Cuando mi cuñada hizo las maletas y desapareció sin dejar rastro: secretos familiares, traiciones y el valor de tomar la decisión correcta

Mira, tía, te tengo que contar una historia que parece de serie, pero ha pasado tal cual. Resulta que la mujer de mi primo hizo las maletas y desapareció, nadie sabe a dónde.

Deja de hacerte la víctima, ya se le pasará decía él, convencido. Las mujeres se calientan, montan el numerito, pero luego todo vuelve a su sitio. Además, ya he conseguido lo que quería: un hijo, el apellido sigue.

Yo, que estaba ahí sentada con él en la cocina, callada como una muerta. Pero no aguanté y bajé la voz:

Gonzalo, hace una semana me dijiste que te habías encargado de lo de la pastilla de Sofía. ¿Qué significa eso exactamente?

Mi primo dejó el tenedor en la mesa y soltó un suspiro, tirándose hacia atrás en la silla.

Literal. Estaba harta de sus excusas: no estoy preparada, mi carrera, más adelante. Pero ¿cuándo es ese más adelante? Tengo treinta y dos, Marta. Quiero un hijo, una familia como Dios manda.

Así que cambié sus pastillas por otras.

Juro que me quedé de piedra.

¿Se lo has contado? ¿Cuándo?

El día que se fue gruñó él. Montó un escándalo. Y le solté: Te he hecho un favor, cariño, al final es lo que tú querías. Pensé que después de gritar se tranquilizaría. Pero no, cogió el bolso y se largó.

***

En la mesa de la cocina, justo al lado del montón de biberones sin fregar, estaba el cepillo que mi primo se olvidó ese día. Y yo mirándolo, cada vez más mosqueada. ¿Por qué tiene que estar todo tirado siempre?

El niño por fin se dormía en la cuna de la habitación de al lado, pero esa tregua apenas me daba un respiro. En un rato volvería a empezar la fiesta.

Me ajusté la bata y llené la tetera, recordando que hace un mes estábamos recogiendo a Sofía del hospital. Gonzalo se paseaba con flores, todo sonrisas, y Sofía de verdad, parecía que la llevaban a la cárcel.

Pensé que era el cansancio, la bajada de hormonas, lo típico del postparto. Supongo que tenía que haber sospechado algo.

En eso, se oyó la puerta de la entrada. Mi primo llegaba del trabajo, ya de por sí descolocado y nada más poner un pie en la cocina se asomó al frigo.

¿Qué hay para cenar? ni me miró.

He hecho macarrones. Y salchichas cocidas.

Gonzalo, el niño acaba de dormirse. Por favor, baja la voz.

Él resopló sacando un plato.

Estoy derrotado, Marta. No he parado ni un minuto. Los clientes me han destrozado.

¿Y el pajarillo?

Pajarillo es tu hijo le solté, dejando la taza en la mesa con un poco más de fuerza de la que pensaba. Se llama Lucas.

Y ha estado llorando tres horas seguidas. Le duele la tripa.

Pero tú puedes con esto, eres su madre dijo encogiéndose de hombros, muy tranquilo. Esto es de mujeres, te sale solo.

Nuestra madre también nos crio sola a los dos cuando papá estaba por ahí trabajando.

Te juro que tenía ganas de lanzarle la taza a la cabeza. Estoy aquí, en su casa, de forma temporal, hasta que liquide las deudas del alquiler de mi estudio. Pero en dos semanas me he convertido en su niñera, cocinera y limpiadora, todo gratis.

Y él como si nada. Como si su mujer no hubiera hecho las maletas y desaparecido sin decir nada.

¿Sofía ha llamado? le pregunté, viendo cómo engullía la cena.

Se quedó con el tenedor a medio camino, se le puso la cara negra.

No coge el móvil. Me cuelga. Será posible Dejar así el niño ¡telita!

Está cabreada porque cambié sus pastillas, para que se quedara embarazada antes.

Eres un canalla, Gonzalo le dije bajito.

¿Qué? se le abrieron los ojos como platos ¡Pero si lo he hecho por la familia! Trabajo, traigo dinero a casa.

Pero ella se ha largado, la que abandona al niño es ella. ¿A quién quieres culpar?

