– González, desayuno. – La auxiliar de enfermería empujó un carrito hasta la habitación. Ximena entreabrió los ojos y giró la cabeza hacia la puerta a regañadientes.
– No tengo ganas, gracias. – Contestó ella.
– Venga, venga, señorita, necesita recuperar fuerzas. – Tras la auxiliar entró el doctor.
Ximena permaneció en silencio. La auxiliar puso rápido un plato con avena y un vaso de té en la mesita, susurrando:
– Come, venga, que Jaime tiene razón. – Y se marchó apresurada.
– ¿Cómo van esos ánimos? ¿Ya se siente la primavera? – Jaime sonrió.
– Ni lo mencione. – Ximena respondió con tristeza, mirando por la ventana.
– Eso es bueno. – Ignorando el tono de la paciente, continuó el médico. – La operación está programada para mañana. – Informó ya con seriedad.
– ¿Mejorarán mis posibilidades? – Preguntó Ximena, volviéndose hacia él.
– Sin duda. Pero una recuperación completa aún no es posible. – Admitió Jaime.
– ¿Podré caminar? – Ximena se tensó.
– No quiero darte falsas esperanzas… – Después de una pausa, respondió Jaime. – Pero hay que intentarlo todo.
– Entendido… – Ximena volvió a mirar por la ventana. No oyó cuando Jaime se fue, como tampoco escuchaba a los pájaros primaverales cantando afuera.
El accidente fue terrible. Al volante iba la amiga de Ximena, Clara. Intentando evitar un coche que venía de frente, Clara giró bruscamente el volante; el coche derrapó y fue inevitable la colisión. El impacto principal fue en el lado del pasajero. Ximena recobró el sentido solo en el hospital. Después se enteró de que Clara había sufrido menos, tenía una fractura en el brazo y una conmoción cerebral. Ximena tenía varias costillas rotas, una fractura expuesta en la pierna y, lo peor, daño en la columna vertebral. Los pronósticos no eran alentadores; las probabilidades de que Ximena volviera a caminar eran mínimas. Puede que alguien más se hubiera alegrado solo de sobrevivir, pero para Ximena el mundo dejó de existir en un instante. El baile era todo para ella: su vida, su sustento, su inspiración. Moverse era como respirar. ¿Y ahora qué?
La reacción de Pablo, su prometido, fue otro golpe. Llevaban dos años juntos, y recientemente él le había propuesto matrimonio a Ximena. Dos semanas atrás, cuando Pablo estaba sentado a su lado en la habitación, ella comprendió sin palabras que la boda no se llevaría a cabo. Cuando Ximena le contó los pronósticos médicos, Pablo permaneció en silencio, mirando al suelo, y luego dijo con inseguridad:
– Tienes que pensar en positivo. Todo se arreglará.
Durante tres días no volvió, y al cuarto día, Ximena recibió un breve mensaje: “Lo siento. No puedo”. La última hebra de esperanza se rompió en su interior. Ya no lloraba; con mirada vidriosa observaba el techo blanco, imaginando que se desplomaría sobre ella, poniendo fin a todo.
Su madre acariciaba la mano de Ximena, tratando de consolarla, sonreía y repetía que no todo estaba perdido, que debían luchar juntas. Pero Ximena veía los ojos de su madre, enrojecidos por las lágrimas que derramaba al salir del cuarto. Jaime, el doctor, también insistía en que debía luchar.
– ¿Por qué? – Preguntó Ximena un día.
– Para ser feliz. – Respondió simplemente Jaime.
– Nunca volveré a ser feliz. – Replicó Ximena. Jaime la miró intensamente:
– Claro que lo serás. Pero depende más de ti que de nadie más. Aún no cuento con mucha experiencia, pero he conocido personas que han superado lo imposible, dejando atrás enfermedades incurables porque querían vivir y ser felices.
Ximena no respondió. No quería vivir así. ¿Y cómo podría ser feliz? Quizá le preguntaría al doctor, pero decidió no seguir con el tema. Después de todo, los médicos probablemente están acostumbrados a animar a sus pacientes.
– ¿No duermes? – Jaime abrió la puerta un poco, dejando entrar una línea de luz en la oscuridad de la habitación.
– No, no duermo. – Respondió Ximena, sin notar que él usaba un tono informal.
– ¿Nerviosa? – Preguntó él, sentándose junto a la ventana.
– No. – Ximena encogió los hombros.
– Puedes imaginar que el accidente nunca pasó. Y ya han pasado diez años. ¿Cómo sería tu vida? – inquirió Jaime, sin mirarla.
– No lo sé. Quizás seguiría actuando. O quizás ya no, solo llevaría a mi hija a clases de danza. – Ximena sonrió levemente, pero luego recordó que su boda nunca se realizó. – ¿Sabe? Él me dejó. Apenas supo, me dejó.
