¡Marisol perdió su entrevista de trabajo por salvar a un anciano que se desplomaba en una transitada calle de Madrid! Pero cuando entró en la oficina, casi se desmaya al ver lo que pasaba
Marisol abrió su bolso y contó los pocos billetes arrugados que quedaban, soltando un suspiro profundo. El dinero se acababa demasiado rápido, y encontrar un buen trabajo en Madrid era más difícil de lo que jamás había imaginado. Repasó mentalmente la lista de la compra para calmar los nervios. En el congelador tenía unas pechugas de pollo y hamburguesas precocinadas. La despensa guardaba arroz, pasta y una caja de infusiones. Por ahora, podía apañarse con solo un litro de leche y una barra de pan de la tienda de al lado.
“Mamá, ¿a dónde vas?” Sofía, su hija pequeña, salió corriendo de su habitación con los ojos llenos de inquietud.
“No te preocupes, cielo”Marisol le sonrió, disimulando su preocupación. “Solo voy a una entrevista de trabajo. Pero adivina qué La tía Lucía y Dani vendrán a hacerte compañía.”
“¿Viene Dani?” La cara de Sofía se iluminó, aplaudiendo emocionada. “¿Traerán a Nube?”
Nube era el gato blanco de Lucía, un bola de peluche cariñosa que Sofía adoraba. Lucía, su vecina, se había ofrecido a cuidar de Sofía mientras Marisol iba a la entrevista en una empresa de distribución alimentaria en el centro. Llegar hasta allí desde su barrio significaba un buen rato en autobuses y metros, más largo que la propia entrevista.
Llevaban casi tres meses desde que Marisol y Sofía se mudaron a la capital. A veces, Marisol se arrepentía de esa decisión impulsiva: dejar atrás su vida con una niña pequeña, gastar casi todos sus ahorros en el alquiler y la comida, confiando en que encontraría trabajo rápido. Pero el mercado laboral en Madrid era duro. A pesar de sus dos carreras y su tenacidad, conseguir algo estable parecía imposible. En su pueblo de Toledo, su madre, Carmen, y su hermana pequeña, Alba, dependían de ella como sostén de la familia. Sin ella, no se apañaban demasiado bien.
“Nube se quedará en casa, mi vidadijo Marisol. No le gustan los viajes. Pero pronto iremos a casa de la tía Lucía y podrás achucharlo todo lo que quieras.”
“¡Yo también quiero un gato!” Sofía puso morritos, cruzando los brazos.
Marisol rio entre dientes. Sofía siempre hacía lo mismo cuando hablaban de mascotas. En Toledo, en casa de la abuela Carmen, habían dejado a Luna, su gata negra esbelta, y a Canela, un perrito ladrador. Sofía jugaba con ellos cada vez que iban de visita, y ahora los echaba mucho de menos.
“Cariño, estamos de alquilerle explicó. El casero no permite animales.”
“¿Ni siquiera un pececito?” Sofía frunció el ceño.
“Ni siquiera un pececito.”
Pero las mascotas eran lo último en la mente de Marisol. Solo pensaba en una cosa: encontrar trabajo. Sus ahorros se esfumaban, y cada día era un pellizco más de angustia. Al menos había pagado seis meses de alquiler por adelantado, pero eso casi la dejó sin un euro.
El timbre sonó, sacándola de sus pensamientos. Era Lucía con Dani, su hijo de cinco años. Como siempre, Lucía traía un tupper de magdalenas caseras y un trozo del famoso bizcocho de limón de su madre. Como Marisol, Lucía era madre soltera, pero vivía con sus padres en un piso pequeño cerca. Ahorrar para un piso propio en Madrid era como pedir peras al olmo







