Traición

En un pequeño pueblo de Andalucía, bajo el sol abrasador del verano, el eco de un grito rasgó el silencio de la mañana.

—¡Mariiiiiaaa! —lloraba Lucía al teléfono.

—¿Qué pasa? ¿Qué diablos ocurre? ¿Es algo con Diego? Lucía, contesta, ¡caramba! —gritaba María desde el otro lado.

—Ehhh… Adrián… —volvió a sollozar Lucía.

—¿Le ha pasado algo a Adrián? ¿Un accidente? —Imaginó María a su amuda negando con la cabeza, como si la pudiera ver—. ¡Basta ya! En diez minutos estoy ahí. ¡No te muevas!

Colgó, maldiciendo entre dientes. Salió de su casa en Sevilla tras asegurarse de llevar todo lo necesario. Lucía vivía cerca, en el barrio de Triana, así que María caminó a paso ligero, regañando mentalmente a su amiga por su dramatismo.

Al llegar, el portal estaba oscuro.

—Lucía, ¡soy yo! ¡Ábreme! —chilló.

El portero automático crujió y, tras un pitido, la puerta se abrió. María subió corriendo, tropezando en la escalera por la falta de luz.

—¡Maldita sea! ¿No pueden poner una bombilla decente? —refunfuñó mientras esperaba el ascensor, imaginando lo peor.

Al abrir la puerta, Lucía apareció con los ojos hinchados de tanto llorar. Sin palabras, se dirigió como un autómata a la cocina. La siguió y la encontró hundida en una silla, las manos caídas sobre el delantal.

—Dime qué diablos pasa —exigió María, apoyando una mano en su espalda—. Corrí como una loca hasta aquí.

—Adrián me ha dejado —murmuró Lucía con voz muerta.

—¿Por otra?

Asintió, ahogándose en lágrimas.

—Me dijo que la ama, empacó sus cosas y se fue. María, ¿por qué? Yo cocinaba, limpiaba, crié a Javier… Hasta hice dieta para no engordar tras el parto. ¡Y aún así me abandonó!

María soltó un suspiro exasperado.

—Todos están vivos, y tú llorando como si hubiera muerto. Ya volverá después de su aventura.

—¿Crees? —levantó la mirada, repentinamente esperanzada.

—No lo sé. Pero dime, ¿quién es ella? ¿Joven? ¿Guapa?

—De mi edad. Pelirroja, robusta… y bizca —escupió Lucía con desprecio—. ¿Qué le faltaba? ¡Yo soy mil veces mejor!

María arqueó una ceja.

—No será por el físico. Algo más lo enganchó.

—¡Su alma es miserable! —Lucía se secó las lágrimas con el dorso de la mano—. Pero pagará por esto.

—Tienes 32 años, eres guapa, tienes toda la vida por delante —intentó animarla María, sirviendo vino en dos vasos—. Bebe. Te sentará bien.

Lucía tragó el líquido de un solo trago.

—Soñábamos con mudarnos a un piso más grande… Él se irá a vivir allí con ella. Javier y yo nos quedaremos aquí.

—No te hundas —María apretó su mano—. Piensa en tu hijo. ¿Dejarías que creciera con una madrastra?

De pronto, Lucía soltó una risa amarga.

—No me mataré, no te preocupes. ¡Ni lo sueñes!

Pasaron la noche bebiendo té, riendo y llorando a ratos. A la mañana siguiente, Lucía despertó con resaca pero serena. En el trabajo, María la vigilaba, distrayéndola cuando veía su mirada perdida.

***

Lucía fingía fortaleza en público. Recogía a Javier del colegio, y el niño, callado, la observaba con ojos tristes.

Los días pasaban sin noticias de Adrián. Finalmente, ella rompió el silencio y lo llamó.

—Ven a casa. Necesitamos hablar. Javier te echa de menos.

Esa tarde, el timbre sonó. Javier corrió a abrir y se aferró a su padre. Lucía apareció en el recibidor, el corazón acelerado.

—Cenarás con nosotros, ¿verdad? —preguntó, esperanzada.

Adrián entró en la cocina, distante.

—¿De qué querías hablar?

Lucía tragó saliva.

—No puedo vivir sin ti. Javier te necesita. Te prometo que no mencionaré lo pasado… Vuelve.

Él negó con la cabeza.

—No puedo. Ella está embarazada.

—¿Embarazada? —Lucía palideció—. ¿Y Javier?

—Seguiré siendo su padre. Vendré a verlo cuando pueda.

—¿Y si no quiero? ¿Serás el papá de los domingos mientras crías a otro hijo? —su voz tembló de rabia—. ¡Eres un monstruo!

La ira la consumió. Maldiciones, lágrimas, gritos. En un forcejeo, Adrián la empujó. Lucía cayó hacia atrás, golpeándose la cabeza contra la mesa. Todo se volvió negro.

Al despertar, vio a Adrián pálido, hablando con una ambulancia. Javier había desaparecido.

Lo encontraron horas después, temblando de frío en un parque extraño. Lucía lo abrazó, jurando jamás volver a asustarlo.

Adrián se quedó esa noche, pero a la mañana siguiente, Lucía lo echó. Sabía que jamás lo perdonaría.

El divorcio llegó. Adrián se casó con la otra. La niña nació sana.

Él visitaba a Javier, pero el niño ya no corría a recibirlo. Lucía, más fuerte, lo observaba desde lejos, esperando que se marchara.

Había amor, había familia. Ahora solo quedaba el eco de una traición. ¿De quién era la culpa? Pregunta eterna, como el amor, como la vida misma.

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