Una fría noche de octubre cambió para siempre la vida de Lucía. Estaba en la puerta de lo que había sido su hogar, con una maleta mal hecha, mientras el grito agudo de su suegra aún resonaba en sus oídos:
¡Fuera de mi casa! ¡Y no vuelvas a poner los pies aquí nunca más!
Diez años de matrimonio se acabaron en una sola noche.
Lucía no podía creer que Javier, su marido, se limitara a mirar al suelo y callar mientras su madre la echaba. Todo empezó con otro reproche de la suegra, esta vez por una paella mal hecha:
¡Ni siquiera sabes cocinar! ¿Qué clase de esposa eres? ¡Y encima no nos das nietos!
Mamá, cálmate murmuró Javier, pero su madre siguió como un torrente:
No, hijo, no voy a quedarme quieta mientras esta inútil te arruina la vida. ¡Elige, ella o yo!
Lucía contuvo el aliento, esperando que su marido la defendiera. En vez de eso, solo levantó las manos, impotente.
Lucía, quizá sea mejor que te vayas un tiempo quédate con alguna amiga, piensa las cosas.
Ahora, en la calle con solo mil euros en el bolso y un móvil lleno de números que no había marcado en años, sintió que el suelo cedía bajo sus pies. Su mundo giraba en torno a esa casa, su marido y su suegra.
Caminó sin rumbo, ajena a la llovizna y al frío. La luz de las farolas temblaba sobre el asfalto mojado, mientras los pocos transeúntes buscaban refugio. Todo parecía lejano, irreal.
**Un nuevo comienzo**
Las primeras semanas se mezclaron en una bruma gris. Sofía, una vieja amiga, le ofreció su sofá, pero era solo un parche.
Necesitas un trabajo insistió Sofía. Lo que sea, solo para recomponerte.
Lucía empezó como camarera en un pequeño café: turnos de doce horas, piernas doloridas, el olor pegajoso de la comida. Pero el trabajo no dejaba tiempo para llorar.
Una noche tranquila, un hombre de cuarenta y tantos entró, pidió solo un café y se sentó al fondo. Cuando Lucía se lo sirvió, él dijo suavemente:
Tienes los ojos tristes. Perdona que te lo diga, pero no perteneces aquí.
Ella iba a contestar algo cortante, pero, para su sorpresa, se sentó. Así conoció a Alejandro.
Tengo una pequeña cadena de tiendas explicó él. Necesito una administradora competente. Podríamos hablar mañana, en un sitio más tranquilo.
¿Por qué le ofreces un trabajo a una desconocida? preguntó ella.
Porque veo inteligencia y valentía en tu mirada sonrió él. Tú aún no lo sabes.
**Del café a la oficina**
La oferta era real. Una semana después, Lucía aprendía facturas y horarios en vez de llevar bandejas. Al principio tropezaba, pero Alejandro fue un mentor paciente.
Tienes talento, solo que otros te hicieron dudar. No pienses “no puedo”, pregunta “¿cómo puedo hacerlo mejor?”
Poco a poco, ella cambió.
Ahora sonríes de verdad dijo Alejandro un día. Y tenía razón.
Un año después, dirigía tres tiendas. Los beneficios subían; el equipo la respetaba. En una cena, Alejandro le apretó la mano:
Lucía, eres más que una compañera para mí.
Ella se apartó con suavidad: Te lo agradezco, pero aún me estoy encontrando.
Él asintió: Esperaré. Ya no eres la chica asustada que conocí.
**Encontrándose a sí misma**
Ahora llevaba trajes elegantes, conducía su propio coche, hablaba con seguridad.
¿Sabes lo más raro? le dijo a Alejandro. Ya no siento rabia por mi ex ni por su madre. Son como personajes de un sueño viejo.
Las fiestas se acercaban junto a la apertura de otra tienda. Tras una reunión, Sofía llamó:
Jefa, ¿cuándo nos vemos?
Este fin de semana, en el café donde trabajaba.
Sofía la miró sobre un café con leche. Has cambiado por dentro. ¿Y Alejandro? Lucía dudó: la línea entre lo profesional y algo más era fina.
Tengo miedo admitió. ¿Y si vuelvo a perderme en un hombre?
Tonterías dijo Sofía. Él valora a la mujer en que te has convertido.
Esa noche, después de una negociación exitosa, Lucía y Alejandro estaban solos en el restaurante.
Fuiste brillante dijo él. Contratarte fue la mejor apuesta de mi vida.
Sus miradas se encontraron; su corazón latió fuerte. Quizá Sofía tenía razón.
**Éxito y una pregunta**
La nueva tienda abrió a tiempo. En su oficina, llamaron a la puerta: Alejandro, con peonías, sus flores favoritas.
Por nuestro éxito dijo. Cena conmigo, solo Lucía y Alejandro.
En un bistró del casco antiguo, él habló de sus inicios humildes, un matrimonio fracasado y su terquedad. Ella habló de su infancia en un pueblo y sus miedos.
Tomándole la mano, él dijo:
Estoy enamorado de ti. No de la gerente, sino de la mujer que eres.
Su teléfono sonó: problemas con un pedido. Alejandro cubrió su mano.
Esta noche no. Que lo resuelva tu ayudante.
Por primera vez en mucho tiempo, se relajó. Hablaron de libros, viajes, sueños. Fuera, nevaba suavemente. Él le puso su chaqueta al hombro.
Vámonos mañana a la playa. Hagamos una locura.
**Tormenta junto al mar**
A la mañana siguiente, volaron al sur. Valencia los recibió con lluvia y un paseo vacío.
El mar nunca es igual, como la vida dijo Alejandro.
Pasaron dos días paseando, con vino caliente y confidencias. Ella entendió que el amor verdadero te hace más fuerte, no más débil.
En la última noche, una tormenta azotó la costa. El viento les arrebataba la ropa. Alejandro la abrazó:
Cásate conmigo.
Ella se quedó inmóvil.
Es repentino, lo sé. Pero no quiero un día más sin ti.
Desde ese momento, sus vidas se hicieron una.