Melodía del parque invernal: un nuevo capítulo de vida

**Canción del parque invernal: un nuevo capítulo de vida**

Olga Martínez se abrigó con su abrigo de piel, envolvió a su pequeña nieta Lucía y salió a pasear con ella por el parque nevado en las afueras de Córdoba. En el parque, padres jóvenes empujaban carritos, sus risas y conversaciones se mezclaban con el crujir de la nieve bajo los pies. Lucía, bien arropada en su mantita, se durmió al instante con el aire fresco. Olga se sumergió en recuerdos de su juventud, de cuando crió sola a su hijo Adrián. Estaba tan ensimismada que al principio no distinguió el llanto de un niño. Creyó que era Lucía, pero no—su nieta seguía dormida. Cerca, un hombre empujaba un carrito con desesperación, mirando a su alrededor. Al ver a Olga, suplicó:
—Señora, ¡ayúdeme! ¿Qué debo hacer?
Olga se quedó paralizada, conmocionada por sus palabras.

***

Cuando Carla y Adrián se casaron, la suegra dejó las cosas claras:
—Ahora os las apañáis solos. A ti, hijo, te crié y te saqué adelante. Quiero vivir para mí, solo tengo cuarenta y seis. Y vosotros tenéis que acostumbraros el uno al otro. ¡Así que no corráis con los nietos!

—Vaya forma de soltarlo tu madre, qué desagradable—, refunfuñó Carla.
—No te preocupes, es buena gente, pero me crió sola—, sonrió Adrián—. Hace poco bromeaba con su amiga que se sentían jóvenes otra vez, buscando marido. Van a bailes los fines de semana, hacen excursiones, viajan. ¿Cuándo iba a cuidar nietos?
—¿Y cómo les va?—, preguntó Carla, escéptica.
—De momento, nada. En los bailes solo había un hombre, y se fue con otra. ¡Y en las excursiones, puras mujeres! Pero no te preocupes, mi madre habla por hablar. Cuando llegue el momento, ayudará—, la abrazó Adrián.

Vivían en casa de Olga, aunque ella apenas estaba. De mañana a noche trabajaba, y luego al teatro o con amigas. Los fines de semana también desaparecía. Los jóvenes llevaban la casa a su aire.

Carla temía que su suegra se enfadara al enterarse del embarazo. Pero Olga solo sonrió:
—¡Qué rápido! Bueno, si lo habéis decidido, allá vosotros.
Al saber que era niña, se alegró:
—Siempre quise una hija, pero no pudo ser. ¡Ahora tendré una nieta!

Aunque al principio, Olga no se involucraba mucho, como si temiera que la ataran. No salía antes del trabajo, los fines de semana eran suyos.
—Menos mal que mis padres vienen a veces y pasean con Lucía—, dijo Carla a Adrián, resignada, mientras removía una cena improvisada. Lucía había llorado todo el día—le salían los dientes.

Adrián, acostumbrado a las tareas domésticas desde niño, ayudó enseguida:
—Queríamos tener un hijo, ¿no?
—¡Pero ella es la abuela! Al menos nos regaló el carrito y a veces juega con Lucía. Pero la madre de mi amiga Sonia corre del trabajo para llevarse a su nieta. ¡La tuya ni lo ha sugerido!—, se quejó Carla.
—Somos jóvenes, nos las apañamos. Y mi madre trabaja mucho. Además, tu amiga abusa de su madre—, se rio Adrián—. ¡Mi madre nos avisó!

Pero el fin de semana siguiente, pidieron a Olga que paseara a Lucía mientras ellos iban al cine. La suegra, sin planes, aceptó.

Olga se puso el abrigo, arropó a la niña—había nevado, pero el sol brillaba prometiendo un paseo agradable. El parque estaba al otro lado de la calle, y pronto caminaban por senderos crujientes. Otros padres sonreían al cruzarse, y Lucía, mecida por el aire fresco, dormía.

Olga recordaba. Había criado a Adrián sola. Sus padres, en el pueblo, la criticaban por su matrimonio fracasado. Su marido se fue antes del primer año. Y ella, orgullosa, lo sacó adelante. Las pensiones llegaban a medias, pero todo lo que tenía era para su hijo. Para ella, lo más barato, con tal de no pasar hambre. Cuando Adrián creció, fue más fácil. Trabajaba cerca de casa, y él hacía los deberes en su oficina. Así sobrevivieron. Olga todavía disfrutaba de comer bien—herencia de aquellos años duros.

De pronto, un llanto la sacó de sus pensamientos. Pensó que era Lucía, pero la niña seguía dormida. Un hombre zarandeaba un carrito de donde salía el grito. Al verla, suplicó:
—¡Señora, ayúdeme! Es la primera vez que paseo a mi nieto, ¡no sé qué hacer!

Olga se quedó pasmada. Le halagó que la confundieran con una madre joven. Al acercarse, vio que el bebé había perdido el chupete. Lo recolocó, y el niño se calmó.
—¡Gracias! Vivo cerca, pero me he puesto nervioso—, dijo él, sonrojado—. ¿Es su hija?
—¡Mi nieta!—, rio Olga, y sintió una alegría inesperada.
—¿Tan joven y ya abuela?—, preguntó él, admirativo.
—Y usted no parece abuelo—, respondió ella, coqueta.
—Lástima que no tengamos abuela, así que me toca ayudar. No es fácil. Me llamo Gregorio, ¿y usted?
—Olga—. En ese momento, Lucía despertó gimiendo.
—Hay que volver, es hora de comer. ¡Adiós, Gregorio!
—¿Y mañana vendrá? ¿Paseamos juntos?—, propuso él, inesperadamente.
—Quizás—, sonrió ella, empujando el carrito hacia casa con el ánimo liviano.

Sentía que le quitaban años. Se había vuelto abuela, ¡y ahora un hombre se fijaba en ella! Agradable, solo, al parecer.

Pasearon así hasta la primavera. Primero los fines de semana, luego por las tardes—la joven abuela Olga Martínez y el igualmente joven abuelo Gregorio Navarro.

Sus paseos se convirtieron en algo más—no querían separarse. Olga olvidó bailes y excursiones; prefería estar con Gregorio.

Ahora viven en su casa, cerca. Comparten tiempo con los nietos, y Olga es feliz.

—¡Tu madre ha cambiado tanto desde que se casó!—, decía Carla, observando a su suegra.

¡Y tanto! Olga ya no estaba sola, era amada. Y todo gracias a Lucía, la nieta que la llevó a la felicidad.

Ahora Olga no teme ser abuela. La llaman “la abuela joven”—así la nombra Gregorio.

Alcanzó esa felicidad sencilla: no correr, no buscar, solo estar junto a quien ama.

Rate article
MagistrUm
Melodía del parque invernal: un nuevo capítulo de vida