**El Secreto de la Fotografía Antigua**
Javier y Lucía estudiaban en la misma clase. Ella parecía una chica como cualquier otra, nada especial. Pero, quizás por el destino o porque algo cambió en Lucía, un día Javier la miró con otros ojos, como si no la reconociera, y el mundo giró al revés ante su mirada enamorada.
Después de clases, esperaba a Lucía a la salida de la universidad. Pero ella pasó corriendo sin verlo, se acercó a un joven y se marcharon juntos. Javier se quedó allí, observándolos hasta que desaparecieron, ahogando la decepción y la rabia en su pecho.
¿Qué esperaba? ¿Que ella lo esperaría eternamente hasta que él se fijara? Era natural que una chica como Lucía tuviera novio.
Un día llegó a clase con los ojos rojos de llorar. Estuvo callada y ensimismada. Javier volvió a esperarla. Esta vez nadie la recogía, y él se armó de valor para acercarse.
—¿A casa? —preguntó.
—No, a casa de mi abuela. Vivo con ella ahora. Está enferma.
Lucía le contó que su abuela sufría de presión alta y dolores en las articulaciones. En primavera empeoraba, apenas salía.
Javier caminaba a su lado, casi sin escuchar, flotando en una nube de felicidad. Su corazón latía al ritmo de un único nombre: Lucía, Lucía, Lucía.
Vivía a tres paradas de la universidad.
—No te invito a entrar. La abuela no se encuentra bien —se disculpó Lucía al llegar a su portal.
Al día siguiente, Javier volvió a preguntar por la abuela.
—Estable. Pero anoche vino mi madre con su nuevo marido. La abuela se alteró tanto que tuvieron que llamar a una ambulancia. Ojalá no hubieran venido —respondió Lucía.
“Claro, problemas con el padrastro”, pensó Javier. Pero no quiso indagar.
Poco antes de los exámenes finales, la abuela de Lucía murió. Javier estuvo a su lado, apoyándola. Después del funeral, Lucía se quedó viviendo en el piso de la abuela.
—¿No te da miedo el fantasma de tu abuela? —bromeó Javier una noche, acompañándola a casa.
—No. Aunque no era un ángel, conmigo siempre fue buena.
Un día, Javier reunió el coraje para preguntar por el chico que la esperaba antes. Lucía palideció y, con gesto torcido, respondió:
—Se casó con mi madre. Imagínate, ahora es mi padrastro.
Tras el primer examen, Lucía lo invitó a su casa. El piso, lleno de muebles antiguos y libros, tenía un aire melancólico. Sobre la mesa, un álbum de fotos viejo.
—¿Puedo? —preguntó Javier, señalándolo.
—Mira. Estaba eligiendo una foto de la abuela para la lápida… —Lucía se sentó a su lado en el sofá y comenzaron a pasar páginas, comentando recuerdos.
—Esta soy yo de pequeña. Y estos, mis padres jóvenes. Yo aún no existía.
—¿Se divorciaron? —recordó Javier que su madre se había vuelto a casar.
—Sí. Mi padre no aguantó el carácter explosivo de mi madre. Yo era muy pequeña. Ahora tiene otra familia; no hablamos.
—¿Y esta? —Javier señaló a una mujer mayor de mirada dura y labios apretados.
—Así era la abuela en sus últimos años —dijo Lucía, pasando la página.
—Aquí está joven. Hermosa, ¿verdad? —señaló otra foto.
Una joven de ojos negros, vestida con un ligero traje de flores, sonreía desde la imagen. Javier no creyó que fuera la misma persona, pero no lo comentó.
Lucía pasó otra página.
—Espera, vuelve —pidió Javier—. ¿Quién es este? —mostró una foto donde la misma joven posaba junto a un hombre.
—No sé. Tal vez un amigo o pariente. Nunca lo pregunté.
—Javier, ¿qué te pasa? —Lucía lo miró preocupada al ver su expresión.
—Debo irme. —Cerró el álbum abruptamente, levantando polvo—. Te llamo mañana —dijo ya en la puerta. Dudó un instante, como si quisiera añadir algo, pero salió sin más.
En vez de ir a casa, Javier fue a ver a su abuelo, que vivía al otro lado de Madrid. Durante el trayecto, miró por la ventana sin ver nada.
—¡Javier! ¡Cuánto tiempo! Pasa —el abuelo le sonrió.
—¿Cómo van los estudios? ¿Y el amor? —preguntó mientras Javier se quitaba las zapatillas.
—Bien. Hoy saqué un sobresaliente.
—¡Bravo! —el abuelo fue a poner la tetera—. Lo celebramos.
Javier se acercó a la estantería.
—¿Qué buscas? —su abuelo apareció tan silencioso que lo hizo sobresaltarse.
—El álbum de fotos…
—¿Para qué lo quieres? —el abuelo sacó un álbum viejo del cajón—. Aquí está. ¿A quién buscas?
Javier lo hojeó hasta encontrar una foto cortada por la mitad.
—¿Eres tú? ¿Por qué está partida? ¿Quién salía aquí?
El abuelo se sobresaltó.
—No me acuerdo. Nadie.
—Hoy estuve en casa de una chica que tiene la misma foto, pero entera. Tú, abrazando a su abuela.
El abuelo se levantó, caminando nervioso. El silbido del agua lo llamó a la cocina, pero no regresó.
Lo encontró con la cabeza entre las manos.
—Abuelo, ¿qué pasa? —Javier dejó la foto partida sobre la mesa.
—¿Cómo se llama tu chica?
—Lucía.
—¿Y su abuela?
Recordó el nombre en la foto de la estantería de Lucía.
—María Isabel Navarro. ¿La conocías?
El abuelo cerró los ojos.
—El destino es irónico. Por mucho que huya, el pasado siempre te alcanza.
—Abuelo, amo a Lucía. Necesito saber qué hubo entre tú y su abuela.
El viejo suspiró.
—En mi juventud, cometí errores. Pero no quiero que los repitas.
—Lucía no es un error.
—Escucha antes de decidir.
***
Tras la guerra, trabajé en una fábrica de trenes. Allí conocí a María, hermosa e indiferente. Me enamoré como un loco.
Me advirtieron que tenía fama, pero no escuché. Le regalé flores, la cortejé, hasta que un día aceptó casarse. Pronto noté cambios en ella.
—¿Crees que me casé contigo por amor? —me confesó un día—. Estaba embarazada.
El dolor fue inmenso, pero la perdoné. Hasta que llegué a casa y encontré allí al director de la fábrica. Lo eché a la calle.
Me despidieron. María ya no ocultaba su desprecio. Tomé una maleta y me fui.
En otra ciudad, conocí a tu abuela. No era bella como María, pero era buena, cálida. Con ella formé una familia. Pero nunca olvidé a María.
Años después, la encontré por casualidad. Dijo que estaba enferma, que moriría pronto. Me rogó que volviera.
Tu abuela, al ver mi tormento, me dijo:
—Vete con ella si quieres. Nosotros seguiremos adelante.
Pero no pude irme. Y tenía razón tu abuela. María mintió. Ahora sé que murió hace poco.
Tu abuela soportó todo en silencio, hasta que su corazón no pudo más.
***
—¿Y ahora te enamoraste de la nieta de María? —el abuelo meneó la cabeza—. Mira cómo—No importa lo que pasó, abuelo —dijo Javier, tomando su mano—, porque esta vez, el amor no será un error.