La odisea de una cuñada desafiante en la cocina

**Poniendo en su sitio a una cuñada impertinente**

Reconduje a la impertinente hermana de mi marido.

Mamá dijo que el restaurante está confirmado comentó Carlota con tono despreocupado, ignorando la tensión en la voz de Isabel. Y lo del dinero ¿vosotros y Antonio ya lo habéis transferido?

Isabel dudó un instante, buscando las palabras, pero Carlota siguió:

No es tanto, la verdad. Hasta pensé en poner de mi bolsillo, pero con mis gastos Es para mamá, ya entiendes.

Espera la interrumpió Isabel, conteniendo la irritación. No habíamos acordado nada. Antonio no me dijo nada.

Ay, ya sabes cómo se le olvida todo rió Carlota, como si fuera lo más normal. Le dije que os tocarían unos cuarenta mil euros. Es razonable para la ocasión, ¿no?

Las palabras sonaban a decisión tomada, como si protestar fuera absurdo. Isabel apretó el teléfono, notando cómo la rabia le subía por la garganta.

¿Cuarenta mil? repitió despacio, casi en un susurro.

Sí, ¡hasta conseguí descuento! Tenemos los postres, el servicio ya verás. Mamá lo va a amar. Bueno, no te estreses, ya dejé un adelanto. Antonio dijo que vosotros os encargaríais del resto.

Carlota colgó sin esperar respuesta.

Isabel se quedó sentada, mirando el móvil. Un nudo en la garganta, un solo pensamiento: *Otra vez esto. Siempre el mismo juego.*

***

Esa noche, la cocina olía a tensión. Antonio abrió la nevera, sacó una cerveza y, sin mirarla, murmuró:

Carlota dice que no quieres poner dinero para el restaurante.

Isabel se quedó helada.

¿Que no quiero? ¿Eso dijo? Se levantó de la silla, conteniéndose. ¿Me he negado? Ni siquiera sabía nada hasta que llamó y me puso contra las cuerdas.

Antonio se giró, frunciendo el ceño.

Vamos, no lo hace por ella. Mamá no celebra su cumple todos los años.

¿Y es normal que lo haga a costa nuestra? ¡Cuarenta mil, Antonio! Isabel bajó la voz para no despertar a su hijo. ¿Cuarenta mil euros te parecen normales?

Antonio encogió los hombros, desviando la mirada.

Bueno, es para mamá. ¿Qué quieres? Carlota lo ha organizado todo.

Isabel resopló.

Claro, qué bien lo ha hecho. Es fácil gastar el dinero ajeno. Y dime, Antonio, ¿por qué lo aceptas así? ¿Lo hemos hablado? No. Ella decide, y tú asientes.

Déjalo Antonio agitó la mano, cogiendo un vaso. Solo intenta ayudar.

¿A quién? ¿A nosotros? ¿A mamá? ¿O a ella misma? Isabel alzó la voz pero la reprimió al instante. Antonio, estoy harta. Para ella siempre es: «dad, transferid, pagad». Y luego desaparece como si nada.

Él calló, clavando la vista en el vaso.

¿Qué quieres que haga? Así es ella. Háblalo con ella, si quieres.

Ya lo hice cortó Isabel. ¿Sabes lo que me dijo? Que era nuestro deber.

¿Qué esperabas? Ella lo gestiona todo sola. Quizá su vida es más complicada que la nuestra.

¿Que lo gestiona? estalló Isabel. ¡Antonio, se aprovecha de todo el mundo! ¡Y tú la animas!

La conversación se ahogó. Antonio encogió los hombros, murmuró algo inaudible y salió de la cocina, dejándola sola con sus pensamientos.

***

A la mañana siguiente, una llamada inesperada. Isabel contestó sin entusiasmo.

¡Hola, Isa! ¿No estás ocupada? Carlota sonaba inusualmente animada.

Te escucho respondió Isabel, seca, preparada para otra petición.

Mira, necesito ayuda. Empecé un proyecto con una vecina, una tienda online, ya sabes cómo están las oportunidades ahora. Bueno, necesito pagar algo, y ando justa. Pensé que podrías dejarme tu tarjeta. Temporal, solo unos días.

Isabel se paralizó, intentando procesarlo.

Carlota dijo con firmeza, ¿en serio? ¿Mi tarjeta?

¡Sí! ¿Por qué no? Sabes que soy cuidadosa. Te lo devolveré todo, no gastaré de más.

No. Ni lo pienses.

Un silencio incómodo llenó la línea.

No entiendo la voz de Carlota perdió seguridad. Es solo una tarjeta. ¿Por qué te niegas?

Carlota, porque mi paz mental no tiene precio. Y mi tarjeta, tampoco.

¿No confías en mí? sonó indignada, pero era otra estrategia. Somos familia.

Isabel tragó saliva, conteniéndose.

Carlota, dejémoslo aquí. Tengo cosas que hacer.

Colgó, sintiendo alivio y rabia a partes iguales. Carlota cruzaba todos los límites.

Cuando Antonio llegó esa noche, Isabel supo que sería otra discusión.

Antonio empezó con calma, tu hermana llamó otra vez.

Él se descalzó sin prisa.

¿Y?

Me pidió mi tarjeta. Para uno de sus proyectos.

Antonio se detuvo, mirándola sorprendido.

¿Y qué le dijiste?

Que no, claro.

¿Y por qué no ayudarla? habló brusco. Al fin y al cabo, es Carlota.

Isabel respiró hondo, evitando estallar.

Antonio, ¿en vuestra familia no distinguís una petición de un abuso? ¿No puede apañárselas sola?

Isa, no te pidió un millón. Siempre lo complicas todo.

Ella lo miró, incrédula.

¿Que lo complico? Es ella quien cree que esto puede seguir así eternamente.

Antonio calló, luego masculló:

Solo necesitaba ayuda, eso es todo.

Sí, y luego desaparece, y nosotros cargamos con las consecuencias.

Hizo un gesto de rechazo y se marchó al dormitorio.

Isabel permaneció sentada, sintiendo algo romperse para siempre dentro de ella. No soportaba más la situación. Carlota no solo invadía su vida, la destrozaba.

Toda la noche pensó en cómo acabar con esto. Un plan tomó forma en su mente: frío, racional y, sobre todo, definitivo.

***

La semana siguiente, una comida familiar en casa de los parientes de Antonio. Casi todos estaban allí: abuelas, tíos, primos. Carlota, como siempre, en el centro, alardeando de sus «proyectos futuristas». Isabel observaba, imperturbable.

Antonio, a su lado, nervioso, como presintiendo lo que vendría.

Bueno seguía Carlota, dirigiéndose a todos, montamos un proyecto increíble con mi vecina. Todo con nuestro esfuerzo, ya sabéis lo difícil que está todo.

Isabel tosió, atrayendo miradas.

Carlota, ¿por qué no mencionas que en tu proyecto usas el dinero ajeno?

Todos se callaron. Carlota tardó en reaccionar.

¿Qué insinúas? su voz se quebró.

Me pediste mi tarjeta para «gastos temporales». Y antes, Antonio te prestó para arreglar el coche. Por cierto, ¿se lo devolviste?

Carlota enrojeció.

Son detalles. ¿Por qué sacarlos aquí?

Isabel no retrocedió.

No son detalles cuando vives a costa de los demás.

No sé por qué te enfadas intentó sonreír, pero falló. Somos familia.

¿Familia? arqueó una ceja. ¿Qué familia,Isabel respiró hondo y, mirando a los ojos de Antonio, dijo con calma pero firmeza: “Basta ya, esto termina hoy”.

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