¡Habrase visto sinvergüenza! Me dejó por una rica heredera de la ciudad… ¡solo porque soy de un pueblo!
Me llamo Inés Sánchez, y vivo en Béjar, donde la provincia de Salamanca se extiende entre campos y montes. Recientemente, por casualidad, me encontré en una tienda con una amiga de la universidad, Elena. Parecía preocupada, casi perdida, y me pidió que habláramos un buen rato. Mientras la esperaba en el café al que habíamos decidido ir, me di cuenta de cuánto tiempo había pasado sin vernos. Todo lo que sabía de ella eran rumores: había terminado con su amado Nicolás por alguna razón misteriosa y había regresado a su pueblo natal. Ni siquiera sospechaba que, tras desaparecer un tiempo, él había vuelto a aparecer en la ciudad. Reflexionando sobre lo que podría haberle afectado tanto, esperé su llegada.
Comenzamos recordando los días de estudiantes, despreocupados, llenos de risas y sueños. Entonces Elena me desveló su corazón, contándome lo que había sucedido después de que perdiéramos contacto. Estaba inmensamente feliz con Nicolás; su amor parecía eterno. Hacían planes: boda, hijos, una casa, una vida hasta la vejez. Elena veía en él a su caballero, el hombre con el que estaba dispuesta a atravesar fuego y agua. Pero un día claro, todo se vino abajo. En lugar de proponerle matrimonio, Nicolás le informó con frialdad que su relación estaba condenada. Para él, Elena, una chica de un pequeño pueblo cerca de Béjar, de una familia humilde y sencilla, era un lastre. No tenía ni conexiones ni riqueza, nada que le ofreciera “futuro”. Necesitaba a otra —ambiciosa, de la élite de la ciudad, con dinero e influencias, para poder ascender.
Su corazón se rompió por la humillación. Las lágrimas la ahogaban, pero reunió lo que quedaba de su orgullo, le deseó felicidad —tan amarga como el ajenjo— y se fue a casa, al pueblo. Allí lamía sus heridas, encontró un trabajo modesto y trató de olvidar. Al poco tiempo, el destino la unió con Sergio. No presumía de títulos, pero su bondad, inteligencia y lealtad derritieron el hielo en su alma. Sergio se casó con ella, y pronto se mudaron lejos del pueblo y de sus padres. Juntos enfrentaron dificultades, agarrándose el uno al otro. Sergio entendió que en un pequeño pueblo no había futuro y propuso arriesgar. Vendieron la tierra que heredó de su abuelo y compraron una casa en Madrid.
Sergio, maestro de mil habilidades, encontró rápidamente trabajo en un taller mecánico. Elena se convirtió en contable; su educación le sirvió. Pero la vida les dio nuevos desafíos: nacieron dos hijos y no alcanzaban las monedas. Entonces Sergio tomó una decisión: dejó su trabajo y abrió su propio taller mecánico. Sus manos de oro hacían maravillas: los clientes venían en masa, el negocio crecía como la espuma. En todos estos años, Elena nunca discutió con su esposo. Agradeció a Dios por librarla del altivo Nicolás y darle a un hombre tan honesto y genuino.
Sin embargo, el pasado volvió como una sombra. Hace unos meses se encontró con Nicolás en la calle. Elena intentó pasar de largo haciendo como que no lo había visto, pero él la llamó. La miró largamente y luego susurró: “Dios mío, Elena, estás aún más hermosa. Sabes, ahora luces mejor que antes”. Ella no respondió, y él comenzó a hablar apresuradamente: se casó con una mujer mayor, una rica heredera que lo introdujo en un mundo de lujo y contactos. Pero todo resultó ser un engaño: ella apostó con unas amigas a que lo seducía, y tras divorciarse, lo dejó sin un céntimo. Ahora él está pobre, solo, con sus sueños destrozados.
Le suplicó a Elena que le contara sobre su vida. Al enterarse de que estaba casada con un simple mecánico, quedó paralizado, como si un rayo lo hubiera fulminado. “¡Estás loca! —exclamó—. Déjalo, regresa conmigo. Volveremos a ser como antes, la pareja ideal, conquistaremos el mundo”. Su descaro la dejó asombrada. Escuchó esas tonterías y no podía creerlo: ¿cómo alguien podía ser tan ciego, tan sinvergüenza? Elena lo cortó a mitad de frase, se despidió fríamente y se marchó, cerrando la puerta tras de él por segunda vez en su vida.
Ahora me encuentro reflexionando sobre cómo juega el destino con nosotros. Nicolás, aquel petulante arrogante, la dejó atraído por el brillo de la riqueza, y ella, una sencilla muchacha de pueblo, encontró la felicidad donde él jamás soñaría buscarla. Sergio le otorgó un hogar, familia, amor: algo auténtico, no el oro falso que su ex perseguía. Elena irradia alegría, sus hijos crecen, y el negocio de su esposo prospera. ¿Y Nicolás? Se ha quedado con las manos vacías y palabras lamentables con las que intentó recuperar lo que él mismo había destruido.
Amigos, que aquellos que sean abandonados sepan: a veces una pérdida no es el fin, sino el comienzo. Elena perdió una ilusión, pero encontró la vida —auténtica, llena de calidez y significado. La miro y entiendo: su victoria está en la fortaleza de su espíritu, en su capacidad para avanzar a pesar del dolor. Y aquellos como Nicolás, siempre estarán tras espejismos, perdiendo lo que verdaderamente tiene valor. Elena demostró que de las cenizas de la traición uno puede construir la felicidad —firme como piedra, y brillante como el sol sobre Béjar.