**Diario de un abuelo**
Isabel García estaba en el portal con dos maletas en la mano, sin poder creer lo que ocurría. A sus espaldas, la puerta de su casa se cerró bruscamente y oyó el pestillo del cerrojo. Su hija, Lucía, la había encerrado con todas las llaves.
—¡Mamá, te lo digo en serio! —gritó Lucía desde dentro—. ¡Hasta que no recapacites, no vuelves a entrar!
Isabel se apoyó contra la pared del rellano. Las piernas le temblaban y la cabeza le zumbaba. Setenta y dos años vividos, y nunca había sufrido algo así.
—Lucía, cariño, abre por favor —rogó, conteniendo las lágrimas—. Hablemos con calma.
—¡No! —cortó su hija—. Estoy harta de discutir contigo. ¿Hasta cuándo voy a aguantar tus historias?
“Historias”. Isabel sonrió amargamente. Así llamaba Lucía a sus intentos de proteger a su nieto, Daniel, de los malos tratos de su padrastro, Javier.
Todo empezó esa mañana, cuando el llanto del niño la despertó. Daniel solo tenía ocho años, pero lloraba con una desesperación que no correspondía a su edad. Isabel salió del sofá —dormía en el salón desde que Javier se mudó— y escuchó.
—¡Te dije que recogieras los juguetes! —rugió Javier—. ¿Cuántas veces hay que repetírtelo?
—Ya los he recogido —sollozó Daniel.
—¡Mientes! ¡Ahí hay un coche debajo de la cama!
Sonó una bofetada, seguida de un grito. Isabel no pudo soportarlo y entró en la habitación.
—¿Qué estáis haciendo? —exclamó al ver la mejilla enrojecida del niño—. ¡Es solo un crío!
—No se meta, Isabel —dijo Javier, abrochándose la camisa—. No es asunto suyo.
—¿Cómo que no? ¡Es mi nieto!
—Y mi hijastro. Tengo derecho a educarlo.
Lucía estaba junto a la ventana, de espaldas a su hijo. Isabel se acercó a Daniel y lo abrazó.
—Danielito, calma, la abuela está aquí.
—Mamá, no lo consientas —intervino Lucía—. Javier tiene razón, el niño se ha vuelto un mimado.
—¿Un mimado? —Isabel no daba crédito—. ¡Sacaba todo sobresalientes, ayuda en casa y no molesta a nadie!
—Claro que molesta —gruñó Javier—. Siempre tirando cosas, haciendo ruido, con la tele a todo volumen…
—¡Es un niño! ¡No puede quedarse quieto como una estatua!
—Puede si se le educa bien —espetó Javier antes de irse a la cocina.
Isabel acompañó a Daniel al colegio, pensando en cómo su vida había cambiado desde que Javier entró en su casa.
Lucía lo conoció seis meses antes en el trabajo. Javier era su jefe, divorciado, sin hijos. Al principio, todo fue perfecto: flores, regalos, cenas… Lucía brillaba de felicidad.
—Mamá, por fin he encontrado a un hombre de verdad —decía—. Javier es fuerte, decidido. Sabe lo que quiere.
Isabel se alegró por ella. Tras su divorcio, Lucía pasó años sin encontrar a nadie. Los hombres que salían con ella o bebían, o no trabajaban, o no entendían a los niños.
Javier parecía perfecto: buen sueldo, educado, incluso jugaba al fútbol con Daniel a veces.
Pero cuando se mudó, todo cambió. Primero exigió la habitación de Isabel.
—Mamá, somos adultos, necesitamos privacidad —rogó Lucía.
Isabel accedió, aunque el sofá le destrozaba la espalda.
Luego vinieron las reglas: solo ver sus programas, solo su comida en la nevera, disciplina estricta con Daniel.
—Hay que hacerlo un hombre —explicaba—. Vosotras lo malcriáis.
