La ambulancia avanzaba a toda velocidad por las calles de Sevilla, mientras la sirena resonaba como un grito desesperado. En su interior, Lucía yacía inconsciente, atrapada entre la vida y la muerte. El médico principal, un hombre canoso llamado doctor Méndez, le revisaba el pulso constantemente y ordenaba a las enfermeras con voz cortante:
¡Más rápido! Presión constante, no pueden dejar que pierda más sangre. ¡El bebé todavía tiene posibilidades!
A su lado, Rosa se retorcía las manos, murmurando plegarias. Sentía el corazón oprimido por la culpa de no haber intervenido a tiempo, en la hacienda. Recordaba la mirada fría como el acero de Isabel, aquella mirada que al fin le hizo entender la verdad.
**La sala de urgencias**
Cuando la camilla de Lucía entró en urgencias, Javier se abalanzó sobre los médicos, con los ojos enrojecidos por las lágrimas y la rabia.
¡Por favor, sálvenla! ¡Ella y nuestro hijo No puedo perderlos!
El doctor Méndez lo miró brevemente, con la severidad de quien sabe que no hay tiempo para dramas.
Señor Delgado, espere afuera. Haremos todo lo humanamente posible.
Javier se quedó inmóvil unos segundos, pero al final cedió, derrotado, y se desplomó en un banco del pasillo. Se cubrió el rostro con las manos, y por primera vez en su vida, aquel hombre seguro de sí mismo sintió que el suelo se le escapaba bajo los pies.
Tras las puertas cerradas, el equipo médico luchaba por la vida de Lucía. Su respiración era débil, pero su corazón aún latía. El bebé, sin embargo, estaba en estado crítico. Los monitores pitaban rítmicamente, y la tensión en la sala era palpable.
**En la sala de espera**
Isabel entró en el hospital, escoltada por dos amigas íntimas que había llamado apresuradamente para que actuaran como testigos de su supuesta preocupación. Su rostro era de piedra, pero la voz temblorosa lograba conmover a quienes la rodeaban:
Pobrecilla ¿Cómo pudo resbalarse así? Solo quería que fuésemos una familia unida.
Rosa, que permanecía en un rincón, la miró fijamente con odio contenido. Si hubiera tenido el valor de decir la verdad en ese momento, quizá todo habría terminado. Pero el miedo al poder de Isabel, a su influencia en la ciudad y a su capacidad para destruir vidas la paralizaba.
**Javier y su madre**
¡Madre! estalló Javier, levantándose de golpe. ¿Dónde estabas cuando ocurrió esto? ¡Rosa dice que estabas junto a ella!
Isabel le tocó el brazo con un gesto falsamente dulce:
Hijo mío, estaba arriba, en el piso de arriba. Solo vi cómo caía Todo pasó tan rápido. ¡Dios mío, si hubiera podido atraparla!
Lágrimas falsas rodaban por sus mejillas, pero Javier ya no estaba seguro de creerle. Una grieta pequeña, pero profunda, se abría en su confianza.
**Noticias desde quirófano**
Tras horas de tensión, la puerta del quirófano se abrió. El doctor Méndez, con el rostro marcado por el cansancio, se acercó a Javier.
Señor Delgado, su esposa está viva. Fue una batalla dura, pero logramos estabilizarla. Sin embargo el bebé
Las palabras se le atragantaron un instante, y Javier entendió sin necesidad de más explicaciones. Su mundo se derrumbó. Tambaleándose, se apoyó contra la pared mientras las lágrimas caían sin control.
Doctor necesito verla.
La trasladarán a la habitación en breve. Necesita descansar. Pero debo informarle que hay marcas en su pecho y brazos. No parecen causadas solo por la caída. Estoy obligado a notificarlo a las autoridades.
Isabel, que había escuchado la conversación, se quedó petrificada un instante. Luego recuperó la compostura y abrazó a su hijo, intentando dominarlo con falsa ternura:
No les hagas caso, cariño. Ya sabes cómo se extienden los rumores. Lo que necesitas ahora es tranquilidad.
**El despertar de Lucía**
Horas después, Lucía abrió los ojos. Estaba pálida, apenas podía respirar. Javier le besó la mano, intentando contener el llanto.
Lucía mi amor estás aquí conmigo.
Ella lo miró largo rato, hasta que sus ojos se llenaron de lágrimas. Intentó llevar la mano al vientre, pero entendió todo al ver la expresión de su esposo. Un gemido desgarrador escapó de sus labios.
Nuestro bebé
Javier la abrazó con fuerza, susurrándole:
Superaremos esto juntos. Te tengo a ti, y eso es lo único que importa.
Pero en el alma de Lucía surgía otro dolor: no solo la pérdida de su hijo, sino la certeza de que tras la tragedia estaba la misma mujer que debería haberla protegido.
**La confesión de Rosa**
Días más tarde, Rosa no pudo soportar el silencio. Encontró a Lucía sola en la habitación y, con voz temblorosa, confesó:
Doña Lucía debe saber la verdad. No se cayó sola. Doña Isabel la empujó. Yo lo vi todo.
Lucía sintió que la sangre se le helaba en las venas. Era la verdad que había sospechado, pero ahora tenía la confirmación.
Rosa ¿por qué me lo dices ahora?
Tenía miedo. Usted sabe el poder que tiene en la ciudad Pero ya no puedo vivir con esta culpa.
Lucía le tomó la mano y, con una fuerza inesperada, susurró:
Te juro que no quedará impune.
**La investigación**
Pocos días después, la policía abrió una investigación oficial. Las declaraciones de los médicos, las marcas en el cuerpo de Lucía y el testimonio de Rosa encajaban como piezas de un macabro rompecabezas.
Isabel, sin embargo, no era mujer que se rindiera fácilmente. Sus abogados prepararon estrategias, y amigos influyentes intentaron silenciar el escándalo.
Javier estaba desgarrado entre el amor por su madre y la cruda verdad que salía a la luz. Lo atormentaban la mirada de Lucía, su dolor mudo, y las palabras de Rosa, imposibles de ignorar.
**El enfrentamiento final**
Una tarde, Javier fue al salón de la casa, donde Isabel lo esperaba, elegante y fría como siempre.
Madre, dime la verdad. ¿Empujaste a Lucía?
Isabel alzó la barbilla con orgullo.
Hijo, todo lo hice por tu bien. Ella no es digna de ti. Habría arruinado tu vida. Yo salvé a nuestra familia.
Javier la miró con horror.
No tú lo has destruido todo. Mataste a nuestro hijo. Y por eso jamás te perdonaré.
Sus palabras cayeron como un rayo. Isabel permaneció inmóvil, pero en sus ojos ardía una llama de odio impotente.
**Epílogo**
El juicio que siguió conmocionó a toda Sevilla. Los periódicos hablaban diariamente de “la tragedia de los Delgado”, y la gente debatía en las calles.
Lucía, aunque frágil, encontró fuerzas para testificar. Rosa confirmó cada palabra. Los médicos aportaron pruebas irrefutables.
Isabel Delgado, antes respetada y temida, fue condenada a largos años de prisión por intento de homicidio.
Javier y Lucía, aunque marcados de por vida, hallaron consuelo en los brazos del otro. Prometieron comenzar de nuevo, sin dejar que las sombras del pasado destruyeran su futuro.
Pero en lo más profundo de Lucía, la herida por la pérdida de su hijo nunca cerraría. Y cada vez que pisaba las escaleras de mármol de la hacienda, sentía un escalofrío