Lucía ya se disponía a acostarse cuando un repiqueteo inesperado resonó en la puerta. Con desgana, se echó la bata por los hombros y entreabrió la entrada. Allí estaba él: su exmarido, Adrián.
—¿Tú? —exhaló sorprendida, entrecerrando los ojos—. ¿Qué quieres?
—Necesito hablar contigo. ¿Puedo pasar? —dijo él con una sonrisa falsa—. Al fin y al cabo, esta también fue mi casa.
Lucía retrocedió sin entusiasmo. Adrián entró, se dirigió al salón y se sentó en el sofá, escrutando el entorno.
—Veo que aquí no ha cambiado nada —murmuró—. Ni una reforma, ni un toque de calidez. Como si el tiempo se hubiera detenido.
—A mí me sirve. ¿Vienes de inspector o es que piensas pagarme pintura y yeso?
Hacía mucho que no temía ser franca con él. Antes sí, aguantaba, suavizaba las esquinas, callaba ante sus indirectas. Pero ahora… ¿para qué? Eran extraños, cuando no enemigos. Y su hija, Martina, ya era adulta, con su propia vida y poco contacto con ellos.
—Huele delicioso —cambió de tema Adrián de repente—. ¿Cenando algo? ¿Me invitas?
Lucía esbozó una sonrisa irónica. Sabía que hacía meses se había separado de su nueva mujer, esa tal Sandra, por quien la abandonó hace año y medio.
Aquella noche aún se le representaba nítida. Adrián llegó del trabajo y, sin mediar palabra, empezó a hacer la maleta.
—Se acabó, me voy —soltó—. Llevo tiempo con otra. Lo sabías, pero fingías no verlo. Estoy harto.
Lucía se quedó petrificada, incrédula. Pero lo sabía. Sandra, una becaria de veinte años de su oficina, le había embrujado. Su mejor amiga, que trabajaba en la misma empresa, se lo contó. Pero ella, apretando el orgullo, decidió no destruir la familia por un capricho. Pensó que se le pasaría. No se le pasó.
Adrián se fue, alquiló un piso y pidió el divorcio. Como “hombre honrado”, renunció a su parte de la vivienda familiar.
—Quédate con Martina. No necesito nada —dijo entonces.
Lucía lloró noches enteras. Intentó convencerle de volver. Pero él fue frío y satisfecho.
—Por fin estoy enamorado —respondía—. Esto es real. Lo nuestro fue vacío.
En aquellos días difíciles, solo su suegra, Pilar, la apoyó. Ya estaba enferma, y Lucía la ayudó en todo: médicos, compras, fármacos. Adrián apenas aparecía —tenía “familia nueva”.
Pilar tomó partido por Lucía. Decepcionada de su hijo, no quiso verle. Y luego falleció. Lucía estuvo allí hasta su último aliento, ocupándose del funeral. Adrián solo apareció en el velatorio.
Dos semanas después, supo del testamento. Su madre había dejado el piso… no a él, sino a Lucía.
—¡Te has ganado su confianza! ¡Servil, haciendo de buena! ¡Actriz! —gritó Adrián.
Lucía calló. La decisión fue de Pilar. Ella no pidió ni exigió. Solo estuvo ahí. Ahora, el resultado.
—¿Para qué has venido? —volvió al presente, viendo cómo Adrián rebuscaba en sus recuerdos en su salón.
—A hablar —respondió él, jovial—. Sobre propiedades.
Todo claro, pensó Lucía. Ni disculpas, ni remordimientos, ni hablar de Martina. Solo metros cuadrados y comodidad propia. Solo le importaba su conveniencia.
—Ya te dije: puedes vivir en el piso de Pilar cuanto necesites. No pienso venderlo.
—¡No me sirve! —frunció el ceño—. No quiero vivir de prestado. Necesito un piso propio.
—Pues cómpralo. Nadie te lo impide —respondió tranquila.
—Lo haré —sonrió con sorna—. Pero primero vendemos este. Y lo repartimos.
Lucía alzó la mirada lentamente:
—No va a ser posible, Adrián. Este piso es mío. Por escritura. Desde hace dos años.
Adrián se levantó de un salto.
—¿¡Qué!? ¿¡Escritura!? ¡Lo has tramado todo! Tú… tú…
—Solo soy una mujer cansada de ser el plan B —lo interrumpió—. Te fuiste… pues quédate fuera. Y ahora, hazme el favor: no vuelvas. Ni intentes chantajes. Soy libre. Y seré feliz. Sin ti.
Adrián se detuvo en el pasillo, volvió la cabeza y sonrió torcido:
—Y pensar que me quisiste… Qué canciones me dedicabas…
Lucía cerró la puerta tras él y susurró:
—Entonces no sabía lo que era el amor verdadero. Pero ahora lo aprenderé. Todo está por venir.
Y por primera vez en mucho tiempo, respiró aliviada de verdad.
*A veces, las pérdidas son ganancias disfrazadas. Perder a quien no te valora es el primer paso para encontrarte a ti misma.*