– ¿Quién? – Jaime ya intuía la respuesta. – ¿Piensas que te amaba?
– No sé. – Ximena encogió de nuevo los hombros. – Quizás solo en películas románticas aman tan fervientemente, prometen traerte las estrellas, pero en realidad… – Ximena se detuvo. Después de todo, Jaime también era un hombre. Lo notó por primera vez, guapo y joven. Tal vez tenía esposa o novia, y él seguramente era diferente. No cedería ante la adversidad. Siempre la apoyaba, aún siendo una desconocida.
– Bueno, González, a dormir. También habrá estrellas para ti. – Jaime se fue. Ximena miró por la ventana. Un pedazo de cielo estrellado era visible. “Ojalá cayera una estrella ahora”, pensó, pero no cayó ninguna antes de que se durmiera.
– ¿Cómo estás? – Jaime estaba frente a la cama de Ximena. – El doctor Miguel dijo que la operación salió bien.
– Quizás. Pero aún no siento las piernas. – Ximena suspiró.
– Mira lo que te traje. – Jaime le dio una pequeña caja. Ximena la abrió y sonrió. Estaba llena de pequeñas estrellas de confeti brillante. – Si trabajas duro, llegarás caminando hasta las verdaderas estrellas. – Prometió el doctor.
La rehabilitación fue larga y agotadora, y parecía no dar frutos. Ahora Ximena llamaba a Jaime simplemente por su nombre. Solían charlar como viejos amigos sobre diversas temáticas. Jaime sabía distraer a Ximena de sus tristes pensamientos y ella empezaba a creer en sus palabras: que sus esfuerzos no serían en vano.
– ¿Cómo te ha ido hoy? – Jaime entró a la habitación después de los ejercicios diarios de Ximena, durante los cuales la enfermera intentaba despertar sus rígidas piernas.
– Nada en especial. – Ximena hizo un gesto de resignación con las manos.
– La lilas florecieron. – Jaime le entregó una rama esponjosa que traía escondida. Ximena inhaló el fresco y estimulante aroma, buscando emocionada una flor de cinco pétalos.
– Pero nada. – Inflando los labios y alzando la mirada agregó Ximena.
– ¿Y este? – Jaime le ofreció otra cajita. Ximena sonrió, esperando más estrellas dentro. Pero al abrirla, se quedó sin palabras un instante. Dentro, un anillo con una pequeña piedra brillaba como una estrella.
– ¿Te casarías conmigo? – Preguntó Jaime cuando Ximena lo miró. Ella permaneció en silencio. Jaime se sentó ansioso en la cama.
– Te has sentado sobre mi pierna… – Dijo Ximena en voz baja. – ¡Te has sentado sobre mi pierna! – Exclamó emocionada, y se echó a reír. – ¡Lo siento en mi pierna!
Jaime se puso de pie, también riendo. Y de repente Ximena comenzó a llorar. Seguía sonriendo, pero las lágrimas caían por su rostro.
– ¿Estás bien? ¿Te duele?- Preguntó preocupado Jaime. Ximena negó con la cabeza:
– ¿Recuerdas que dije que nunca volvería a ser feliz? De verdad lo creí. Pero hoy siento tanta felicidad. Si no temes casarte con una coja, espero no asustarte siendo llorona. – Ximena rió de nuevo.
– Nada me asusta. – Replicó Jaime, mirándola con afecto.
***
– ¡Mamá, viste eso! ¡Lo logré! – Margarita corrió hacia el banco donde se sentaba Ximena.
– Claro que lo vi. Lo grabé todo para papá. Eres increíble. – Ximena abrazó a su hija.
– La profesora Claudia dijo que bailaré en el centro. – Presumió Margarita. – ¿Eso significa que soy la mejor bailarina?
– Así es. – Susurró Ximena y, también en voz baja, compartió un secreto con su hija. – Pero shhh, si te creces, no lo lograrás. – Margarita asintió con comprensión. – Ahora recojamos todo, vamos a buscar a papá en el trabajo.
Han pasado diez años. Ximena no pudo volver a bailar en grandes escenarios, pero lo hizo dignamente en su boda, para deleite de Jaime, quien bromeó diciendo que ella bailó mejor que él. Su camino hacia las estrellas fue largo, pero junto a Jaime lo consiguieron. Para recordar siempre esa travesía y la importancia de soñar y creer en el mañana, Ximena sugirió pintar un cielo estrellado en el techo del dormitorio. Jaime apoyó la idea. Al abrir sus ojos cada mañana, Ximena sabía con certeza que podía alcanzar las estrellas, si así lo deseaba. Cualquier estrella, siempre.