervía.
—¡No he registrado nada! Solo lo vi en el baño —se defendió Carmen—. ¡Y te digo que llevar esas “cositas” es una vergüenza para una mujer decente!
—¿En serio? —apretó los puños Sofía—. ¿Quiere que me compre ropa interior de oficina?
—¡Una mujer respetable ni siquiera tendría esas prendas, menos estando casada! —gritó la suegra.
—Tengo veintinueve años, soy joven y puedo vestirme como quiera —espetó Sofía entre dientes.
—¡No! ¡Lo haces para llamar la atención de otros hombres! —exclamó Carmen, teatral.
—Piense lo que quiera, pero yo me visto como me da la gana —dijo Sofía, exhausta.
—¡Contigo es imposible hablar! —bufó Carmen, levantándose y saliendo, dando un portazo.
Cuando su marido, Javier, llegó del trabajo, Sofía le contó todo.
—Mamá me dijo que vistes muy provocativa —dijo él, incómodo—. No le hagas caso. Y… procura no llevar medias de red delante de ella, la sacan de quicio.
—¡Nada le parece bien! —protestó Sofía.
—Solo es su forma de ser —dijo Javier, quitándole importancia.
Pero se equivocaba. Un mes después, Carmen volvió con otro “argumento”:
—¡Subes fotos a internet! ¡Mis amigas las vieron! ¡Todo el mundo habla! —acusó, ofendida.
—Tienen envidia, nada más —respondió Sofía, calmada.
La suegra se levantó, resopló y se fue. Sofía respiró aliviada, pensando que había terminado.
Pero se equivocaba.
Cuando, seis meses después, se fueron de vacaciones y dejaron las llaves a Carmen “por si acaso”, no imaginaban lo que les esperaba.
Al regresar, Sofía descubrió con horror que la mitad de su ropa había desaparecido.
—¡Fue ella! —exclamó Sofía, revisando la casa—. ¡Solo tu madre tenía llaves!
—No puede ser —titubeó Javier—. La llamaré.
Pero Carmen lloriqueó al teléfono:
—¿Yo? ¡Pero hijo, qué dices! ¡Jamás!
Sofía negó con la cabeza:
—Voy a llamar a la policía.
Entonces, asustada, Carmen confesó:
—¡Sí, fui yo! Tiré toda esa ropa indecente al contenedor. ¡Lo hice por vosotros, para que pienses en formar una familia!
Javier estalló de furia.
—¿Estás en tus cabales? —gritó por teléfono—. ¡Ahora tendré que pagar un armario nuevo!
—Bueno… —intentó disculparse Carmen.
—¡Devuélveme las llaves y no vuelvas por aquí! —cortó Javier.
En su cumpleaños, Carmen recibió tres rosas solitarias… en lugar de un regalo caro.
Y Sofía, ese mismo día, fue de compras con el dinero de Javier, quien esta vez insistió: “Elige todo lo que quieras, cariño. Te lo mereces.”