Al ver al perro tirado junto al sofá, corrió hacia él. Su mirada también se posó en la correa que Natalia había dejado descuidadamente.

Al ver al perro tirado junto al banco, corrió hacia él. Su mirada también se posó sobre el cinturón que Natalia había dejado caer con desdén.
Al divisar al animal tumbado junto al banco, no dudó en acercarse. Entre lágrimas, el perro levantó la vista hacia su dueño con los ojos hinchados de dolor…
Hacía casi dos años que apenas hablaba con su hermana. Elena no entendía cómo un pequeño malentendido había desatado tanto rencor.
Elena y David Ruiz nacieron con un año de diferencia. Desde niños eran inseparables, siempre defendiéndose el uno al otro. Sin importar las travesuras que hicieran, asumían la culpa por igual, nunca se echaban la responsabilidad mutuamente.
Su pueblo natal, Valdehermoso, prosperaba año tras año. Tuvieron la suerte de contar con un alcalde como Pablo Martínez, nacido allí mismo, quien resultó ser un excelente gestor económico.
Tras licenciarse en agronomía, regresó a su pueblo y se sumergió en proyectos de desarrollo. Sus esfuerzos pronto fueron reconocidos, y diez años después, Pablo se convirtió en el alcalde de Valdehermoso.
En su vida personal, las cosas también iban bien. Elena, tras graduarse en la escuela de enfermería, comenzó a trabajar en el ambulatorio local. Pablo no pudo ignorar a una belleza como ella. Elena correspondió su interés. Se casaron, y toda la villa celebró su boda. David, aunque sinceramente feliz por su hermana, no podía decir lo mismo de su propio matrimonio con Natalia.
Mientras Elena estaba soltera, Natalia soltó comentarios mezquinos, llamándola inútil o engreída. Pero tras el matrimonio, la envidia reemplazó al resentimiento. Natalia exigía cada vez más a su marido: una casa nueva, un coche mejor, un abrigo de piel…
Los demás lo tienen todo, ¡y nosotros no tenemos nada! le reprochaba constantemente. David hacía lo que podía, pero ni su dinero ni su esfuerzo calmaban los deseos de Natalia.
Ella misma era infeliz: Dios no la había bendecido con la alegría de la maternidad. Mientras tanto, Elena se casó con éxito, tuvo un hijo y una hija, construyó una casa espaciosa, y su marido alcanzó un puesto respetable…
Las reuniones familiares terminaban cada vez más en peleas. Cada vez que David visitaba a Elena, Natalia lo reprendía después sin piedad.
El último escándalo ocurrió en el cumpleaños de David. Elena le regaló un cachorro labrador siempre había querido uno, y Pablo le obsequió una moto nueva.
Todo iba bien hasta que Natalia, borracha, estalló de rabia y descargó su resentimiento acumulado contra Elena:
¿Qué pasa, Leni? ¿El perro es algún tipo de burla? ¿Si no podemos tener hijos, al menos nos conformamos con un perro, eh?
Elena intentó calmar la situación:
Nati, tranquilízate. Luego te arrepentirás…
Pero sus palabras no sirvieron. Surgió una discusión acalorada, los invitados se dividieron en bandos. Pablo le susurró a su esposa que se fueran, y así lo hicieron, despidiéndose educadamente.
Pasaron dos años. Desde aquella noche, David evitó a su hermana; su relación se limitó a encuentros breves y esporádicos. Mientras, la tensión entre él y Natalia crecía.
Por las noches, David paseaba cada vez más con Marte junto al río. Ambos parecían felices: él lanzaba un palo, Marte corría tras él y luego se tumbaba a sus pies, escuchando atento los relatos de su dueño.
Elena se enteró por los vecinos, pero no hizo nada David era terco.
Tras la pelea, Natalia odiaba aún más a Elena y al perro regalado. Cuando David no estaba, echaba a Marte de la casa, le gritaba y a veces incluso le pegaba.
Las vecinas chismosas no hacían más que avivar el fuego:
Oye, Nati, tu marido otra vez paseando al perro por el río…
Ayer se encontró con Leni, su marido y los niños… ¡Reían como si nada!
Los celos consumieron a Natalia. Una noche, David le preguntó:
Nati, ¿no le estarás haciendo daño a Marte?
¿Acaso me importa tu perro? rugió ella antes de salir de la habitación.
Marte empezó a esconderse de Natalia, temblando cada vez que aparecía.
Todo terminó cuando, una mañana, David le gritó antes de irse:
¡Estoy harto de tus celos constantes!
Sola, herv

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Al ver al perro tirado junto al sofá, corrió hacia él. Su mirada también se posó en la correa que Natalia había dejado descuidadamente.