Me he metido en un lío: me convertí en esclava de la familia de mi esposo

En un sueño extraño y enredado, me vi atrapada en una pesadilla que les contaré: me convertí en esclava en la casa de mi esposo.

En un pueblo perdido de Extremadura, donde el aire huele a tomillo y tierra seca, mi vida, que empezó con amor, se transformó en una jaula invisible. Me llamo Lourdes, tengo 28 años, y hace tres que me casé con Javier. Creí que encontraría una familia, pero en vez de eso, me volví una criada para él, sus padres y toda su parentela. Mi alma grita en silencio, y no sé cómo escapar de esta trampa.

**El amor que cegó**

Cuando conocí a Javier, yo tenía 25. Era de un pueblo cercano —alto, con una sonrisa franca y ojos que prometían calor. Nos vimos en la feria de San Isidro, y su manera sencilla me conquistó. Hablaba de hijos, de un hogar, de esa vida rural donde todos se apoyan. Yo, chica de ciudad, anhelaba ese refugio. Un año después, nos casamos, y me mudé con él. No sabía que ese paso sería mi condena.

Javier vivía con sus padres, Carmen y Francisco, en una casa grande. Su hermano mayor, la cuñada y una turba de parientes aparecían sin avisar. Creí que sería bienvenida, pero desde el primer día entendí: querían manos, no una hija. *«Eres joven y fuerte, así que ponte a trabajar»*, dijo mi suegra, y yo, tonta, asentí sin ver el abismo.

**Esclavitud disfrazada de hogar**

Mi vida se volvió un ciclo sin fin. Me levanto al alba para hacer el desayuno: café con churros para Francisco, tortilla para Carmen, tostadas para Javier. Luego, limpiar la casa, lavar la ropa, regar la huerta. Al mediodía, llegan los parientes, y cocino paella para un regimiento. Por la noche, ceno migas en silencio mientras friego los platos. Así, día tras día, sin descanso, sin piedad.

Carmen ordena como una sargento: *«Lourdes, los garbanzos están duros, Lourdes, el suelo tiene manchas»*. Francisco no habla, pero su mirada dice: *«Aquí no vales nada»*. Los invitados ni me saludan; exigen que les sirva como si fuera un mueble. Javier, en vez de defenderme, repite: *«No discutas con mi madre, ella sabe más»*. Su indiferencia corta más que un cuchillo. Pensé que sería mi escudo, pero es cómplice de esta prisión.

**El día que grité**

Hace poco, estallé. Cuando Carmen criticó mi cocido y los parientes dejaron los platos como un campo de batalla, grité: *«¡No soy vuestra sirvienta!»* Todos se quedaron quietos. Mi suegra contestó fría: *«Si no te gusta, lárgate a tu ciudad. Aquí se trabaja»*. Javier calló, y eso me destrozó. Salí al patio, llorando, y supe: estoy atrapada. No tengo a dónde ir —mi madre vive lejos, y en Madrid no tengo techo—. Pero quedarme es morir poco a poco.

Hasta mi reflejo cambió. Antes irradiaba vida; ahora tengo ojeras y la piel mustia. Mi amiga Raquel, al verme, se llevó las manos a la cabeza: *«¡Pareces una abuela! ¡Huye de ahí!»* Pero, ¿cómo escapar si aún siento algo por Javier? O quizá ya no. Su silencio mató lo que un día fue amor. Siento que me hundo, y nadie me tiende la mano.

**La huida silenciosa**

Empecé a planear mi fuga. A escondidas, guardo euros bajo el colchón —lo que ahorro en la compra—. Quiero alquilar un cuarto en Madrid y desaparecer. Pero el miedo me paraliza: ¿qué dirá mi madre, que tanto celebró mi boda? ¿Qué será de Javier? ¿Podré sola? Y temo que Carmen y su gente me difamen por todo el pueblo. Aquí, su palabra es ley.

Pero ayer, frente a la sartén y otra reprimenda, me juré: *escaparé*. No soy una esclava. Soy joven, tengo fuerza, y hallaré una salida. Quizá busque trabajo online, como Raquel, o retome mi sueño de tener una floristería. Pero no me quedaré aquí, donde mi vida son cacerolas y órdenes ajenas.

**Un grito en el sueño**

Esta pesadilla es mi súplica. Caí en la trampa al casarme con un hombre cuya familia sólo ve en mí brazos para trabajar. Carmen, Francisco, los parientes… todos creen que debo servirles. Pero ya no aguanto. Javier, a quien amé, es uno más de ellos, y eso me rompe. No sé cómo irme, pero sé que debo hacerlo. A los 28 años, quiero vivir, no sobrevivir. Que mi huida sea mi liberación… o mi ruina.

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