Cambié el amor por la riqueza. Y el destino me la devolvió: embarazada y sirviendo comida en un lujoso restaurante.

Cambié el amor por la riqueza. Y el destino me la devolvióembarazada, sirviendo comida en un lujoso restaurante. Lo que ocurrió esa noche no solo terminó con mi compromiso, sino que reescribió toda mi vida.

Gilberto, un millonario, estaba sentado en una mesa del elegante restaurante junto a su prometida, Samantha, cuando una joven camarera le entregó el menú. Al levantar la vista, su corazón dio un vuelco: era Elena.

Sus miradas se cruzaron por un instante, ambos paralizados por la sorpresa. Elena había sido su primer amor, cuando aún era pobre y vivía en un pequeño pueblo. Juntos, juraron amor eterno, sentados en el tejado de su casa, contemplando la puesta de sol.

En ese momento, algo que Gilberto había enterrado en su corazón resurgió: el amor. Y parecía que Elena sentía lo mismo.

Pronto, Samantha, su prometida, notó la tensión y preguntó si se conocían. Gilberto respondió con un rápido “sí”, pero ocultó que Elena había sido el gran amor de su juventud. Elena continuó sirviendo con normalidad, pero Gilberto notó algo: estaba embarazada. Las dudas lo consumían¿qué había sido de ella todo este tiempo?

La última vez que la vio fue antes de ir a la universidad. En aquel doloroso adiós, Elena le rogó que se quedara, pero Gilberto siguió su sueño: quería prosperar, volverse rico y dejar atrás la vida sencilla. En la gran ciudad lo consiguió, pero siempre sintió un vacío. El dinero resuelve problemas, pero no sana todas las heridas.

Cuando conoció a Samantha, creyó haber encontrado la pareja perfecta: rica, hermosa, influyente. Pero en el fondo, sospechaba que no era la persona a quien amar. Ahora, frente a Elena, esas dudas se convirtieron en certeza.

Durante la cena, Samantha fue al baño, dejando a Gilberto solo y más vulnerable. En ese momento, Elena regresó para preguntar si deseaban algo más. Entonces, incapaz de contenerse, Gilberto le pidió que se sentara y hablaran.

Elena habló con sencillez. Contó que había viajado a la gran ciudad en busca de Gilberto, pero solo encontró dificultades. Sin estudios, solo consiguió trabajos mal pagados. Incluso durmió en la calle hasta que el dueño de un restaurante le dio refugio, solo para engañarla y abandonarla cuando supo del embarazo. Las lágrimas rodaban por su rostro mientras hablaba. Gilberto la abrazó, sintiéndose impotente, pues seguía comprometido.

Poco después, fue al baño tras Samantha. Al abrir la puerta, la encontró en un apasionado encuentro con el chef del restaurante. Atónito, preguntó qué significaba aquello, y ella, sin remordimiento, confesó que llevaban siete meses juntos.

Para su sorpresa, Gilberto no se entristeció. Sintió alivio. Sonrió y declaró que su compromiso había terminado. Al volver al salón, buscó a Elena, pero el jefe le informó que ya se había ido.

Desesperado, Gilberto salió a la lluvia. Y allí estaba ella, caminando sola bajo un paraguas roto. Corrió hacia Elena, le pidió que esperara y le contó todo lo ocurrido. Se besaron con intensidad, como si el tiempo retrocediera.

En ese instante, ambos sintieron que los años de separación se esfumaban. La soledad llegaba a su fin. Como si la luz del amor iluminara la oscuridad, calentando sus corazones con un calor que devolvía la alegría de vivir. Sus latidos seguían el ritmo de la lluvia. Las gotas resbalaban por sus rostros, mezclándose con el beso profundo, los ojos cerrados y los labios apretados, transmitiendo la sensación de algo renovado, como si la vida comenzara de nuevo.

Gilberto prometió cuidar de ella y del bebé. Poco después, compró una casa en el campo, devolviéndole a Elena la paz que siempre mereció. Eso era lo que él quería: amor. Un amor que no se compra con todo el dinero del mundo. Algo natural, sagrado y compartido, que llega como un regalo del destino, inesperado y valioso, capaz de transformarlo todo.

Cuando nació su hijo, los tresGilberto, Elena y el niñosubieron al tejado de la casa, como en los viejos tiempos. Abrazados, contemplaron el horizonte al atardecer, jurando no separarse nunca más.

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Cambié el amor por la riqueza. Y el destino me la devolvió: embarazada y sirviendo comida en un lujoso restaurante.