— Solo quería ayudar a mis hijos, cuidar a mi nieto. Sabía que andaban mal de dinero, así que dejé que mi nuera trabajara — suspira con tristeza Elena Martínez.
Tiene cincuenta y cinco años y está jubilada por enfermedad. Sus ingresos son mínimos, pero logra salir adelante. Su hijo ya es mayor, y su hija pequeña estudia en la universidad, hace trabajos temporales y ayuda a su madre.
— Mi hijo lleva seis años casado. Justo después de la boda, él y su mujer, Lucía, pidieron una hipoteca. Yo les aconsejé un piso pequeño, algo que pudieran mantener, pero eligieron uno de dos habitaciones. No pude ayudarles porque apenas llego a fin de mes. Los suegros de mi hijo tampoco colaboraron, tienen sus propios problemas económicos — cuenta Elena, que vive en un pueblo de Castilla, Arévalo.
Sabía que la familia de Lucía no era adinerada. Eso no le importaba, pero sus parientes sí le daban quebraderos de cabeza.
— La abuela de Lucía nunca trabajó pero tuvo cinco hijos. Vivía del huerto y de lo poco que sacaba adelante, pero en la miseria. Solo mi consuegra, la madre de Lucía, logró salir adelante. Los demás hermanos se fueron a pique — recuerda Elena.
El hijo mayor murió por el alcohol, la hija mediana está en la cárcel por robo, y el menor desapareció sin dejar rastro. La hermana pequeña de Lucía, siete años mayor que ella, sigue viviendo a costa de su madre.
— Esta hermana se casó con un tipo inútil. No tienen hijos. Él está en prisión, lleva tres años y le quedan otros tantos. Pero ella es joven y quiere vivir — explica Elena.
Mientras su marido estuvo libre, acumuló deudas que ahora paga la madre de Lucía. La hermana, llamada Sonia, regresó con sus padres y consiguió una pensión por invalidez, aunque trabaja en algo que apenas le da para comer y los gastos.
La consuegra, María Luisa, le insistía a Sonia en que se divorciara para que parte de las deudas recayeran en su marido. Pero ella se negaba: lo amaba, aunque la arrastrara al abismo. Y entonces llegó otro golpe:
— Nuestros hijos llevaban una vida decente, me alegraba. Pero ahora mi marido y yo nos divorciamos — soltó María Luisa de repente.
— Me quedé helada. Tantos años juntos, y de pronto esto. Resulta que mi consuegro se fue con una mujer más joven que tenía tres hijos, dejándolos sin sustento — dice Elena, meneando la cabeza.
Poco después, Lucía fue a casa de su suegra quejándose de que el dinero no les alcanzaba y de que a su marido, Javier, lo habían despedido de su trabajo extra. Le ofrecieron un empleo a media jornada, y le rogó a Elena que cuidara al niño.
— ¿Quién iba a ayudarles si no era yo? Mi consuegra trabaja, mi hija estudia, y el resto de la familia solo piensa en sí misma. Le dije a Lucía que me daba miedo no poder con el niño, porque Pablo es muy movedizo. ¡Y ella se echó a llorar! — suspira Elena.
Al final aceptó, pero solo en su casa. Vive en un bajo con patio cerrado, así que podía pasear al niño con facilidad. El piso de la nuera estaba cerca, así que no era complicado llevarlo. Elena, aguantando el dolor, tomaba sus pastillas y se las arreglaba.
Un día, Pablo enfermó y la abuela tuvo que quedarse en casa de sus hijos. Al abrir la nevera, se llevó un susto: estaba vacía, como el desierto. En ese momento, Javier entró corriendo a cambiarse antes de una cita.
— Lucía ya viene, ¡hasta luego! — dijo él.
— ¿Adónde vas? — preguntó Elena, sorprendida.
— A un trabajo extra, tengo doble turno.
— Y entonces me cayó como un rayo — recuerda con la voz temblorosa. ¡Todos me mintieron! Lucía no trabajaba para pagar la hipoteca, sino para saldar las deudas de su hermana. Javier se partía el lomo en dos trabajos, yo me dejaba la salud con el niño, ¡y mi nuera rescataba a los suyos!
Elena estaba fuera de sí. Se quejó a su hijo, pero él defendió a su mujer, asegurando que Lucía lo hacía por la familia. La suegra no podía creer semejante engaño. ¿Cómo se puede mentir así, mirando a los ojos?
Sabía que, tras el escándalo, la relación se rompería. Quizá hasta le negarían ver a su nieto. Pero Elena no iba a tolerar la desfachatez de su nuera. Su corazón sangraba de dolor, pero la verdad valía más.