Se fue con su amante y regresó con dos niños ajenos en brazos

Se fue con su amante, pero volvió con dos niños ajenos en brazos

Esta historia me la contó una antigua conocida llamada Inés. Sucedió no en cualquier lugar, sino en la tranquila ciudad de Cuenca, un sitio donde los rumores vuelan más rápido que una ambulancia de urgencia. Pero, lo confieso, hasta a mí se me erizó el pelo al escuchar por lo que pasó una mujer.

Los esposos Lucía y Javier trabajaban en el hospital comarcal. Ella, pediatra con un corazón de oro; él, un cirujano talentoso lleno de promesas. Vivían enamorados, en armonía. Dos hijos, un piso acogedor, el respeto de sus colegas… parecía la familia perfecta. Claro, con los niños los quehaceres aumentaron, pero lo llevaban bien. Lucía se quedó en casa tras la baja maternal, mientras Javier seguía operando, estudiando y asistiendo a congresos.

Y de repente, como un rayo en cielo despejado: se enamoró. No de una actriz ni de una desconocida, sino de su compañera, una enfermera joven y ambiciosa. Pasaban días y noches de guardia juntos, y en algún momento, Javier perdió la cabeza.

Vacilaba entre dos amores, sin saber cómo confesárselo a su esposa. Siempre esperaba el “momento adecuado”, mientras el affaire crecía. Al final, la verdad salió a la luz, como era de esperar, por los murmullos del hospital. Esa misma noche, Lucía le puso las maletas en la puerta con una frase: “Elegiste, ahora vive con tu elección”.

Javier se marchó, confundido, pero acabó mudándose con su amante. Ella, astuta y dominante, no tenía intención de soltarlo. Para atarlo más, quedó embarazada. Y no de uno, sino de gemelos.

Lucía no pudo seguir trabajando allí: ver cada día a su “reemplazo” embarazada le destrozaba. Renunció y empezó en un centro de salud donde nadie conocía su dolor. Allí se refugió en su trabajo, cuidando niños mientras intentaba sanar su propio corazón.

Entonces llegó la tragedia. El parto se complicó, y la joven enfermera no sobrevivió. Los bebés, un niño y una niña, quedaron huérfanos. Javier, destrozado, cargaba a los recién nacidos sin saber qué hacer. No dormía, iba de médico en médico, solo con dos criaturas que dependían de él.

Al quinto día, fue a casa de Lucía. Temblando, con lágrimas en los ojos, se arrodilló en el portal. Cuando ella abrió la puerta, se derrumbó:

—Perdóname. Fui un necio. Sálvame. Sálvalos a ellos…

Lucía guardó silencio. Un silencio largo. Finalmente, lo dejó entrar. A él, y a esos dos niños que no eran suyos. A ese pasado que la había traicionado.

Ahora viven juntos de nuevo. O más bien, los cinco: los hijos de ambos y los gemelos. Ella volvió a ser madre, esta vez también de corazón. Él, cabizbajo, envejecido por el remordimiento. ¿Es felicidad lo que tienen? ¿O solo resignación? No lo sé. Pero una cosa es clara: su perdón es un acto de valentía. No cerró los ojos ante el dolor ajeno. Y eso, más que fuerza, es grandeza de alma.

Al final, la vida nos enseña que el perdón no borra el daño, pero sí libera el corazón. Y a veces, lo que parece el fin, es solo un nuevo comienzo.

Rate article
MagistrUm
Se fue con su amante y regresó con dos niños ajenos en brazos