Encuentro inesperado: una verdad reveladora

**Encuentro Inesperado: Una Verdad que Abrió los Ojos**

Isabel viajó a Sevilla por trabajo. Se instaló en el hotel y se sumergió en reuniones, negociaciones y tareas. Agotada, al caer la noche, le escribió a su marido:

—Todo bien. Muerta de cansancio. Me voy a dormir.

Alberto respondió al instante:

—Yo también. Estoy hecho polvo con la reforma en casa de mis padres.

Tras un baño relajante, Isabel se acostó y se quedó dormida. Pero a la mañana siguiente, al salir de su habitación, se topó con la última persona que esperaba ver.

—¿Alberto? —exclamó, sorprendida—. ¿Qué haces aquí?

—¡Sorpresa! —respondió él con una sonrisa tímida—. Quise hacerte una visita inesperada…

No pudo terminar. La puerta de la habitación de Isabel se abrió, y apareció Sergio, su compañero de trabajo, con quien mantenía algo más que una relación profesional.

Isabel no daba crédito. Nunca imaginó que caería en un romance, pero no pudo resistirse al encanto de Sergio, atento y cariñoso. Alberto, siempre ocupado, frío y distante, la hacía sentirse sola e invisible. Su hijo adolescente, Mario, ya llevaba tiempo alejado.

Y ahí estaba Sergio: joven, soltero, con miradas que la hacían sentir deseada. Sus cumplidos sinceros le devolvieron la confianza. Viajaron juntos a Sevilla, aunque Alberto ni siquiera preguntó adónde iba. Él solo mencionó que ayudaría a sus padres con la reforma.

Aquella noche, cenaron juntos, caminaron por la ciudad y se sintieron libres. Isabel se quedó en la habitación de Sergio. Le escribió a su marido que estaba agotada y se iba a dormir. Pero a la mañana siguiente…

…se encontraron en el pasillo. Alberto salía de la habitación contigua, acompañado de una rubia impresionante de unos veintisiete años.

—¿Qué está pasando? —gritaron ambos al unísono.

—¡Se suponía que estabas con tus padres! —espetó Isabel.

—¡Y tú con tu compañero! —rugió Alberto—. ¿Por qué te llama “amor”? ¿Pasaste la noche con él?

—¿Y tú? ¿Quién es Lucía?

—Ella vive aquí. Vine a verla. Ahora, recoge tus cosas. Nos vamos.

En ese momento, Isabel recibió un mensaje de Sergio: *”Me voy. Los líos no son lo mío. Suerte.”*

Con las manos temblorosas, empacó sus cosas. El viaje de vuelta fue un infierno. Alberto no dejaba de sermonearla:

—No pensé que fueras capaz de esto. Eres madre, esposa… Es una traición.

—¿Traición? ¿Y tú? Somos iguales, Alberto. Y sinceramente, no sé si vale la pena seguir con este matrimonio.

—No quería divorciarme. Solo… necesitaba algo nuevo. Pero estoy dispuesto a olvidarlo todo. Por la familia. Por Mario.

Isabel guardó silencio. Sabía que el amor se había esfumado. Si aún existiera, ni ella habría caído con Sergio, ni él con Lucía.

—No nos queremos —dijo al fin—. Esto ya no es una familia. Dos infidelidades son el final. Separemos nuestras vidas en paz. Repartamos el piso. Mario lo entenderá.

Alberto suspiró hondo:

—No imaginé que lo aceptarías tan fácil. Creí que llorarías, que suplicarías. Pero tú…

—Se acabó, Alberto. No te guardo rencor. Simplemente, ya no somos los mismos.

—Bien. El piso es tuyo y de Mario. Yo me buscaré un alquiler. No es problema.

Isabel se sorprendió. La generosidad de su marido era inusual. No era tacaño, pero este gesto era extraño.

—Gracias, Alberto.

Pasó un año.

Isabel volvía del trabajo. Era otoño, hojas secas bajo los pies, una brisa suave. Amaba esa estación.

—¡Isabel! ¡Hola! —la llamó una voz conocida.

—¿Alberto? Hola. ¿Qué haces por aquí?

—Andaba cerca, decidí dar un paseo. ¿Cómo estás? ¿Y Mario?

—Bien. Tiene una novia con el pelo morado… Modas juveniles. A veces vienen a casa. ¿Y tú?

—Solo. Trabajando, ahorrando para una hipoteca. Te he echado de menos… ¿Recuerdas cuando nos perdimos en la playa y luego bebimos cava en la arena?

—Lo recuerdo… Lo recuerdo todo, Alberto.

Caminaron largo rato por el parque. De pronto, los rencores se desvanecieron. Solo quedaban ellos dos, sin reproches, sin dolor.

—Isabel, te extrañé… Pero tenía miedo de decírtelo. Pensé que me rechazarías.

—Yo también te extrañé. Creí que la libertad sería distinta, pero… solo hay vacío.

—¿Volvemos a casa? —preguntó él en voz baja.

—Vamos, cariño. Empecemos de nuevo. Y quién sabe, quizá criemos juntos a los nietos… aunque tengan el pelo morado.

Isabel rio y le tendió la mano.

Comenzar de nuevo… A veces, es justo lo que hace falta.

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