Le quitaste su decisión. Engañaste a la persona que decías querer.

¿Cómo tendría que reaccionar? ¿Gracias, cielo, por reventarme la vida?

Venga, no empieces movió la mano, como quitando importancia. Ya se le pasará. ¿Dónde va a ir? El niño aquí, sus cosas aquí.

Cuando se le acabe el dinero, volverá. Mientras tú me echas una mano, ¿no? Yo no tengo tiempo, estoy hasta arriba con el cierre de trimestre.

Ni respondí, me fui directa a la habitación del niño.

Lucas roncaba levemente, los puños apretados. Y yo mirándolo con el corazón partido.

Por un lado, este angelito que no tiene culpa de nada. Por el otro, Sofía, atrapada en una trampa.

Me daba pena de los dos

Saqué el móvil y entré en WhatsApp. Sofía estaba en línea hacía tres minutos. Me pasé un buen rato escribiendo, borrando, escribiendo otra vez.

Sofi, soy Marta. No te pido que vuelvas con él. Solo quiero saber que estás bien. Y necesito hablar. No puedo sola. ¿Hablamos? Sin gritos, por favor.

A los diez minutos contestó.

Estoy en un hotel. Me voy en tres días a otro destino por trabajo, estaré fuera tres semanas. Esto estaba planeado antes de saber bueno, antes de todo.

Cuando vuelva, pido el divorcio. No abandono a Lucas, Marta.

Pero no puedo estar ahí ahora. No puedo ni mirarlo, ¿lo entiendes? Solo veo a Gonzalo en él.

Suspiré hondo.

Te entiendo. De verdad. Gonzalo me lo ha contado todo.

¿Y qué, está muy orgulloso?

Bastante. Se piensa que volverás.

Que espere sentado. Marta, si te supera la situación, dímelo. Veré cómo pagar una niñera, te haré transferencias.

Pero volver con él, jamás.

Dejé el móvil y solté el aire. Necesitaba buscar trabajo, pagar deudas, empezar mi vida.

Pero tampoco podía abandonar a Lucas con Gonzalo, que no sabe ni cómo cambiarle el pañal.

***

Los tres siguientes días fueron como una pesadilla sin fin.

Gonzalo llegaba tarde, cenaba y se tiraba en la cama.

Y cada vez que le pedía ayuda con Lucas: Estoy rendido o Tú sabrás mejor calmarlo.

Una noche, el niño lloraba tanto que salté. Fui al cuarto de mi primo y encendí la luz.

Levántate solté con un tono que ni yo me reconocí.

Gonzalo apretó los ojos, tapándose con la almohada.

Déjame Marta. Me levanto a las seis.

Me da igual. Vete a calmar a tu hijo. Quiere comer y yo no puedo, tiemblo de puro cansancio.

¡Pero tú estás loca! exclamó incorporándose, con pelos como escarpias. ¡Para eso estás aquí! Te doy techo, pago agua y luz.

¿Ah, sí? ¿O sea que soy la sirvienta?

Llámalo como quieras masculló. Cuando Sofía vuelva, te tomas un descanso. Mientras trabaja.

Salí sin mirar atrás.

No pegué ojo. Pasé la noche en la cocina, moviendo la cuna con el pie, pensando cómo hacerle pagar a Gonzalo su cara dura.

Por la mañana, cuando salió de casa, volví a escribir a Sofía.

Tenemos que vernos. Hoy, mientras no está él. Por favor.

Ella aceptó.

Nos encontramos en un parque pequeño cerca de casa.

Sofía estaba fatal: pálida, con ojeras tremendas, delgadísima.

Se acercó al carrito. Se quedó mucho rato mirando a Lucas, con manos temblorosas.

Ha crecido mucho dijo muy bajito. En dos semanas ha cambiado un montón

Sofía, no te reconoce intenté consolarla.

Ya lo sé se cubrió la cara con las manos. Marta, no soy un monstruo. Creo que le quiero, muy al fondo, sé que es mi hijo.

Pero imaginarme viviendo con Gonzalo, durmiendo a su lado después de lo que ha hecho no puedo ni respirar.

¿Y si no estuvieras con él? pregunté.

Levantó la cabeza sorprendida.

¿Cómo?

