Olvidé mencionar a mi pareja que regresaba a casa. Al entrar, casi me desmayo por lo que vi.

Los pensamientos se enredaban en su mente, mientras la rabia y el rencor hervían en su alma. ¿Por qué le hacían esto? ¿Acaso no había amado a su marido? ¿No había sido una buena esposa y madre para su hijo?

Pero lo que ocurrió después superó todo límite imaginable.

Lourdes estaba segura de que ella y su marido estaban destinados el uno para el otro. Llevaban más de diez años felizmente casados con Ignacio, y eso le parecía lo más natural del mundo.

Hoy volvía a casa tras un viaje de trabajo que había comenzado dos días atrás. Su jefe la había llamado a su despacho y, con firmeza, le había dicho que solo ella podía resolver los problemas en una de las sucursales.

“Allí hay trabajo para tres días, no más. Prepárate, Lourdes, y no me des excusas. Mañana mismo te vas”, le había dicho, ignorando su frustración.

Tenía otros planes para esos días, pero al jefe no se le discutía. Tampoco podía argumentar que, según la política de la empresa, solo los jóvenes solían viajar por trabajo. Norma que el propio jefe había establecido. Ella ya había cumplido su cuota de viajes. A sus treinta y cinco, anhelaba estabilidad.

“Ignacio, me voy por trabajo. Serán tres días. Asegúrate de que Dani no falte a las clases de repaso, últimamente se las salta. Y que coma bien, no patatas fritas y snacks, sino la comida que dejaré en la nevera.”

“Vale, me ocuparé, no te preocupes”, murmuró él, sin levantar la vista del móvil.

“¿Y eso es todo?”, se sorprendió ella. “¿No te molesta que me vaya? ¡Deja ya ese maldito teléfono!”

“Si solo son tres días. Dani y yo sobreviviremos.”

Finalmente, Ignacio alzó la mirada y hasta esbozó una sonrisa.

“¿Por qué te mandan a ti? Ya cumpliste con los viajes.”

“Necesitan a alguien con experiencia. Palabras del jefe. ‘Alguien serio y con carácter'”, dijo Lourdes con orgullo, sabiendo lo bien valorada que era.

En mitad del viaje, decidió esforzarse más y regresar antes de lo previsto. Aunque fuera un solo día. Lo dedicaría a relajarse en casa.

El tren se acercaba ya a las afueras de su ciudad. Lourdes estaba contenta. Imaginaba llegar a un piso vacío. Su marido trabajando, su hijo en el colegio… Tendría horas para ella.

Primero, un baño con espuma. Luego, mascarillas. Tal vez incluso una siesta, un lujo que no se permitía desde hacía años. Después, Dani llegaría del colegio y ella podría ocuparse de él, ayudarle con los deberes. Con esa maldita carga laboral, ni siquiera recordaba cuándo le había dedicado tiempo de verdad. Ni durante su baja maternal había parado: volvió al trabajo cuando Dani tenía apenas diez meses, dejándolo al cuidado de su tía jubilada.

No avisó a su marido de su regreso. ¿Fue un descuido o intencionado? Da igual. Sería una sorpresa. Ignacio volvería a casa y la encontraría con la cena lista y los deberes hechos. ¡Qué gozada!

Emocionada por los recuerdos de cuando se conocieron con Ignacio, entró en una tienda y compró una botella de vino tinto y la tarta favorita de su marido. Necesitaban un toque de romanticismo. Últimamente estaban distantes: ella absorbida por el trabajo, él pegado al móvil. Como extraños, ¡por Dios!

Al abrir la puerta, no notó al principio que había alguien más. Pero al encender la luz, vio unos botines femeninos que no eran suyos. Después, un abrigo claro colgado en el armario. Olía a un perfume dulce y empalagoso que casi le revuelve el estómago.

¿O quizá no era el perfume, sino la certeza de lo que estaba a punto de descubrir?

En lugar de un baño relajante y una velada familiar, le esperaba una traición. Tal vez el fin de su matrimonio. Porque perdonar algo así… No podría.

