— Cariño, ¿te acuerdas de que me pediste que te avisara si me enteraba de alguna necesidad que ni siquiera se había planteado aún? Pues tengo justo algo así — Rita se quedó en la puerta del despacho de su marido, mirándolo con esperanza.
— Me tienes intrigado, Riti. Cuenta.
— ¿Sabes qué echo mucho de menos en toda esta comunicación online? — Se sentó a su lado y bajó la voz—. Un filtro de bondad. Como un “traductor de luz” que convirtiera la grosería, la mala educación y la ironía en un lenguaje respetuoso. Para que, al leer comentarios o mensajes de trabajo, no te dieran ganas de esconderte bajo la manta.
— Rita, ¿alguien te ha hecho algo?
— No, mi amor, no es alguien en concreto. Pero, ¿sabes?, estos últimos meses, revisando redes sociales, foros y chats de trabajo, siento como si me tiraran cubos de rabia, irritación y agresividad. La gente no se frena. Atacan, se burlan, humillan. Como si ya no hubiera frenos.
Hizo una pausa, bajando la mirada.
— A veces pienso que el problema lo tengo yo, que me he vuelto demasiado sensible. Pero, por otro lado, ¿es normal que nos acostumbremos a la mala educación como si fuera el ruido de fondo?
Sasha suspiró. Él la veía a diario leyendo decenas de mensajes, analizando reacciones sociales como parte de su trabajo en una gran agencia de análisis.
— Lamentablemente, los más agresivos son los que más se oyen. Siempre han sido pocos, pero internet es su caldo de cultivo. El anonimato les da libertad, desaparece la responsabilidad y solo queda la emoción pura. Pero tienes razón. El mundo se está volviendo tóxico. Y tu idea es potente. Cuéntame más, ¿cómo lo imaginas?
— Me gustaría que fuera una app o una extensión. Por ejemplo, lees comentarios bajo un vídeo y están automáticamente transformados: no “tonta”, sino “no entiendo tu postura”; no “cállate”, sino “¿qué tal si lo vemos de otra forma?”. ¿Te imaginas?
— Espera, ¿quieres que no bloqueen, sino que reescriban?
— ¡Exacto! Pero de forma voluntaria. El usuario activa el filtro y decide dónde usarlo: en ciertas webs, en chats de trabajo donde importe el respeto…
— ¿Y si también funcionara al revés? ¿Para suavizar tus propios mensajes antes de enviarlos?
— ¡Sería perfecto! Porque tampoco somos santos. Sobre todo en días de estrés. A veces das un portazo digital y luego te arrepientes. Con esto, el filtro te avisaría: “¿seguro que quieres decirlo así?” o incluso te sugeriría alternativas.
— Suena como un psicólogo interno con función de autocensura, pero sin sermones.
— ¡Eso es! Y que funcione sin complicaciones, sin copiar y pegar en otras apps. Todo en tiempo real. La tranquilidad es un recurso, y hoy vale su peso en oro.
Sasha guardó silencio un momento. Trabajaba en IT y sabía que la idea de Rita no solo podría triunfar, sino cambiar la forma de comunicarnos digitalmente.
— Lo hablaré con el equipo mañana. Sin falta. No es solo brillante, es necesario. La gente necesita respirar sin veneno.
Rita suspiró aliviada y sonrió por primera vez en todo el día.
— Gracias, Sasha. De verdad. Empezaba a pensar que estaba loca por soñar con algo imposible. Pero quizá la bondad es solo algo que perdimos. Y toca recuperarla.
Él se levantó, la abrazó y la apretó contra su pecho.
— Ya está, basta de toxicidad por hoy. Hora de activar nuestro filtro de bondad personal: silencio, abrazos, té y amor. Sin condiciones. Sin discusiones. Sin filtros.
Ella rio y escondió la cara en su hombro.
Fuera, alguien seguía tecleando, alguien escribía un comentario lleno de ira o discutía hasta quedarse ronco. Pero en esa habitación nacía una idea que podía cambiar, aunque fuera un poquito, el mundo. Y hacerlo, quizá, un poco más cálido.