Por qué Inmaculada empezó a tejer patucos, ni ella misma lo sabía.

**Diario de un hombre**

No sé por qué Inés empezó a tejer patucos, ni ella misma lo sabía.

Su hija ya tenía cuarenta años. Dos años atrás enviudó sin haber tenido hijos. El año pasado se casó de nuevo, pero su nuevo marido era mucho más joven y decía que quería vivir para sí mismo, sin prisas.

El hijo de Inés se había marchado a Estados Unidos hacía tiempo y no planeaba volver. Sus sobrinos ya eran mayores, pero aún les quedaba lejos tener hijos propios. En la casa no se escuchaban risas infantiles ni había esperanza de que llegara un nuevo miembro a la familia.

Un día, en una mercería, Inés vio lana. Los tonos suaves de la lana merina española la cautivaron. Pensó en hacerse un chaleco, compró agujas finas y un ganchillo. Pero, sin saber por qué, empezó a tejer patucos.

Para la tarde, el primer par ya estaba terminado. Le quedaba mucha lana. Al día siguiente, hizo un gorrito, luego una chaquetita y unos pantalones con botones. Al terminar el conjunto, sacó una caja antigua de botones y eligió los más bonitos: unos pequeños, con forma de soles.

Lavó las prendas en un barreño con jabón suave y las tendió con cuidado sobre una toalla de felpa. Al mirar aquel diminuto conjunto, Inés suspiró:

Así me moriré, sin tener nietos en brazos

Pero de pronto, otro pensamiento cruzó su mente:

En algún lugar del mundo, habrá un niño al que le harán falta.

Abrió el portátil y buscó orfanatos en su ciudad. Leyó varios artículos, se armó de valor y fue a comprar más lana, esta vez en tonos azules.

En unos días, terminó un conjunto para un niño. Luego hizo diez pares de patucos y diez gorritos de lana, cada uno de un color diferente. Lo metió todo en una caja y se dirigió al orfanato.

Sin certificados, no podemos aceptar las donaciones le explicó la trabajadora. Sería mejor que trajera pañales, siempre hacen falta.

Inés se quedó allí, con sus regalos de lana en las manos, y lloró.

Bueno, vamos a ver cómo lo solucionamos dijo al fin la mujer. Venga, vamos a probar los patucos con los bebés.

Inés cogió en brazos a los recién nacidos, acarició sus mejillas delicadas y les calzó los pequeños patucos. A los más mayores, les probó los gorritos.

Al llegar a casa, le contó a su marido:

Allí me dijeron que es mejor llevar pañales.

Vale respondió él. Mañana compramos. Ahora, vamos a hacer unas patatas.

No nos darán un niño, somos mayores. Yo tengo 61 y tú 62 dijo Inés con tristeza.

Puede que no, pero nadie nos ha cerrado las puertas respondió él con calma. Podemos hablar, ir a ayudar. Tejer patucos y calcetines, seguro que les sirven.

Hay un par de gemelos: un niño y una niña. Rubios. Casi dos años murmuró Inés pensativa. Creo que les quedarían bien unos trajes de lana. Quizás ahora sean grandes, pero los niños crecen rápido. Los patucos les quedaron perfectos, los hice como zapatillas deportivas.

Vamos juntos propuso su marido. Lo arreglo todo, los visitaremos.

Y así lo hizo. Durante cuatro meses, Inés y su marido fueron voluntarios en el orfanato. Ella tejía trajes y patucos nuevos para cuando crecieran, y los gemelos empezaron a llamarla «mamá». Pero un día, cuando llegaron, los niños no estaban.

Imagínese, los han adoptado, a los dos les contó la trabajadora. Les hicimos fotos con sus trajes de lana, y ese mismo día una pareja llamó. Tardaron meses en preparar los papeles, y esta mañana se los llevaron. Hasta el último momento temimos que no quisieran a los dos juntos.

A Inés se le llenaron los ojos de lágrimas.

Pero, tonta, ¿por qué lloras? le dijo su marido con dulzura. Hay que alegrarse.

Esa noche, su hija llamó:

Mamá, ¿podéis venir a casa? Necesito ayuda.

¿Es el grifo otra vez? preguntó Inés. ¿O los vecinos han vuelto a inundar?

No, hay que montar una cuna respondió. ¿Venís? Mejor no llaméis, abrid con vuestras llaves.

Vale, vamos asintió Inés.

Subieron a su SEAT y se fueron. El piso de su hija relucía de limpio, y de la cocina salía un olor delicioso. Se quitaron los abrigos y se pusieron las zapatillas.

Lavaos las manos y entrad en la habitación gritó su hija desde la cocina. Ahora voy.

Se sentaron en el sofá y pusieron las noticias. De pronto, su marido le dio un codazo suave.

Inés levantó la mirada. En la puerta estaba su yerno, David, con los mismos gemelos en brazos, vestidos con los trajes que ella había tejido y los patucos deportivos. El niño sostenía un trozo de manzana, y la niña, con las mejillas embadurnadas, le miraba con picardía intentando morder la fruta. David sonreía.

No sé ni cómo decirlo En fin, ahora tenéis nietos. No dijimos nada antes porque no sabíamos si saldría. Ahora viene Juana, está haciendo papilla.

Juana entró corriendo, sonrojada y sonriente.

Mamá, papá, estos son Lucía y Javier. Los vi en la página «Niños que esperan». Son gemelos, como mi hermano y yo.

Y llevan los mismos patucos, como los que nos hiciste a nosotros. ¿Te acuerdas de esa foto en la que teníamos dos años? Se los enseñé a David y dijo: «Nos los llevamos».

David dejó a los niños en el suelo. Corrieron hacia

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Por qué Inmaculada empezó a tejer patucos, ni ella misma lo sabía.