Despertando en mitad de la noche, Lucía sintió un vacío a su lado. Confundida, extendió la mano, esperando sentir el calor familiar de su marido, Álvaro.
Pero el sueño no volvía, y él no parecía tener intención de regresar a la cama después de quince minutos. El corazón de Lucía latió con ansiedad, y se sentó, mirando fijamente la oscuridad de la habitación. ¿Y si algo le había pasado? ¿Quizás se había puesto enfermo?
Intentó calmarse, pensando que tal vez Álvaro simplemente se había desvelado y estaba ocupado con algún trabajo. Pero la inquietud no la abandonaba.
Sin querer preocuparse en vano, Lucía se levantó con cuidado de la cama y, abriendo suavemente la puerta del dormitorio, se dirigió de puntillas hacia la cocina. Al acercarse, se detuvo en seco, a pocos pasos.
Oyó la voz de su marido. Estaba hablando por teléfono. El altavoz estaba lo suficientemente alto como para que ella pudiera distinguir las palabras de su interlocutora.
Sí, mi amor, ya he reservado los billetes para Turquía dijo Álvaro con entusiasmo. Pasaremos un tiempo inolvidable juntos. Nadie lo sabrá nunca.
Lucía sintió que el suelo se escapaba bajo sus pies. Su mundo se había derrumbado en un instante. Cada palabra, cada frase, le dolía como un cuchillo afilado.
Tantos años juntos, tantos planes, alegrías y penas que habían vivido codo con codo. ¿Cómo había podido hacerle esto?
Lucía regresó al dormitorio. Tumbada en la oscuridad, sintió las lágrimas rodar por sus mejillas. Su corazón se partía de dolor, y en su alma hervía una mezcla de rabia, humillación y amarga decepción.
Finalmente, con determinación, se levantó, fue al armario y empezó a meter las cosas de Álvaro en una maleta.
Cuando él entró en el dormitorio, la vio con la maleta y preguntó sorprendido:
¿Qué está pasando?
Lucía lo miró, con ojos llenos de decepción y firmeza.
He hecho tu maleta dijo con calma. Para que te la lleves a Turquía.
¿De qué estás hablando? sonrió nervioso Álvaro.
No finjas, Álvaro. Oí tu llamada en la cocina.
Álvaro se puso visiblemente nervioso, y sus manos temblaron. Quiso decir algo, pero Lucía lo detuvo.
El resto de tus cosas las recogerás tú. Ahora coge la maleta y vete al hotel o donde quieras. Y después de tus “vacaciones”, no quiero volver a verte aquí.
Esa noche, la vida de Lucía cambió para siempre.
Cuando Álvaro se marchó, se volvió a acostar, aunque sabía que no podría dormir. Pero un pensamiento no la abandonaba: ahora todo sería diferente. No más ilusiones, no más dolor por una traición. Por fin era libre.
¿Y tú qué piensas? ¿Hizo bien Lucía? ¿O debería haberse callado? ¡Cuéntame tu opinión!
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