Lucía y su madre estaban sentadas en una vieja cama. Ambas abrigadas con gruesos jerséis. Era invierno y acababan de encender la chimenea de la casa.
No te preocupes, mamá. Todo irá bien. No nos faltará de nada. Ahora mismo te doy la medicina.
Lucía intentaba calmar a su madre, aunque en realidad no era su madre, sino su suegra. Casi su ex-suegra.
Así era su vida: los tres juntos la madre, su hijo Roberto y su esposa Lucía.
Lucía se había casado tarde, a los treinta años. Era la segunda esposa de Roberto, pero no había roto ningún matrimonio. Cuando empezaron a salir, él ya estaba divorciado.
A su suegra, María del Carmen, le cayó bien desde el principio. Y a Lucía también le agradó ella. Era cariñosa, comprensiva. La abrazaba, hablaba con ella, la entendía. Lucía había perdido a sus padres muy joven y se quedó completamente sola. En su suegra encontró a alguien de su propia sangre.
«Parecéis uña y carne», decía Roberto de ellas.
Cinco años de matrimonio pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Y entonces Roberto se volvió grosero y violento. Gritaba a Lucía, a su madre. La razón era su amante. Llegaba tarde a casa y casi siempre borracho.
Un día anunció que se divorciaba. Les dio dos días para recoger sus cosas. Lucía no había tenido tiempo ni de marcharse cuando llegó su amante con una maleta.
Quizás lo hizo a propósito, para ver a su predecesora y soltarle veneno. Pero no lo consiguió. Era una rubia larguirucha con labios carnosos y pestañas postizas tan largas que apenas podía parpadear.
Lucía no pudo evitar reírse.
¿Me cambiaste por este espantapájaros con pestañas de vaca? Pues que te vaya bien con ella, porque yo no te echo de menos.
Al menos ella sabe divertirse. Vosotras sois como dos viejas. Dos gallinas cluecas.
Insúltame a mí si quieres, pero ¿por qué ofendes a tu madre?
Cariño, ¿y tu madre se queda con nosotros? pipoñeó la rubia, parpadeando como una muñeca. Que se la lleve ella. ¿Para qué queremos a tu madre aquí? Cariño
Sí, mamá, a ti también te toca irte. Ya has vivido demasiado en mi casa.
¿Adónde voy a ir? Te di todo el dinero de la venta del piso para que construyeras esta casa la madre se llevó las manos al corazón.
No quiero dramatismos. Puedes quedarte, pero no salgas de tu habitación. Albina será la dueña de esta casa ahora.
Cariño, que se vayan las dos.
¡Es mi madre!
¿Tu madre? ¿Quieres decir que tendré a semejante suegra? ¡Ay, cariño!
Lucía estaba harta de sus insultos.
Mamá, ¿quieres venirte conmigo al pueblo?
Prefiero el pueblo antes que vivir con un hijo así y con esa
Siéntate. Voy a hacer tu maleta rápido.
No olvides la medicina, ni mi cofre, ni el bolso.
Lucía sacó otra maleta y empezó a meter todo a toda prisa: el cofre, los medicamentos, documentos, ropa interior, ropa
Llevaos todo lo vuestro. No queremos nada ajeno intervino Albina. ¿Verdad, cariño?
Roberto no dijo nada. No podía hacer más. Sabía que su madre no lo perdonaría. O quizás sí, porque al fin y al cabo era su madre.
Media hora después, Lucía estaba junto al coche. María del Carmen ya estaba sentada en el asiento trasero, secándose las lágrimas en silencio. Ni siquiera miró hacia su hijo, solo suspiró hondo.
Duele cuando lo das todo por alguien y al final sobras.
¿Cómo vamos a vivir ahora, hija?
Todo irá bien. Tengo ahorros. Hasta que encuentre trabajo, nos llegará. Tú tienes tu pensión. Sobreviviremos. Habrá pan para comer.
Llegaron al pueblo donde Lucía había pasado su infancia. Menos mal que aún era de día. La casa estaba fría. Lucía encendió la chimenea, trajo agua y puso la tetera al fuego.
Qué bien se te da todo. Como si hubieras vivido aquí toda la vida.
Mi abuelo me enseñó. Menos mal que compramos provisiones. No hace falta ir al supermercado. No me gustan los cotilleos de pueblo.
Poco a poco, la casa se fue calentando.
Mañana lo limpiaré todo.
Llamaron a la puerta.
¿Ha vuelto la vecina? Hacía tiempo que no te veía. Vi tu coche aparcado. ¿Qué haces aquí en pleno invierno? ¿Algún problema?
Todo bien, tío Antonio. Ahora está todo arreglado. Ya te lo contaré. Pasa, toma un té con nosotras.
Pues yo venía a invitarte. ¿No estás sola? acababa de ver a la mujer.
Ella es María del Carmen. Él es Antonio López los presentó.
Si necesitas algo, avísame.
De momento, no. Gracias.
Pasó una semana. La casa estaba limpia y acogedora.
Sabes, Lucía, yo también soy de pueblo. Me casé con un hombre de la ciudad. Él murió cuando Roberto tenía veintitrés años, y yo vendí el piso. Mi hijo prometió que viviría siempre conmigo. Y mira cómo acabó todo.
No llores. Sé que es duro. A mí también me duele. Pero quizás tengas nietos.
¿De esa? ¡Dios me libre! ¿Y Antonio, con quién vive?
Solo. Su mujer se ahogó salvando a un niño vecino. Hace mucho. Nunca volvió a casarse. No tuvo hijos. Vive solo. Era amigo de mi abuelo, aunque era más joven. Tiene tu edad, más o menos.
Pasó un mes. No hubo noticias de Roberto. Ni siquiera llamó a su madre. Pero un día, un número desconocido llamó al teléfono de Lucía.
¿Lucía?
Sí.
Su marido ha fallecido.
Se equivoca.
No, no me equivoco. Roberto Iba borracho y tuvo un accidente con el coche. Puede que esto le resulte doloroso, pero iba con una mujer. Ella sobrevivió, salió despedida sin un rasguño. Venga a identificarlo.
Dios mío, pobre María del Carmen. ¿Cómo se lo digo? ¡Tío Antonio! Él puede ayudar.
Lucía, ¿qué pasa? ¡Estás blanca!
Mamá, siéntate. Roberto ha muerto.
¡Ay! María del Carmen rompió a llorar. ¡Es culpa mía! ¡Yo lo abandoné!
¡Mamá, él te echó!
Sí. Me echó. Pero soy su madre. ¡Ay! Le ha alcanzado el castigo.
Voy a identificarlo. El tío Antonio se quedará contigo.
Iré contigo.
Yo también voy dijo el tío Antonio. Iremos en mi coche. No se discute.
El funeral terminó. Lucía y María del Carmen decidieron ir a la casa de Roberto. Ahora les pertenecía a ellas, la madre y la esposa. Roberto no había tenido tiempo de divorciarse, demasiado ocupado con su nueva vida de fiestas y juergas.
El tío Antonio las acompañó a todas partes.
Voy con vosotras, sois mujeres. Por si necesitáis ayuda.
La casa ¿Cómo había cambiado en un mes? Ropa sucia, platos amontonados, hasta en el suelo. Olía a alcohol y a algo podrido.
¡Esto lo hizo mi hijo! ¡Nunca había sido así! ¡Mira lo que han hecho!
¿Qué







