**Día 15 de marzo**
—¿Tú eres Eva? ¿La esposa de Adrián?
—Sí… ¿Y tú quién eres?
—Eso no importa. Importa para lo que he venido. Haz las maletas y sal de este piso. Adrián y yo nos queremos, y se viene a vivir conmigo. ¡Lo ha decidido él!
Eva miró atónita a la mujer que apareció en su puerta un sábado por la mañana. Una morena llamativa, de unos treinta años, irradiaba una seguridad agresiva. Uñas impecables, maquillaje impactante, chaqueta de cuero con remaches… Todo gritaba que quería impresionar.
—Perdona, ¿qué…?
—¡No te hagas la tonta! —La desconocida dio un paso adelante—. Adrián está harto de tu control. Cada día me dice que no lo comprendes, que ahogas sus ideas de negocio. ¡Hace tiempo que lo decidió!
Siguió hablando, pero Eva ya no la escuchaba. Un zumbido llenaba sus oídos. ¿Adrián? ¿El mismo que cenó aquí ayer, pidió dinero para otro proyecto y la besó al acostarse, diciéndole lo maravillosa que era?
—Pasa —dijo con una voz que no parecía suya—. Tenemos que hablar.
Su mundo se derrumbó y se reconstruyó en un instante. El dolor era inmenso, pero… era lo correcto.
—Me llamo Lucía —dijo la morena con desafío al cruzar el umbral—. Y no he venido a hablar, sino a echarte.
Eva entró en silencio a la cocina. Por primera vez en cinco años de matrimonio, su mente estaba extrañamente clara. *¿Cómo pude ser tan ciega?* O quizá no lo era. Solo llevaba gafas rosas, y con ellas todo parece distinto. Pero cuando se rompen, los cristales caen hacia dentro.
Le vinieron recuerdos. Ella, una agente inmobiliaria exitosa con su propio piso. Él, Adrián, con un café y una sonrisa irresistible en una cafetería. Maletín gastado, traje barato, pero planes grandiosos: *”Son dificultades pasajeras, ya verás. ¡Llegaré lejos!”*
Se derritió con sus atenciones. Flores baratas, pero cada día. Paseos románticos. Una propuesta a los tres meses. Y luego, justo después de casarse: *”Cariño, ¿me dejas diez mil euros? Es para un negocio, ¡nuestra oportunidad!”* Se los dio. Y más. Y más. Mientras ella trabajaba sin parar, él planeaba su vida con otra.
En la cocina, el silencio era denso.
—Buena distribución —comentó Lucía, mirando alrededor con aire de dueña—. Adri contó que él eligió el piso. Tiene buen gusto.
—Un momento —Eva salió y volvió con una carpeta—. Mira esto. El contrato de compraventa y el título de propiedad. Fíjate en la fecha. Tres años antes de conocer a Adrián. Y en el nombre del propietario.
Lucía se humedeció los labios. Su seguridad se desvanecía.
—Pero él dijo… que tenía su propia inmobiliaria…
Eva abrió su portátil y entró en su cuenta bancaria:
—Este es mi salario. Soy la agente principal de una gran empresa.
La pantalla mostró cifras considerables. Lucía se dejó caer en una silla.
—Adivino. ¿También te sacó dinero? ¿Te habló de proyectos millonarios?
—He invertido casi medio millón —murmuró Lucía—. Dijo que en un mes tendría beneficios…
—¡Y los tendrá! —sonó la voz de Adrián en la puerta—. ¡Con intereses, como prometí!
Entró en la cocina, luciendo un suéter de cachemir caro… un regalo de Eva.
—¿Adri? —Lucía se levantó—. ¡Debías estar con los inversores!
—Ayer me pidió dinero para un proyecto urgente —dijo Eva en voz baja—. Supongo que yo era la inversora.
Adrián se quedó quieto, mirando de una a otra. Luego, su sonrisa habitual apareció:
—Chicas, dejad que lo explique. Luci, tu dinero está seguro…
—¿Dónde? —Lucía se acercó—. ¡Vendí el coche, pedí prestado a mis padres! ¿Dónde está?
—¡Lo tengo todo controlado! —su voz sonó desesperada—. En un mes…
—¿A cuántas más has estafado? —Eva se levantó lentamente.
Lucía tomó su bolso:
—Basta. Denunciaré esto.
La puerta se cerró de golpe. Adrián miró a Eva:
—Cariño, perdóname… Fue por el dinero, me lié… ¡Solo te quiero a ti!
—Lo peor no es que engañaras. Es que te crees tus propias mentiras.
A la mañana siguiente, Adrián entró en la cocina:
—Eva… he recapacitado. Encontraré trabajo, devolveré todo…
—Pido el divorcio.
—¿Adónde iré yo?
—¿Y adónde ibas a ir cuando le prometiste a Lucía casarte con ella? Recoge tus cosas y vete.
Esa noche, Lucía oyó el timbre. Por la mirilla vio a Adrián con dos maletas.
—Luci, ¡ábreme! Eva me echó… Ahora podemos estar juntos.
Suplicó otra oportunidad, más dinero.
Lucía se acercó a la puerta:
—Largo. Y no vuelvas. Ya presenté la denuncia.
Abajo, la puerta del edificio se cerró. Adrián caminó por la calle arrastrando maletas llenas de cosas compradas con dinero ajeno. En su mente, otro plan brillante: solo necesitaba a alguien que creyera.
Y en dos pisos distintos, dos mujeres respiraban tras la mentira en la que quisieron creer. Ambas entendían ya: el peor engaño es aquel en el que uno mismo insiste, aunque la verdad esté frente a sus ojos.
**Lección del día:** Cuando el amor se convierte en excusa, es hora de abrir los ojos. La dignidad no negocia.