«¿Y si mis padres de verdad se divorcian?» La terrible idea le retorció el estómago a Toni y le subieron unas ganas enormes de llorar. Los tres amigos caminaban de vuelta del colegio. El sol primaveral les pegaba directamente en los ojos. Se empujaban y reían, haciendo bromas pesadas. Al llegar al portal de Javier, se detuvieron.
—¿Sales esta tarde con nosotros a montar en bici? Ayer Álvaro y yo nos lo pasamos genial en el parque.
Toni frunció el ceño. Llevaba semanas pidiéndole a su padre que trajera la bici del trastero, pero nunca tenía tiempo. O llegaba tarde del trabajo, cuando ya estaba oscuro, o le decía que esperara al fin de semana… y luego se olvidaba.
—¿Vienes o qué? —repitió Javier, dándole un codazo en el hombro.
—No sé. La bici está en el trastero. Si mi padre llega pronto hoy…
—¿Y no puedes cogerla tú solo? Bueno, a las siete estaremos en el parque, vente —Javier alzó la palma, y los chicos chocaron los cinco.
Toni se despidió de Álvaro en la siguiente esquina. «¿Y si busco la llave del trastero? Papá solo usa el coche en invierno. Seguro que no la lleva encima», pensó, apretando el paso hacia casa. Vivía más lejos que sus amigos.
Al llegar, se cambió de ropa y empezó a buscar la llave. Pero en el cajón del armario, donde sus padres guardaban las cosas sueltas, no estaba. Revisó otros sitios, sin suerte, hasta que decidió ponerse con los deberes. Si no los terminaba, su madre no le dejaría salir.
Sorprendentemente, acabó en hora y media. Normalmente tardaba el doble. El pestillo de la puerta sonó. «¡Mamá!» —saltó de alegría y corrió a recibirla.
—Hola —dijo ella con voz cansada, pasando directa a la cocina con una bolsa. Toni la siguió. Mientras guardaba la compra, su madre frunció el ceño.
—¿No te has comido los macarrones con filetes? ¿Otra vez bocadillos y té? Guarda esto —le tendió un paquete de lentejas.
—Mamá, ¿dónde está la llave del trastero?
—¿Para qué la quieres?
—Para sacar la bici.
—¿Has hecho los deberes? —Ella cerró la nevera y lo miró fijo.
—Sí, míralo si quieres —dijo él, orgulloso.
—La llave… —su madre miró alrededor, perdida—. No me acuerdo. Espera a tu padre, él sabrá.
—¿Y cuándo va a llegar? ¿De madrugada? —Toni alzó la voz, irritable—. Mis amigos llevan meses montando. ¿Para qué la guardasteis ahí? Podía quedarse en el balcón. Cuando venga papá, estaréis otra vez discutiendo. Estoy harto.
El humor se le cayó en picado. Dio media vuelta y fue a su habitación, cerrando la puerta de un portazo.
Últimamente, su padre siempre trabajaba hasta tarde. Sus padres gritaban cada día, peleándose por todo. Y la palabra «divorcio» sonaba demasiado.
No podía imaginar que se separaran. Sí, su padre casi nunca preguntaba por el cole, hacía meses que no salían juntos. Una vez, llegó temprano. En la cena, preguntó cómo le iba en clase. Toni empezó a hablar, pero se calló al ver la mirada perdida de su padre. No le escuchaba.
Entonces su madre arremetió: que no se preocupaba por su hijo, que no ponía interés, que era justo ahora cuando Toni más lo necesitaba… Toni se encerró en su cuarto, tapándose los oídos. Pero era imposible no oír los gritos.
Todos sus amigos tenían familias normales. Javier iba al fútbol y de pesca con su padre. Álvaro ni salía mucho, siempre estaba de viaje con sus padres. Toni suspiró.
Sentado en la cama con un libro abierto en las manos, no había leído ni una línea. Su madre entró, se sentó al borde del colchón y alargó la mano para acariciarle el pelo. Él esquivó el gesto.
—He encontrado la llave del trastero. Si has hecho los deberes… —empezó ella, con voz culpable.
—Ya te dije que sí —la interrumpió Toni.
—Vale. Pues vístete. Iremos juntos.
Toni cerró el libro de un golpe, lo tiró a un lado y se puso el jersey de un tirón.
—Listo —dijo, animado.
—Prométeme que no vais a salir a la carretera. Quedaos en el parque o por la acera —pidió su madre, levantándose.
El trastero estaba a cinco minutos. Abrir el candado oxidado costó, y la puerta chirrió al moverse.
—Cuántas veces le he dicho que engrase los goznes —refunfuñó su madre al entrar. Pulsó el interruptor, y una bombilla desnuda iluminó el espacio abarrotado: cajas, herramientas, trastos viejos. En un rincón, una mesa plegable y dos sillas. El trastero era más bien un almacén de cosas inútiles.
El metal, calentado por el sol, seguía tibio. Olía a aceite y gasolina. Toni vio su bici colgada en la pared, lejos de su alcance.
—No llegas. Usa la silla —dijo su madre.
La silla se balanceó peligrosamente cuando él se subió.
—Cuidado, te sujeto —su madre le agarró las piernas.
—Mamá, así no sirve. Mejor sujeta la silla.
Le sorprendió el tono condescendiente de su voz, igual que el de su padre. Intentó bajar la bici, pero era demasiado pesada.
—Déjame a mí —ofreció ella.
—Yo puedo —se alzó de puntillas y empujó la bici hacia arriba. La silla se inclinó.
—¡Mamá, aguántala! —casi se le cae, pero su madre la sostuvo a tiempo.
Toni bajó, limpiándose las manos con alivio. Por fin saldría con sus amigos.
—Las ruedas están deshinchadas. Hay que inflarlas —dijo su madre—. Busca el inflador.
Rebuscó entre las herramientas, pero no lo encontró.
—Da igual. Puedo ir así o pedírselo a Javier.
El móvil de su madre sonó.
—Es tu padre —dijo, llevándose el teléfono al oído—. Estamos en el trastero… Sí, Toni quería la bici… ¿Tan temprano hoy? —su tono se volvió cortante—. No podíamos esperar. Llevas semanas prometiéndoselo… ¿Que para qué la urgencia? No hace falta que vengas. Mejor dime dónde está el inflador… —calló un rato, luego colgó y miró a Toni con fastidio—. No se acuerda. Menos mal que no se le ha olvidado que existimos —exhaló—. Va a venir. ¿Esperamos?
Se sentó en la silla tambaleante.
—¿De verdad has hecho los deberes? El curso acaba pronto —insistió.
Habían empezado a hablar cuando la puerta se abrió de golpe. Apareció su padre. Toni corrió hacia él.
—Yo solo la bajé —se jactó—. Hay que inflar las ruedas, pero no encontramos…
Se calló al ver la expresión de sus padres. No se miraban. Se comportaban como extraños. La euforia de Toni se desvaneció. Un frío incómodo le recorrió el cuerpo, a pesar del calor del trastero.
Miró a su padre, que buscaba el inflador. «¿Y si de verdad se divorcian?» El pensamiento le retorció el estómago y le provocó unas ganas repentinas de llorar.Finalmente, esa noche, mientras los tres cenaban juntos y reían por primera vez en meses, Toni supo que, aunque la vida nunca sería perfecta, al menos su familia seguía unida, al menos por ahora.