Cachorros a la venta junto a la salida del metro.

En la salida del metro, justo al lado de la letra “M”, una mujer vendía cachorros. En un cartón estaba escrito la raza y el precio, además de “buscamos buenas manos”. Antes, cuando aún no existía Wallapop, así es como se vendían.

Entraba al metro y de reojo vi tres simpáticas caritas con orejas grandes asomando de una cesta.

Cuatro horas después volvía a casa, salía del metro, y vi a la misma mujer, pero ya solo con un cachorro. Al parecer, había logrado vender dos.

Me acerqué a mirar, aunque no tenía intención de comprar un cachorro.

Cerca de la mujer estaba de pie un niño de unos 12 años, con billetes arrugados en las manos. Y junto a él, un hombre con gafas de sol, traje y un reloj caro. Estaba apurado.

—Doy el doble de lo que él ofrece —dijo el hombre a la dueña del cachorro, señalando al niño—. Es para mi hijo. Me olvidé del regalo…

Entendí que ambos competían por el cachorro y, si esto era una subasta, el hombre probablemente se lo llevaría.

El niño buscó en sus bolsillos y sacó todo lo que tenía, que era bastante suelto:

—Rompí mi hucha. Esto es todo lo que tengo. Mis padres me dejaron hacerlo, solo dijeron que no me podían ayudar con dinero, no lo tienen. Incluso pedí prestado a mis amigos. Aquí está todo…

La vendedora miró al hombre y dijo:

—Lo siento, pero se lo daré al niño. Me importa que el cachorro vaya a buenas manos. Veo que el niño lo va a querer mucho. Ya está dispuesto a darme todo lo que tiene…

Y le dio el cachorro a un niño completamente feliz. Él lo agarró tan suavemente, con tanto cuidado, como si temiera hacerle daño, y el cachorro temblaba, tal vez de miedo, o por el estrés. La felicidad también es un estrés.

—¡Ah, el dinero, el dinero! —el niño se agitaba, intentando darle lo prometido, mientras con una mano abrazaba a su nuevo amigo y con la otra buscaba en su bolsillo.

—No hace falta el dinero, cómprale con eso todo lo que necesite, buena comida, una correa…

—¿De verdad? ¿No lo tomas? —el niño estaba a punto de llorar. Metió al cachorro dentro de su chaqueta para darle calor, y quedó claro que incluso se parecían un poco.

—No lo tomo. Cuídense el uno al otro —sonrió la mujer y les dijo adiós con la mano.

—Qué bien que no le pediste dinero al niño—, le dije mientras observaba la escena.

—No le he pedido a nadie —respondió la mujer—. Escribo el precio para ver si la persona está dispuesta en principio a gastar en un perro, si tiene medios.

Me marcho para siempre de esta ciudad y no quiero que los cachorros de mi querida perra terminen en la calle por dueños irresponsables que luego se den cuenta de que no pueden mantener otra boca. Los he dado a quienes… no traicionarán…

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MagistrUm
Cachorros a la venta junto a la salida del metro.