Lucía asentía. Isabel ya no reconocía a su hija. Antes era independiente, con opinión propia. Ahora obedecía a Javier como hipnotizada.
Al volver del colegio, Javier y Lucía la esperaban en la cocina.
—Queremos hablar —dijo él—. Su intromisión nos estorba.
—Solo defiendo a mi nieto.
—¿De qué? —preguntó Lucía—. Javier lo educa para ser fuerte.
—Los hombres de verdad no pegan a los niños —respondió Isabel.
—¡No le pego! ¡Un azote a veces, como cualquier padre!
—Tú no eres su padre.
—¿Y quién sí? —preguntó Javier—. ¿Su padre biológico? ¿Manda dinero? ¿Lo visita?
Isabel calló. Su yerno desapareció tras el divorcio.
—Pues yo lo cuido, lo educo y gasto dinero en él —continuó Javier—. Exijo obediencia.
—Mamá —susurró Lucía—, Javier tiene razón. Daniel debe ser más independiente.
—¡Tiene ocho años!
—Y debe aprender disciplina.
Isabel no reconocía a su hija. Esa mujer fría no se parecía en nada a la Lucía alegre que crió a Daniel sola.
—Lucía, ¿qué te ha pasado? Nunca permitiste que nadie le hiciera daño.
—¡Nadie le hace daño! —gritó ella—. ¡Javier lo educa! ¡Y tú solo estorbas!
Javier tomó la palabra.
—Hablando claro: queremos vivir solos. Necesitamos privacidad.
Isabel sintió un vacío en el pecho.
—¿Queréis que me vaya?
—Sí —asintió Lucía, sin mirarla—. Puedes alquilar algo con tu pensión.
—¡Lucía! ¡Es mi casa! ¡La conseguí trabajando cuarenta años!
—Pero me la donaste —recordó Lucía—. Cuando me casé la primera vez.
Isabel lo recordaba. Tenía cincuenta y dos años entonces. Pensó que tendría tiempo de conseguir otra casa. Pero el trabajo escaseó, y su pensión de mil doscientos euros no daba para más.
—Pero estoy empadronada aquí.
—Te das de baja —dijo Javier—. Lucía es la dueña.
—¡Soy tu madre! ¡Te crié, te di todo!
—Y te lo agradezco —respondió Lucía, fría—. Pero ahora tengo mi familia.
—¿Y yo?
—Eres adulta. Te las arreglarás.
Esa noche, Isabel habló con Daniel.
—¿Quieres que me vaya? —preguntó.
—¡No, abuela! ¡No te vayas!
—Díselo a tu madre.
—Ya lo hice. Dijo que Javier se molesta con tanta gente en casa.
Isabel lo abrazó.
—Si Javier te hace daño, llámame.
—¿Vendrás?
—Sí.
Por la mañana, la conversación se repitió.
—Debes irte este fin de semana —dijo Lucía.
—¿Adónde voy?
—No sé. Es tu problema.
—¿Qué te ha pasado? —Isabel estaba desesperada—. Eras buena, cariñosa…
—Basta de lloriqueos —interrumpió Javier—. Ya es mayor.
—¡No lloriqueo! ¡No entiendo por qué me echáis!
—¡Por meterse donde no la llaman! —gritó él—. Lucía debe obedecerme a mí, no a usted.
Isabel miró a su hija. Bajó la cabeza y calló.
—Lucía, ¿de verdad me echas por él?
—No hables así de Javier —dijo ella—. Es mi marido.
—¡Ni siquiera estáis casados!
—Nos casaremos —dijo Javier—. Pero la confianza que usted rompe no se recupera.
Isabel llamó a amigas, pero nadie podía ayudarla. Solo le quedaba buscar una habitación cutre con su pensión.
Al díaIsabel miró una última vez hacia la ventana de su antiguo hogar, respiró hondo y caminó hacia la parada del autobús, decidida a encontrar un nuevo comienzo donde nunca dejara de luchar por su Daniel.