**Diario de un Hombre**
Esta mañana, mientras paseaba por el parque, vi a la solitaria barrendera llorando junto a un banco. Al principio no entendí por qué, pero luego lo supe todo.
Isabel Martínez había salido a trabajar más temprano de lo habitual. Los fines de semana, los jóvenes dejaban siempre basura por todas partes, así que ella llegó a las cuatro de la madrugada para limpiarlo todo. Llevaba años trabajando como barrendera, aunque su vida antes había sido muy distinta.
Al agarrar la escoba, recordó a su hijo querido, al que había tenido sola a los 35 años. Los hombres no habían sido buenos con ella, así que decidió dedicarse por completo a su niño. Adoraba a su Javier. Era listo, guapo Lo único que la inquietaba era que a él no le gustaba vivir en ese barrio.
Mamá, cuando sea mayor, voy a ser un hombre de provecho le decía.
Claro que lo serás, mi vida respondía Isabel, dándole ánimos.
Cuando cumplió los 16, Javier se fue de casa para vivir en una residencia cerca del instituto. A Isabel no le gustaba tenerlo tan lejos, pero él prometió visitarla a menudo. Al principio lo hizo, pero luego conoció a una chica y las visitas se hicieron cada vez más escasas. Hasta que un día volvió para decirle que estaba gravemente enfermo. Isabel no entendía por qué la vida les ponía pruebas tan duras.
Luchó con todas sus fuerzas. Los médicos le recomendaron un tratamiento en otra clínica, pero costaba mucho. Sin dudarlo, vendió su piso. Una noche, recibió la llamada que temía.
Señora, su hijo ya no está le dijeron.
Isabel no quería vivir. Sin Javier, todo había perdido el sentido.
Una mañana, como siempre, salió a barrer las calles.
¡Buenos días! la saludó Alfonso Méndez, paseando a su perro.
¿Tan temprano hoy? preguntó ella, sorprendida.
En casa me aburro. Paseo al perro y así charlamos un rato respondió él, sonriendo.
Alfonso era un soltero empedernido. A Isabel le daba vergüenza su atención.
Bueno, seguimos, que no te entretengo más dijo él, alejándose con su perro.
Isabel siguió trabajando, pero de pronto vio algo en un banco: un móvil. Miró alrededor, pero no había nadie. Lo encendió y aparecieron fotos en la pantalla. Alguien lo había olvidado. Al mirar más de cerca, Isabel rompió a llorar.
¡Javier! ¡Mi niño! balbuceó entre lágrimas.
De repente, el teléfono sonó. Dudó, pero contestó.
¿Diga? ¿Diga? Es mi móvil, ¿puedo recuperarlo? preguntó una voz femenina.
Sí, claro. Lo encontré en el parque. Venga a esta dirección respondió Isabel, dándole los datos.
La chica llegó poco después. Cuando abrió la puerta, Isabel vio a un joven detrás de ella.
Disculpe, ¿por qué hay fotos de mi hijo en su móvil? preguntó Isabel.
¿De Adrián? la chica se sorprendió.
El chico entró en el piso.
¡Javier! gritó Isabel, desmayándose.
Él corrió hacia ella.
¿Qué le pasa?
Creo que te ha confundido con alguien. Llamemos a una ambulancia dijo la chica.
Quince minutos después, los médicos la reanimaron. Cuando se fueron, Isabel preguntó, todavía temblorosa:
¿Cómo es que tiene fotos de mi hijo?
Me llamo Lucía respondió la joven. Estuve con él hace años. Me dejó cuando supo que estaba embarazada.
¿Te dejó? Él nunca me habló de ti dijo Isabel, confundida.
Estuvimos juntos unos meses. Cuando le dije lo del bebé, desapareció. Pensé que había huido por miedo.
No, Lucía. Ahora lo entiendo. Mi hijo estaba muy enfermo. No quiso ser una carga para nadie, ni siquiera para ti. Hace años que se fue Isabel no pudo contener las lágrimas.
Lucía se quedó pálida.
¿Qué quiere decir?
No lo conseguimos salvar. Vendí todo para pagar su tratamiento, pero su voz se quebró.
Lucía respiró hondo.
Ahora lo entiendo. Solo quería protegerme.
Llamó al chico, que esperaba en silencio.
Adrián, ven.
Él se acercó.
¿Sí, mamá?
Cariño, recuerdas que te dije que tu padre nos abandonó? Pues no fue así. Estaba enfermo y murió antes de que nacieras. Y esta es tu abuela.
Isabel lo miró con ternura.
Abuela susurró Adrián, tímido.
Ven aquí, mi niño lo abrazó con fuerza.
Lucía sonrió.
¿Por qué no se viene a vivir con nosotros? Hay sitio de sobra.
No, cariño. Este es mi barrio. Pero os visitaré siempre respondió Isabel.
En ese momento, llamaron a la puerta. Era Alfonso, con un ramo de flores.
¿Me acompaña a pasear? preguntó.
Claro sonrió Isabel.
Desde la cocina, Lucía y Adrián asomaron la cabeza.
¿Y a nosotros no nos lleváis? preguntaron al unísono.
Si os portáis bien bromeó Alfonso.
Dos meses después, Isabel se convirtió en la señora de Méndez. Su perro, Thor, se encariñó enseguida con Adrián, mientras la ahora feliz abuela horneaba magdalenas para todos.
**Lección:** La vida, por dura que sea, siempre guarda segundas oportunidades donde menos las esperamos.