Está convencido de que eres suya, tú y el niño. Pero vamos a ver: él no es padre, es el gerente del proyecto familia perfecta.

No se levanta por la noche, ni sabe cuántas cucharadas hay que poner al biberón. Solo quería tener heredero, no sabe ni cuidar.

¿Qué propones?

Te vas a tu trabajo esos tres semanas le dije segura. Yo me quedo aquí. Pero preparo todo.

¿El qué?

El divorcio. Y cómo compartir la custodia. No tienes que volver con él. Puedes buscar un piso. Cuando regreses, me voy contigo, te ayudo con Lucas mientras trabajas.

He encontrado trabajo online, pronto estaré mejor. Entre las dos podemos, Sofía. Sin él.

Ella dudaba, miraba el sol bailando sobre el carrito.

¿Vas a ponerte en contra de tu primo?

Es familia, pero ha sido un mezquino. No voy a ser cómplice.

Cree que porque no tengo a dónde ir, estoy de su lado. Pero se equivoca.

Sofía se quedó mucho rato en silencio.

¿Y si no nos deja al niño? Montará un circo.

Lo montará asentí. Pero tenemos un as bajo la manga: me confesó que cambió tus pastillas. Si sale en el juzgado, me ratifico en todo.

Y también cuento lo mucho que se implicó en el cuidado del niño.

No quiere a Lucas, solo quiere dominar.

El día que se dé cuenta de que hay que arrimar el hombro, saldrá corriendo.

Le importa más hacer de padre mártir delante de los colegas que criar a su hijo.

Por primera vez en mucho tiempo, Sofía sonrió, aunque fuera con desgana.

Has madurado un montón, Marta.

No ha quedado más remedio solté. ¿Entonces, lo hacemos?

Sí. Gracias por estar ahí.

Las tres semanas pasaron volando.

Gonzalo, cada vez más de mal humor, empezó a notar que yo ya no le servía la cena en cuanto llegaba.

¿Cuándo vuelve Sofía? resopló un día, tirando la mochila al sofá.

Mañana respondí, apretando a Lucas.

Menos mal. A ver si vamos a un restaurante en condiciones. Me aburro de tus macarrones.

Debería comprarle algo, para que no proteste. Un anillo, no sé Las mujeres os pirráis con esas cosas.

Te juro que le miré como si viera una cucaracha.

¿Tú crees que un anillo lo arregla todo?

Anda, deja de hacerte la santa me dijo intentando darme una palmadita, pero me quité de en medio. Al final todo se arregla. Las mujeres sois de pronto mucho ruido, pero luego Además, importa que tengamos un hijo, seguimos la tradición.

No contesté.

***

A la mañana siguiente, Sofía vino justo cuando Gonzalo estaba en el trabajo. Ni subió, me esperaba en el coche.

Yo ya tenía todo preparado: ropa de Lucas, mis maletas, lo básico.

Tuve que bajar y subir tres veces.

Lucas dormía plácidamente en la silla del coche.

La última vez subí a dejar las llaves, las puse en la cocina, justo donde semanas antes estaba el cepillo olvidado. Y encima, una nota:

Gonzalo, nos hemos ido. No busques a Sofía, hablará contigo su abogada. Lucas está con ella. Yo también.

Querías una familia, pero olvidas que la familia se construye con confianza, no con manipulaciones.

Los macarrones te los he dejado en la nevera. A ver cómo te apañas.

Nos fuimos.

Sofía alquiló un piso pequeño pero acogedor en el otro extremo de Madrid. Los primeros días fueron duros: Lucas no se acostumbraba, Sofía lloraba de vez en cuando, mi móvil no paraba de sonar con llamadas y mensajes furiosos.

Gonzalo gritaba los primeros días, amenazaba con denunciar, quitar la custodia, dejarla sin un euro.

Yo lo escuchaba tranquila.

Pasó el tiempo.

Gonzalo, cansado de pelear, acabó desapareciendo del mapa.

El divorcio fue por vía judicial. Allí, Gonzalo no pidió ni por un momento la custodia de Lucas.

Tal como le dije a Sofía, a mi primo no le interesaba aguantar el marrón, prefirió deshacerse con la pensión.

Ni siquiera insistió en ver a su hijo.

Y así, la vida siguió.

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