Respiró hondo. No iba a dar el espectáculo. No delante de su marido y de esa mujer que se atrevía a entrar en su casa, en su cama, a destruir su vida.

Oyó risas y murmullos desde su dormitorio. Buscó algo con qué golpear a los dos pájaros de un tiro.

“Dios mío, ¿cómo no me di cuenta? ¿Cómo no vi que Ignacio se había alejado tanto como para tener una amante? ¡Y encima traerla aquí!”

Hablando sola, intentaba calmarse. Sabía que, con su carácter, podía hacerles daño. Y eso significaría la cárcel.

Finalmente, ya sin fuerzas para contenerse, se dirigió al dormitorio. La puerta estaba cerrada.

Por el camino, tropezó con el cable de una lámpara de pie, desplazada hacia el centro del salón. Sobre la mesa, una botella de cava y fruta.

El estrépito de la lámpara al caer alertó a los ocupantes del dormitorio.

La puerta se abrió de golpe. Envuelta en una sábana, apareció…

“¿Laura?”, exclamó Lourdes, desconcertada. “¿Eres tú? ¡Dios santo! Ahora entiendo por qué ese perfume me resultaba familiar.” Se rió histéricamente. “¿Cómo pudiste hacer esto? ¡Eres una víbora!”

“¿Lourdes?”, balbuceó Laura, pálida. “Creía que estabas de viaje.”

“¿Y él tampoco esperaba mi regreso, verdad?”, dijo Lourdes, refiriéndose a su marido escondido. “¡Cariño, sal de ahí! ¡No te escondas!”

“Lourdes, te equivocas. Por favor, cálmate…”, tartamudeó Laura.

“¡No! Esas palabras debería decirlas mi marido. ¡Sal, Ignacio! ¡Te pillé! Agradéceme que no vaya a por tu cabeza. El divorcio es mejor que la cárcel, ¿no?”

“Lourdes, escúchame…”, suplicó Laura.

“¡Quítate de la puerta! ¡Quiero verle la cara a ese cabrón!” gritó, empujándola.

“¡No es Ignacio!”, soltó Laura de pronto.

Lourdes se quedó helada.

“¿No es Ignacio? Entonces… ¿quién?”, preguntó en un susurro. Por un instante, creyó que todo podía volver a la normalidad.

“¡Contesta!”

“Es… Raúl”, confesó Laura, bajando la mirada.

“¿Raúl?”, repitió Lourdes, incrédula.

Empujó a Laura y entró en el dormitorio.

Era Raúl. El hermano de su marido, ya vestido, miraba por la ventana, avergonzado.

“Raúl, ¿qué demonios haces aquí? ¿Te has vuelto loco? ¡Dani puede llegar del colegio en cualquier momento!”

No podía contener la indignación. Conocía a Raúl como un hombre serio, siempre había admirado su matrimonio con Marta.

Ahora los tres estaban en la cocina. Lourdes exigía respuestas. Con Ignacio hablaría después, y sería un interrogatorio implacable. Pero primero quería entender cómo había sucedido esto.

“Conocí a Laura en tu cumpleaños, Ignacio nos llevó a todos al campo. Luego nos volvimos a encontrar por casualidad. Marta y yo habíamos discutido… Me acusó otra vez de no ganar suficiente, de no tener ambición. Quise vengarme. Laura me gustó desde el principio, y cuando nos vimos…”

“De ti ya me lo esperaba”, dijo Lourdes, mirando con desprecio a Laura. “Pero tú, Raúl… Siempre puse vuestro matrimonio como ejemplo.”

“Pues resulta que no soy tan perfecto.”

“¿Y por qué aquí? ¡Hay hoteles, pisos por horas! ¿Qué necesidad había de venir a mi casa?””Y mientras servía el vino para la cena, Lourdes sostuvo la mirada de Ignacio, decidida a reconstruir lo que el engaño de otros casi destruye, porque al final, su amor valía más que cualquier traición.”

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MagistrUm
Olvidé mencionar a mi pareja que regresaba a casa. Al entrar, casi me desmayo por lo que vi.