Los niños dejaron de invitarme a ver a mi nieta y contrataron a una niñera para evitarme.

Mis nietos ya no me llaman para ver a su hija, han contratado a una niñera a escondidas para no tener que verme.

Mi propia hija no quiere hablar conmigo. Ni siquiera contesta mis llamadas. Cree que fui la causa del divorcio en su familia, aunque yo no tengo la culpa. Fue ella quien me pidió ayuda.

Lucía se casó a los 18 años. Conoció a Javier cuando él volvió del servicio militar. Y así empezó ese amorío. Dejó los estudios de golpe y se fue cuesta abajo; ni escuchaba mis consejos. Tuve que acoger a mi yerno en casa para que no tuvieran que alquilar. Al principio todo iba bien, y después de la boda nos llevábamos decentemente. Luego Lucía se quedó embarazada y empezó a quejarse de todo, incluso de que yo cocinaba y a ella le daban náuseas. Insistí en que se mudaran.

Hablamos con los suegros para poner dinero y comprarles un piso a los recién casados, porque sabíamos que ellos solos no podrían. Intenté llamar al padre de mi hija, pensando que podría ayudar con el tema de la vivienda. Pero él dijo que ya había pagado la manutención y que no nos debía nada más.

Cuando Lucía dio a luz, la ayudé mucho. Pasaba todo mi tiempo libre con mi nieta para que ella, como madre primeriza, pudiera descansar. Pero pronto empezó a fingir enfermedades, incluso inventaba dolencias para dejarme a cargo de la niña.

Les dejaba salir a citas, al cine o a restaurantes, incluso se fueron de vacaciones diez días solos. A mí me encantaba cuidar de mi nieta, así que no me molestaba. Claro, me cansaba muchísimo, pero ¿qué no haría una por la felicidad de su hija?

Cuando volvieron del viaje, le sugerí a Javier que hicieran reformas en casa. Él solo llegaba del trabajo y se echaba a descansar, aunque tenía horarios flexibles. Les llevé materiales de construcción y me llevé a mi nieta dos semanas. Hasta les mandé un equipo de albañiles para que Javier no tuviera que esforzarse mucho. Y entonces empezaron las acusaciones. Resulta que a Javier no le gustó que yo “diera órdenes”. Pero, ¿qué iba a hacer si él no tomaba la iniciativa?

Después de las reformas, nuestra comunicación se acabó. Mis hijos dejaron de llamarme para ver a la niña, contrataron a una niñera en secreto para evitarme. Me sentí dolida, pero para mi cumpleaños organicé una reunión familiar. Lucía vino sola con mi nieta. Javier ni siquiera me llamó para felicitarme. Me dolió mucho. ¿Acaso no les ayudé? ¿Les pagué las reformas…? ¿Merezco este trato?

Javier me gritó que estaba harta de mis intromisiones. Que él era el dueño de su casa y que no quería verme allí.

No sé, quizá me pasé queriendo ayudar, pero lo hice con buena intención. Ahora mi hija se pelea constantemente con su marido y me echa la culpa. Llora por teléfono y me reprocha todo. Resulta que Javier ya habla de divorcio. Ya no me dejan ver a mi nieta, ni siquiera escuchar su voz.

Yo vivía por ellos… ¿Qué hago ahora? ¿Por qué me odian tanto?

A veces, ayudar demasiado es como ahogar con amor. Es mejor dar espacio y dejar que los demás vivan su vida, aunque duela verlos tropezar.

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MagistrUm
Los niños dejaron de invitarme a ver a mi nieta y contrataron a una niñera para evitarme.